Claudio Schwarz en Unsplash

No hay usos correctos del reconocimiento facial

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Las tecnologías que registran y analizan nuestros rostros o son prescindibles o violan la privacidad

Es común leer estos días artículos de opinión intentando establecer usos correctos e incorrectos de los sistemas de reconocimiento facial automático. Quiero argumentar que no hay usos correctos de esa tecnología, pues o bien son totalmente prescindibles o son una violación de nuestro derecho a la intimidad.

Empecemos por la prescindibilidad. Diversos artilugios móviles o cajeros automáticos ofrecen la posibilidad de reconocer nuestra cara mediante una cámara como alternativa a la introducción de una contraseña o nuestra huella digital. En este caso, es el usuario el que ha asumido plenamente ese uso, de manera que no hay ninguna violación de un derecho, pero no deja de ser un uso un tanto peculiar de esa tecnología, un poco como cazar moscas a cañonazos.

Sistema de detección biométrica de Delta Air Lines en el aeropuerto de Atlanta,  (Photo by Chris Rank, Rank Studios 2018)

Por el contrario, la introducción de sistemas automáticos de reconocimiento facial en lugares públicos, sin nuestro expreso consentimiento es una violación a nuestro derecho a la intimidad, sin importar lo altruísticas que puedan ser esas razones.

En primer lugar, necesitamos entender con propiedad que es el derecho a la intimidad o la privacidad.  El derecho a la intimidad es el poder para controlar aquello que otros puedan saber acerca de nosotros y para mantener privadas aquellas acciones que culturalmente una sociedad considera no es de buen gusto hacer públicas. 

El derecho a la privacidad no tiene nada que ver con el secretismo. La intimidad es el estado natural del ser humano. Si quiero hablar con un amigo de algo confidencial no tengo más que apartarme un poco de la multitud y podemos hablar tranquilamente sin miedo a ser oídos. Hablándole al oído tengo la garantía de que incluso personas cercanas no escucharán lo que le digo. El simple gesto de correr una cortina hace que mi dormitorio sea un espacio inobservable para terceros no deseados.

“En el mundo digital somos públicos por defecto y anónimos con esfuerzo”

Cuando interactuamos en un lugar público, a menos que seamos una “famosa” o “famoso”,  somos anónimos por defecto, y si queremos ser reconocidos tenemos que hacer algún esfuerzo consciente, como llevar esas etiquetas con nuestro nombre y afiliación cuando vamos a un congreso. La máxima identificación al que estamos expuestos es que un amigo, familiar o conocido nos reconozca, pero sabemos que terceros no deseados no sabrán que hemos estado allí.

O al menos así era hasta nuestro salto a la sociedad de la información. Todo lo que hacemos en Internet deja por defecto una huella, a menos que tomemos medidas para ello: usar criptografía, VPNs, etc. En el mundo digital, somos públicos por defecto y anónimos con esfuerzo.

edenpictures en Visualhunt.com

Introducir sistemas de reconocimiento facial en las calles convertiría un espacio naturalmente anónimo en uno en el que estamos registrados e identificados, y para el que no disponemos de equivalentes criptográficos, salvo que queramos salir a la calle siempre con pasamontañas.

Quiero insistir en este aspecto. Aunque Internet es un espacio cada vez más coercitivo, disponemos de recursos digitales para proteger nuestra intimidad. Podemos usar VPNs para evitar que se recopilen datos sobre nosotros para crear perfiles. Si no nos gusta lo que Facebook o Google hacen con nuestros datos, tenemos buscadores y redes sociales alternativas que no negocian con nuestra privacidad. Si de repente aeropuertos, escuelas, centros comerciales se llenan de estos sistemas de reconocimiento no tenemos tecnologías razonables para protegernos.

Terceros que deciden ningunearnos

Me podrían objetar que un sistema de reconocimiento facial no está realmente violando mi intimidad. Paso delante de la cámara, mi rostro queda registrado como un grupo de píxeles, se etiqueta com mi nombre y va una base de datos, pero ningún humano me ha reconocido realmente, y esa base de datos solo se consultaría bajo la orden de un juez que sospechara mi intervención en algún tipo de delito en las inmediaciones.

Este tipo de argumentación olvida un hecho básico del derecho a la intimidad y es que va asociado una idea de dignidad humana. Si alguien ha puesto un micrófono en mi casa y graba mis conversaciones, es irrelevante que yo lo sepa o no. El hecho de que un tercero ha decidido ningunearme a la hora de decidir qué comparto con los demás y qué no es un ataque directo a mi dignidad como persona. 

“El derecho a la intimidad implica decidir cuando liberamos información personal”

Recordemos el escándalo Snowden. Saber que la NSA espiaba de forma sistemática todas nuestras comunicaciones electrónicas creó una gran indignación. Y saber que se trataba de sistemas automáticos que simplemente buscaban terroristas no ayudó nada a superar esa indignación. 

Dicho de otra forma, por definición, el derecho a la intimidad implica la capacidad de autoregulación. He de ser yo el que decida cuándo información personal sobre mí queda liberada y cuándo no. Si es un tercero el que decide cuándo ha de pasar eso, por muy bien intencionado que sea, está violando mi derecho a la privacidad.

En la calle queremos controlar la intimidad

Otra posible objeción es observar que una cámara en realidad hace la misma función que un paseante anónimo. Mi privacidad estará a salvo a menos que empiece a comportarme de una forma incorrecta en ese espacio público. En ese caso, tanto el paseante de carne y hueso como la cámara de vigilancia tienen todo el derecho a advertir de mi comportamiento erróneo al orden público. 

Puedo aceptar la equivalencia entre un paseante y una cámara de vigilancia “clásica” en la que simplemente hay una persona mirando un monitor. Pero un sistema de vigilancia automático es algo totalmente diferente. Ese sistema nos identifica de salida, independientemente de si nuestro comportamiento sea correcto e incorrecto y ello erosiona nuestro derecho a la intimidad y ataca por tanto nuestra dignidad como seres humanos.

Empresas y estados registran continuamente nuestras acciones en el mundo digital: qué websites visitamos, qué conceptos buscamos, a qué le damos me gusta. Y parece haber una tentación muy fuerte a usar los micrófonos de nuestros móviles para escuchar lo que decimos. Plazas, calles, centros comerciales eran hasta ahora los únicos espacios en los que teníamos un mínimo control sobre nuestra intimidad. Aceptar que también se van a registrar nuestros movimientos en esos espacios mediante sistemas de reconocimiento facial sería un último clavo al ataúd de nuestra dignidad. No permitamos que pase.

David Casacuberta

Profesor de filosofía en la Universidad Autónoma de Barcelona. Investiga las implicaciones sociales, culturales y cognitivas de las tecnologías digitales.
@dcasacuberta
4 comments
  1. Gracias por una excelente reflexión.
    Quizá os interese escuchar como la Congresista AOC interroga sobre este tema en una esión de la Cámara. Ya demostró con Mark Zuckerberg que es una buena interrogadora.
    Muy cordialmente

    1. Sí. Escuché en su momento esa intervención de AOC y coincido contigo en que hizo un muy buen trabajo.
      Gracias por colaborar con collateral bits

      Da5id

  2. En el NYT proponen ir al fondo de la cuestión: “We’re Banning Facial Recognition. We’re Missing the Point.
    The whole point of modern surveillance is to treat people differently, and facial recognition technologies are only a small part of that.”.

    https://www.nytimes.com/2020/01/20/opinion/facial-recognition-ban-privacy.html

    Acaba así: “We need to have a serious conversation about all the technologies of identification, correlation and discrimination, and decide how much we as a society want to be spied on by governments and corporations — and what sorts of influence we want them to have over our lives.”

    Creo que hemos de reflexionar sobre este “WE” y actuar en consecuencia.

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