Imagen creada con el sistema de inteligencia artificial Stable Diffusion

La privacidad no es para niños

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Europa se esfuerza en limitar el dominio de Google y Microsoft en las escuelas pero cada vez más empresas implantan tecnologías de reconocimiento biométrico y vigilancia permanente de la actividad online de los alumnos

 

Europa libra una lenta y difícil batalla contra el abuso que las grandes empresas tecnológicas hacen de los datos que obtienen de niños y jóvenes. La última noticia viene de Irlanda, que acaba de imponer una multa de 405 millones de euros a Instagram por su mala gestión de datos personales de adolescentes. 

Sin embargo, es la injerencia en el ámbito escolar lo que suscita mayor preocupación, por lo menos, en Europa. En agosto, Dinamarca ha prohibido el uso de todos los productos de Google en las escuelas de Helsingor, uno de los 26 municipios que denunció a la multinacional por invasión de la privacidad y no respetar el Reglamento europeo de Protección de Datos. El resto está a la espera de dictamen. 

Alemania decidió hace un tiempo no permitir que ni Google ni Microsoft penetren en los colegios. En Francia están probando alternativas. En Suecia han configurado la solución Sunet Drive SafeSpring con Nextcloud, una plataforma colaborativa de código abierto con sede en Alemania. En Holanda, una evaluación realizada el año pasado concluyó que el riesgo de vulneración de la privacidad de la suite de Google era de 8 sobre 10. La autoridad de protección de datos recomendó a las escuelas y universidades que dejaran de usarla. 

En España se está a la espera de lo que determine la Agencia Española de Protección de Datos. De momento, Barcelona ya tiene en fase de implantación el conjunto de herramientas de Digitalización Democràtica de la Educación desarrollado por Xnet, en pruebas también en el País Vasco. 

 

No sólo Google o Microsoft 

Pero por muy determinante que sea la batalla que se libra contra la penetración de Google y Microsoft en las escuelas, hoy muy implantados, ésta es sólo una parte del problema. La proliferación de soluciones tecnológicas que capturan masivamente datos de los alumnos abarca otros muchos ámbitos.

Durante la pandemia, con muchos niños obligados a mantener clases virtuales desde sus casas, surgieron en todo el mundo infinidad de sistemas para detectar el comportamiento online de los alumnos. 

Proctorio, ProctorU o ExamSoft son algunos ejemplos. Consisten en complementos del navegador de Internet que detectan si una mirada apunta a la cámara, siguen la frecuencia con la que alguien aparta la vista de la pantalla, saben cuánto escribe un alumno y con qué frecuencia mueve el mouse. Comparan la tasa de actividad del estudiante con el promedio de la clase y la marcan si se desvía del promedio. Proctorio también monitoriza la habitación del alumno en busca de personas no autorizadas o materiales prohibidos durante un examen. Al final, el profesor recibe un informe sobre el “índice de sospecha” de cada estudiante y una lista de los momentos “sospechosos” para que los revise.

 

Imagen creada mediante el sistema de inteligencia artificial de Stable Diffusion

 

Pero no sólo la enseñanza virtual es el foco de las tecnologías de vigilancia automatizada. Muchos centros implantan sistemas de monitorización cada vez más sofisticados.

En Estados Unidos, uno de los que se está haciendo más popular es e-HallPass, una aplicación digital que los alumnos tienen que utilizar cuando desean salir del aula y que toma nota del tiempo que han estado fuera, incluso para ir al baño. Los alumnos solicitan un pase a través de la app y el profesor lo aprueba. La herramienta controla los pasillos y las zonas abiertas de las escuelas y sabe siempre quién tiene autorización para estar allí y quién no.

Otros dispositivos y programas van más allá y permiten el seguimiento casi completo de la actividad digital de los estudiantes: desde el contenido de sus correos electrónicos o sus mensajes de whatsapp, su actividad en redes sociales, sus búsquedas en Internet o lo que contienen sus archivos. Incluso pueden rastrear lo que los estudiantes están mirando en tiempo real.

Las propuestas de vigilancia escolar no paran de crecer. En mayo destacábamos  en estas páginas algunos de los dispositivos y aplicaciones que se emplean en todo el mundo para vigilar a los niños:  Life360, Find my Kids, OurPact, Bark…

 

En manos de agentes externos a la educación

Jen Persson, directora de la ONG británica Defend Digital Me, comentaba durante el primer Curso Internacional de Educación Digital Democrática celebrado en julio en Barcelona cómo en el Reino Unido el rastreo permanente de la actividad escolar empieza a ser habitual: agendas digitales compartidas, cámaras de vigilancia, monitorización de tareas online, reconocimiento facial en comedores, test digitales…

Como consecuencia, docenas de empresas externas al mundo de la educación acaban involucradas en el proceso formativo de los alumnos, capturan sus datos e imponen sus hábitos. Ni los padres, ni los maestros, ni por supuesto los alumnos son capaces de comprender los efectos de tanta monitorización.  

Padres y educadores han protestado por la injerencia en la privacidad que suponen estos sistemas. Un estudio publicado este verano por el Centro de Democracia y Tecnología de Estados Unidos les da la razón. Asegura que la proliferación y los efectos de estas tecnologías de vigilancia, aparentemente bien intencionadas, produce efectos no tan beneficiosos.

Su principal conclusión es que se utilizan más a menudo con fines disciplinarios que para la seguridad de los alumnos, no suelen limitarse al horario escolar y desbordan la capacidad de los maestros para controlar lo que realmente hacen esos dispositivos.

Aún así, los padres y maestros que protestan son minoría. Un 63 por ciento de padres y un 68 por ciento de los profesores encuestados  están de acuerdo en que “los beneficios de la monitorización de la actividad de los estudiantes superan las preocupaciones sobre su privacidad ”.

El deseo de proteger a los niños justifica en gran medida ese alto nivel de aceptación, pero lo que no resulta tan claro es hasta qué punto el desarrollo del niño se ve influenciado por una vigilancia total y permanente que les persigue más allá de las aulas, desborda las capacidades de comprensión y control de la comunidad educativa y se ejecuta mediante sistemas operados por agentes externos .

 “¿Quién está aprendiendo mientras los niños aprenden?” se preguntaba Jen Persson. “Qué se están llevando realmente estas empresas, qué poder tienen para influenciar no solo a los niños sino también al sistema educativo en general, qué coste puede suponer la dependencia de agentes externos que hoy proponen soluciones en muchos casos gratuitas pero que en cualquier momento, cuando hayan impuesto su uso, pueden dejar de serlo”.

Joan Rosés

2 comments
  1. En el caso de Proctorio, el CEO (un ‘adulto’, cabe destacar) tuvo una enganchada con un alumno que criticó el software y acabó publicando uno de sus chats privados. Todo muy correcto. https://www.reddit.com/r/UBC/comments/hhbowl/proctorio_ceo_mike_olsen_under_fire_for_releasing/

    En las escuelas deberíamos usar y ensenyar software libre, primero por principio, y segundo por práctica. Google y Microsoft deberían prohibirse a estas alturas, y con ellos todo el resto de software abusivo y proprietario creado por esbirros sin escrúpulos y moralmente decadentes que no entienden más que su propio beneficio y el control sobre los demás.

    Lo de la aplicación para ir al retrete es lo último. El debate sobre prohibir los rastreadores que la gente comúnmente llama ‘teléfonos móviles’ en las escuelas obviamente queda lejos.

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