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La maldición del dinero

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Avanzamos hacia una sociedad sin billetes ni monedas a cambio de más comodidad pero más control

A principios de marzo, pocos días antes de declarar oficialmente la pandemia, la Organización Mundial de la Salud advirtió que los billetes y las monedas podían propagar el virus. Aunque luego matizó la advertencia, la OMS sigue recomendando utilizar pagos electrónicos siempre que sea posible. Muchas personas hacen caso de esta recomendación. Incluso en algunos comercios ponen mala cara cuando un cliente muestra un billete de banco.

A rebufo del temor a esa presunta insalubridad, hace unos días el PSOE presentó en el Congreso una propuesta para eliminar de forma gradual la circulación de dinero en efectivo. La propuesta no va dirigida tanto a la prevención de los contagios como a combatir la economía sumergida y la evasión de impuestos en un momento especialmente duro para las cuentas públicas. La medida, sin embargo, contradice los principios del Tratado de la Unión Europea y pronunciamientos anteriores de las autoridades europeas que reconocen el derecho a pagar en efectivo.

El debate entre quienes defienden la eliminación del cash y quienes se resisten viene de lejos y en él se entremezclan intereses diversos.

Los proveedores de medios de pago y los bancos la alientan por considerarla una oportunidad definitiva para que todo el tráfico monetario pase por ellos. Los gobiernos la asumen como una medida para reducir la ocultación fiscal y aumentar sus ingresos.  

El economista de la Universidad de Yale Kenneth Rogoff publicó en 2016 un libro titulado “La maldición del efectivo“, que atribuye al uso de billetes y monedas numerosos problemas sociales y elogia su desaparición a favor del dinero digital. “La mayor parte del efectivo se usa para financiar la evasión fiscal, la corrupción, el terrorismo, el tráfico de drogas, el tráfico de personas y una economía subterránea global masiva.” , asegura Rogoff.

Hacia la cashless society

Suecia, el país que más ha avanzado en la reducción del dinero en efectivo, se define como la primera cashless society. Alrededor del 80 por ciento de los suecos usan una tarjeta para abonar sus compras. Los pagos digitales son tan ampliamente aceptados que muchos suecos ya no llevan efectivo. Incluso los niños pagan con tarjetas de débito. 

Foto de Norma Mortenson en Pexels

El empuje sueco se ha extendido a toda el área escandinava, empezando por Dinamarca, y también más allá. En Estados Unidos son numerosos los restaurantes que renuncian al efectivo y obligan a pagar con medios electrónicos. En una sociedad hiper tecnificada como la de Corea del Sur, los pagos mediante el móvil se imponen, pero también avanza su implantación en países menos desarrollados, como Kenia, cuyas autoridades lo promueven como método antifraude.

Billetes y monedas de uso extendido, libres de comisiones y no hackeables

Pero a medida que el cashless se extiende se alzan también voces en contra. 

En el lado de los críticos se posicionan colectivos y analistas que alertan de la pérdida de privacidad y también movimientos de extrema derecha que se oponen a los medios electrónicos de pago por razones poco explícitas.

Si la desaparición de billetes y monedas permite mejorar la lucha contra la evasión fiscal, una de las mayores lacras que torpedean el desarrollo y la equidad económica, o incluso la corrupción y el terrorismo ¿por qué resistirse, si además evita contagios? De hecho, los billetes y las monedas no son más que la representación física de apuntes contables electrónicos.

Antes de la pandemia, el Banco Central Europeo ya manifestó algunas razones que justifican esas reticencias.

La posibilidad de pagar en efectivo sigue siendo muy importante para ciertos sectores sociales que, por diversas y legítimas razones, prefieren usar el efectivo en lugar de otros medios de pago. Es ampliamente aceptado y rápido y permite al pagador controlar sus gastos. Además, es un medio de pago que permite a los ciudadanos liquidar operaciones al instante, y el único medio de pago en dinero del banco central y a su valor nominal que no conlleva la posibilidad legal de cargar una comisión por su uso. Asimismo, el pago en efectivo no requiere una infraestructura funcional técnica y siempre puede usarse, lo cual es muy importante en caso de interrupción de los pagos electrónicos”.

Uso extendido entre la población, sobre todo la más vulnerable, libre de comisiones y no hackeable son las razones principales que argumentan el BCE y la propia Comisión Europea en defensa del dinero físico. 

La posición de las instituciones europeas no impide, sin embargo, que los gobiernos vayan arrinconando el uso de efectivo -siempre y cuando no lo eliminen del todo-, que en la vida diaria se vaya imponiendo la comodidad de los medios electrónicos y que el ecommerce y la costumbre lo conviertan en residual.

Más poder a los bancos, más control a los estados, más datos a terceros

Las opiniones anti cashless exponen más reticencias.

Una primera la sugiere The Guardian al referirse al aumento de poder que obtiene el sistema financiero: “los bancos son generalmente favorables (al cashless) porque el efectivo puede salir del circuito bancario mediante reintegros. Si la sociedad se quedase sin efectivo, toda la economía quedaría atrapada dentro del mundo bancario”.

Otra razón la apunta el sociólogo Alejandro Navas, profesor de sociología en la Universidad de Navarra: “El mundo cashless me da miedo por el control absoluto, la transparencia máxima y el big data voraz que implica.”

Los beneficios que el cashless aporta a la lucha contra el fraude tienen una contrapartida no despreciable: cada transacción queda sometida a escrutinio. Se limita el campo de acción de los fraudulentos a costa de que todos cedamos otro ámbito más de privacidad. Un paso más hacia el fin del anonimato.

Somos más accesibles al control del estado, pero no únicamente. La información circula por agentes de medios de pago, bancos o incluso empresas de internet (Google Pay, Apple Pay) y redes sociales como Facebook que ya permite pagos a través de Whatsapp. Una información hasta ahora privada y anónima pasa a ser conocida, gestionada y controlada por terceros.

Y también más accesible a los hackers.

“El pago electrónico no es fácil de hackear, pero tiene el problema de la privacidad. Pagar con tarjeta o el móvil deja rastro en bases de datos que son más fáciles de hackear”, asegura Karsten Nohl, doctor en criptografía de la Universidad de Virginia y jefe del colectivo de hackers SRLabs, a la periodista Marta Peirano. 

La seguridad sigue siendo una gran asignatura pendiente del dinero. El efectivo te lo pueden robar, pero el electrónico también. El fraude con las tarjetas de crédito está aumentando. En Estados Unidos el año pasado creció un 34%.

“El costo del delito cibernético va mucho más allá de los miles de millones perdidos. Las empresas gastan mucho para protegerse contra el fraude, contratando expertos en seguridad, comprando software y contratando compañías externas para monitorizar las transacciones. Los bancos tienen que reemplazar regularmente las tarjetas de crédito robadas. Como señaló la Reserva Federal en un informe el año pasado, el fraude en los pagos supone un lastre para la actividad económica, exponía Mary Hadar en The Washington Post.

Foto de Jonas Leupe en Unsplash

El portal Cashless-Economy se ha especializado en analizar las implicaciones de la eliminación del dinero en efectivo. En uno de sus artículos reflexiona sobre la dimensión ética de esta eliminación, y dice

“La abolición de los billetes y las monedas se presenta a menudo como una mejora en la forma de hacer negocios. De hecho lo es para los bancos y los gobiernos, no tanto para los ciudadanos y los clientes a los que se supone que deben servir” (…)

“A veces se argumenta que un mundo sin efectivo sería más eficiente, o al menos, más rentable. Puede ser cierto en algunos casos, pero hay que hacerse la pregunta: ¿eficiente y rentable para quién? El efecto que tendría en las economías comportaría un mayor poder de los bancos, los gobiernos y las corporaciones y una reducción de la libertad de los ciudadanos, sobre todo, los más vulnerables”.

La comodidad puede con todo

A pesar de las resistencias, el dinero en efectivo parece condenado a su desaparición a medio plazo. Demasiados factores se unen en su contra. Interés de los bancos y de los nuevos intermediarios, lucha contra el fraude, prevención de contagios… Y otro factor tal vez más poderoso que explica el éxito de la desaparición del cash: la comodidad del usuario. Pagar con tarjeta o con el móvil resulta un poco más cómodo. No hay que manejar billetes, ni monedas, ni esperar el cambio, ni hacer cola en los cajeros para sacar efectivo. 

La sociedad moderna, acelerada y tecnificada, ha convertido la comodidad en un valor preferente. Universal. Los ciudadanos estamos incluso dispuestos a renunciar a algunos derechos como la privacidad o a hacer la vista gorda ante la degradación de determinados valores si los nuevos hábitos hacen nuestras vidas más confortables. 

Seremos menos anónimos, los bancos y las grandes corporaciones tendrán más poder, cederemos al estado más control pero la vida nos parecerá más cómoda.

Y la OMS dice que nos contagiaremos menos.

Joan Rosés

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