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Digitalización, no todo vale

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Conviven en la sociedad dos visiones. La de quienes reivindican que hay niveles de presencia y contacto humano esenciales e irrenunciables y la de aquellos que creen que lo digital puede sustituirlo casi todo

 

Cuando hace unas semanas la Comunidad de Madrid propuso atender las urgencias médicas extrahospitalarias a través de videollamadas se generó una doble perplejidad. La de médicos y pacientes que no entendían por qué las autoridades sanitarias consideraban razonable semejante ocurrencia y la de aquellos que no entendían que se criticara el uso de la telemedicina, incluso en situaciones de urgencia, convencidos del progreso que implica una digitalización sin límites. 

Dejando al margen las circunstancias específicas del conflicto, en el fondo se trasluce la confrontación de dos visiones. La de aquellos que reivindican que hay niveles de presencia y contacto humano que son esenciales e irrenunciables y la de quienes creen que lo digital puede sustituir muchas de las funciones hasta ahora reservadas a la presencialidad y a la responsabilidad humana.

 

Temor a que el futuro nos pase por encima

Durante los meses de confinamiento la conexión digital permitió continuar con la actividad laboral de algunos colectivos y mantener, en buena medida, la educación escolar. Sin videoconferencias, el encierro hubiera sido aún más perturbador. La realidad se había roto y los apaños digitales nos ofrecieron un remedio. Eran un sucedáneo de la presencialidad, pero nos valían. Enseguida nos dimos cuenta de las carencias digitales que teníamos en nuestras casas, en nuestras oficinas, en nuestras escuelas o en nosotros mismos por falta de capacitación y nos propusimos remediarlas. 

Se derivó de ello una visión amplificada de las bondades de la digitalización: necesitamos más tecnología, vamos atrasados, debemos acelerar, no hay que poner demasiadas pegas no sea que el futuro nos pase por encima… y se acuñaron algunas frases que se han ido repitiendo como un mantra: “El teletrabajo ha venido para quedarse”,  “la formación en competencias digitales es clave para el cambio que necesita la sociedad”,  “debemos fomentar las vocaciones tecnológicas”…

 

Sucedáneos para todo

Pero con la misma rapidez que se expandió la urgencia digitalizadora se puso en evidencia la condición de sucedáneo de muchos de los remedios digitales que tuvimos que poner en marcha por necesidad. Nos dimos cuenta de que el uso de pantallas no sirve para todo ni en todas las circunstancias. 

El llamado cansancio de Zoom fue una de las primeras consecuencias detectadas. Efectos de irritabilidad, abatimiento, dificultades de concentración… surgían por el uso exhaustivo de la videoconferencia como método de trabajo y comunicación interpersonal. Y una cierta decepción al comprobar que no es lo mismo hablarse cara a cara que a través de una pantalla.

 

Foto de Chris Montgomery en Unsplash

 

En España, el teletrabajo se triplicó. El número de trabajadores que se acogían habitualmente a él pasaron del 5 por ciento a más del 15 durante la pandemia, pero, pasada la urgencia, el número se ha ido reduciendo y está ahora en tasas del 11 por ciento. 

El debate se ha abierto y probablemente necesitará contribuciones que afinen el trazo y permitan discernir en qué y para qué condiciones la digitalización contribuye a mejorar la vida de las personas y a encarar su futuro y en qué otras debemos impedir que un exceso de entusiasmo tecnológico desvirtúe valores y conquistas de la vida humana y la llene de sucedáneos. 

 

Educación: entre el entusiasmo digitalizador y el exceso de pantallas 

Uno de los ámbitos más sensibles en los que este debate sigue abierto es la educación. La pandemia puso al descubierto las carencias de muchas familias para facilitar a sus hijos los elementos necesarios para estar presentes en el mundo digital: falta de ordenadores y deficiente conectividad en casa. También reveló las lagunas de formación en el uso de herramientas y programas de muchos maestros y profesores que tuvieron que aprender a toda prisa y adaptar sus métodos de enseñanza. 

Esta evidencia ha comportado la aceleración de los programas de digitalización escolar para centros, profesores y alumnos. Impulsadas por los fondos Next Generation, una gran parte de las inversiones en educación van ahora en esta línea. Como en muchos ámbitos, también en la educación se impone el convencimiento de que la digitalización debe ser un proceso imparable. 

Pero una cosa es digitalizar escuelas e institutos, formar a profesores y proporcionar a los alumnos las herramientas adecuadas y otra convertir las pantallas y la conectividad digital en el centro sobre el que debe pivotar la educación del futuro. 

El entusiasmo inversor de las administraciones y la aureola de modernidad que envuelve lo digital están impidiendo un análisis riguroso que aborde los límites de la digitalización. Son numerosos los estudios que demuestran que el uso de pantallas en la educación escolar tiene efectos neutros o incluso negativos en niños y en adolescentes. Sin embargo, se sigue confundiendo la necesidad de estar al día con la tecnología para aprovechar sus ventajas con la supuesta bondad incontrovertible que se deriva de digitalizarlo todo y a todas las edades. 

 

Hilar fino

El neurocientífico francés Michel Desmurget es conocido por su crítica al uso de pantallas en la educación. En su libroLa fábrica de cretinos digitales” cita numerosos estudios científicos y académicos que advierten de sus peligros. 

Menciona, por ejemplo, un informe de la OCDE en el marco del programa PISA. En él se constata que «a pesar de las considerables inversiones en ordenadores, conexiones a Internet y programas informáticos educativos, existen pocas pruebas sólidas de que un mayor uso de los ordenadores por parte de los estudiantes conduzca a una mejora de las puntuaciones en matemáticas y lectura».

Otros estudios van más allá y advierten de los perjuicios que el uso de dispositivos digitales provocan en el desarrollo del lenguaje, la concentración y la memoria de los niños ¿Por qué, entonces, ese entusiasmo sin matices con la digitalización? Si los niños y adolescentes viven ya rodeados o inmersos en pantallas y los estudios científicos demuestran que eso les perjudica en su formación ¿es conveniente digitalizar a toda costa su vida educativa, también la de los más jóvenes? 

En Francia el debate está muy vivo y son diversas las asociaciones que hacen de contrapunto al impulso digitalizador. En otros países, España por ejemplo, las voces que levantan la mano para pedir un análisis riguroso de las consecuencias apenas se perciben, ocultas bajo el estruendo del entusiasmo digitalizador. 

Según Desmurget todo esto se explica por razones económicas “al reemplazar en mayor o menor medida el factor humano por el digital, se puede plantear a largo plazo una importante reducción de los costes de la educación.”

Tal vez sea esta la razón fundamental. En el conflicto de la sanidad las razones económicas son evidentes: se reduce el personal sanitario en urgencias y se sustituye por consultas online. En educación está por ver. En cualquier caso van siempre acompañadas de “un bombardeo de marketing con el que se pretende convencer a los padres y, de un modo más amplio, a la sociedad civil en su conjunto de que la digitalización a marchas forzadas del sistema escolar no solo no constituye una renuncia educativa, sino que incluso representa un fabuloso avance pedagógico”. dice Desmurget.

También en la educación necesitamos un debate de trazo fino. El proceso de modernización tecnológica del sistema educativo es necesario en sus fundamentos pero debe afrontarse desde el análisis de sus consecuencias, delimitando sus usos sin exagerar sus bondades, sin dejar que intereses económicos ajenos a la educación influyan en su configuración, evitando que los poderes públicos se dejen llevar por un entusiasmo acrítico y que en la sociedad se vaya consolidando una sensación de modernidad inevitable, compuesta a menudo a base de sucedáneos y no de verdaderas soluciones. 

Como se ha evidenciado en el conflicto de la sanidad en Madrid, ni todo sirve, ni todo vale. 

Joan Rosés

3 comments
  1. La cuestión de incorporar lo digital en las escuelas se ah centrado hasta ahora en dos frentes: (1) El impacto de lo digital en la pedagogía; (2) La enseñanza instrumental de herramientas y habilidades digitales.

    Hay sin embargo un tercer aspecto al que se dedica menos atención. Los cambios que el ontacto con lo digital propicia en las prácticas de pensar, sentir y actuar de forma autonoma. También en la disposición de éstas a prestar una atención sostenida de manera autónoma.

    La web está llena de anuncios de tratamientos para curar adicciones digitales. Ni los padres ni los maestros sabem bien cómo edicar para prevenirlas.

  2. El otro asunto es que en muchas ocasiones las escuelas acaban usando productos de Google y Microsoft, con lo que acaban sometiendo a los alumnos a su vigilancia (además de que a la escuela le cuesta dinero.) En algunas localidades en Alemania ya se ha prohibido Microsoft 365, por ejemplo. https://techgenix.com/microsoft-365-ban-in-germany/

    Yo soy informático y sigo manteniendo que el uso de ordenadores y demás en las clases en general es innecesario. Basta con sentarse dos minutos para darse cuenta de que uno entiende y retiene mejor los conceptos cuando los escribe en papel. Cualquier escuela a la que le interese la educación de sus alumnos de entrada ya habrá prohibido el uso de móviles y demás, excepto cuando sean necesarios (i.e., la clase de informática). Lo demás es tonteria.

    Además que tanto por cuestiones prácticas como éticas deberíamos ensenyar tecnología/software libre, i.e. LibreOffice en vez de Google/Microsoft. A la larga también sale más barato.

  3. Cuando queremos reflexionar sobre la digitalización de diferentes actividades y procesos, en mi opinión deberíamos acompañarla de un profundo análisis previo, que visualice las limitaciones que presenta el lenguaje para poder llevar a cabo esta reflexión de una forma correcta y apropiada.
    Si hablamos por ejemplo de digitalizar la “visita médica”, debemos ser conscientes que el término “visita médica” es un término poco preciso, de hecho, engloba una amplia variedad de situaciones muy distintas desde el punto de vista de salud y de necesidad del médico y del paciente. Este término se utiliza tanto para representar situaciones de enfermedad, malestar e incluso dolor, en las que existe una imperiosa necesidad de estar físicamente junto al médico, como para representar situaciones en las que el motivo de la visita es simplemente el de notificar que se está bien o solicitar la renovación de una receta.
    En el primer caso, por ejemplo, una videoconferencia parece del todo inadecuada, y en el segundo caso es un tema para analizar, y que puede tener un cierto sentido si se aplica con mesura y prudencia.
    Esta limitación en el uso del lenguaje parece estar presente en muchos artículos que analizan y reflexionan sobre aspectos de digitalización en diferentes ámbitos como puede ser por ejemplo el docente, y ahora con la irrupción de la Inteligencia Artificial aparece también en artículos de reflexión sobre su aplicación en ámbitos creativos.
    La reflexión más eficiente tiene que basarse en un uso más preciso del lenguaje, lo contrario, el uso de palabras poco precisas para representar las situaciones conlleva ambigüedad y nos avoca muy a menudo al maniqueísmo, que siempre acostumbra a ser un muy mal consejero tanto para el análisis como para las conclusiones.

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