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Resistir a Google en las aulas

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Diversas iniciativas intentan impedir que las grandes tecnológicas dominen la educación digital. La aceleración y la pandemia dificultan que las soluciones alternativas se consoliden

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Resistirse al dominio de las multinacionales tecnológicas no es fácil. No lo es, sobre todo, en tiempos de vulnerabilidad, como los que todavía vivimos a causa de la pandemia, en los que nos aferramos a lo disponible sin tiempo ni ganas de evaluar, matizar y probar otras opciones.

Sin embargo, una cierta voluntad de resistencia se percibe en el campo de la educación. Son diversas las iniciativas que tratan de frenar la penetración en las aulas de la Google Suite for Education, un conjunto integrado de programas y aplicaciones, muchos de ellos gratuitos.

Para ello deben combatir una hegemonía que Google alcanzó en Estados Unidos en sólo cinco años (2012-2017) y que ya expande al resto del mundo occidental.

Actualmente más de la mitad de los estudiantes de escuelas primarias y secundarias norteamericanas, más de 30 millones de niños, usan sus aplicaciones educativas. También sus Chromebooks, ordenadores portátiles de bajo coste que no tuvieron demasiado éxito en el ámbito de los negocios, están ya en la mayoría de escuelas americanas. En 2016, los Chromebooks representaban el 58 por ciento de los dispositivos electrónicos de las escuelas primarias y secundarias en los Estados Unidos, frente a menos del 1 por ciento en 2012.

Para conseguir ese predominio, en 2012 los responsables de la división de educación de Google se lanzaron a viajar por todo el país para convencer a los maestros de las bondades de su paquete de soluciones. Establecieron docenas de comunidades online, los Google Educator Groups, en las que los maestros podían intercambiar ideas para usar su tecnología. Iniciaron programas de capacitación para aquellos educadores que querían acreditar su experiencia en las herramientas de Google o enseñar a sus compañeros a usarlas.

Los maestros comenzaron a hablar de Google en las redes sociales y en congresos sobre tecnología educativa y a elogiar sus productos, más económicos que los de Microsoft, su principal competencia, que más tarde reaccionó y se avino a ofrecer versiones gratuitas de sus programas de Office.

La batalla de las grandes tecnológicas por el control del mercado de la educación digital sigue viva. Google domina; Microsoft no se rinde. Enmedio, una comunidad educativa que no sabe si seguir la vía fácil y rápida que ofrecen las grandes tecnológicas o plantarse e insistir en el uso de herramientas alternativas. 

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¿Es viable la resistencia?

Entre las iniciativas que proponen soluciones alternativas, la más reciente es la de Barcelona que ha puesto en marcha un proyecto de Digitalización Democrática de los centros educativos liderado por Xnet. Durante este mes de mayo está previsto que se presente el prototipo de soluciones integradas basadas en código libre para que pueda ser puesto en marcha el próximo curso.

Esencialmente, el paquete de soluciones que ofrece Xnet consiste en la integración de diversas plataformas de software libre ya existentes como Nextcloud, para los servidores, Big Blue Botton, para las pizarras digitales, Moodle para la gestión compartida, Jitsi, para las videoconferencias y Etherpad, para la redacción y creación de documentos. El proyecto también incluye infraestructuras, recursos pedagógicos, acompañamiento y servicios técnicos que permitan la digitalización de los centros educativos con tecnologías libres y auditables.

El camino lo inició hace un tiempo la Comunidad Valenciana, pionera en el uso de software libre en las escuelas (Aules). Pero la resistencia tiene sus límites, y en diciembre, la Comunidad, que mantiene su proyecto de software libre, firmó un acuerdo con Microsoft para impulsar la innovación educativa en los centros docentes de la comunidad.

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A otras comunidades les pasa algo parecido. La Comunidad de Madrid, cuyos centros públicos disponen de un aula virtual propia encuadrada en la plataforma Educamadrid, también han firmado con Microsoft. Andalucía, que desde hace años utiliza su propia plataforma (Séneca) ha establecido convenios con Microsoft y con Google. Canarias apuesta por Google.

¿Qué ocurre, se está desvaneciendo la resistencia?

A la espera de comprobar las prestaciones introducidas por el prototipo de Xnet, la realidad demuestra que, hasta ahora, las soluciones alternativas han necesitado un plus de voluntad y sobreesfuerzo que no todas las comunidades educativas están dispuestas a hacer, sobre todo cuando la urgencia de la teleeducación apremia. Tampoco todos los programas alternativos han respondido a la necesidad del momento.

Las multinacionales de la tecnología disponen de recursos y niveles de usabilidad que superan los alcanzados por el software libre. Éstos difícilmente alcanzan el nivel de prestaciones, comodidad e integración que ofrecen los productos de las Big Tech que, a menudo, son acogidos con rapidez por unas comunidades educativas necesitadas de soluciones urgentes y fiables y que afrontan como pueden el proceso de transformación y capacitación digital.

La pandemia y el confinamiento de los escolares ha dado el empujón definitivo para consolidar la penetración de las multinacionales tecnológicas en el ámbito educativo y ha demostrado que algunas alternativas no han dado el rendimiento que requería la situación.

Un ejemplo es el de EducaMadrid, la plataforma digital que usan los centros públicos de la comunidad madrileña. “EducaMadrid falla más que una escopeta de feria”, denunciaba El Confidencial. La plataforma dió problemas durante todo el período de confinamiento escolar. La borrasca Filomena agravó la situación y colmó la paciencia de los docentes de la enseñanza pública, los únicos que están obligados a utilizar el sistema. Los centros privados y concertados han optado mayoritariamente por Microsoft y Google.

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Si las herramientas de las multinacionales son más fiables y cómodas y sus soluciones son económicas, si no gratuitas, ¿por qué resistirse?

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Poder multinacional 

La primera razón de resistencia la encontramos en la necesidad de no ceder más terreno a unas multinacionales de la tecnología que dominan los negocios digitales y todos los ámbitos de la vida online de las personas de los que puedan sacar rendimiento. La educación es uno de ellos y uno de los más apetecidos. Buscar soluciones alternativas que no hipotequen el desarrollo educativo a los intereses de unas multinacionales privadas parece razonable. Sólo por este motivo valdría la pena que las redes públicas (y privadas) de enseñanza intentaran resistirse y perseverar en el empeño de que la digitalización educativa se haga al margen de los intereses de las grandes corporaciones. Hace unos años muchas administraciones lograron resistir el empuje de las herramientas propietarias de Microsoft y optaron por soluciones de código libre para la digitalización de los servicios públicos.

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La privacidad en riesgo

Pero el motivo más invocado es el riesgo de que los alumnos pierdan el control de la privacidad de sus datos. Google niega que los utilice para otra finalidad que no sea la educativa. “Ni los almacenamos ni usamos para elaborar perfiles comerciales ni de ningún otro tipo“, aseguraba hace unos meses Marc Sanz López, responsable de Google for Education para el sur de Europa: “No es que lo diga yo, es que está en todos los contratos. Si comercializáramos los datos o les mostráramos anuncios sería una manera clarísima para perder la confianza de los usuarios. Eso es algo que no nos podemos permitir.

Sin embargo, diversas autoridades europeas, como la suiza o la noruega, han expresado sus dudas acerca de la presencia de Google en las escuelas. Manuela Battaglini, directora ejecutiva de la consultora Transparent Internet asegura que hay “pruebas palpables” de que Google lee la información almacenada en su nube a través de programas de inteligencia artificial. Incluso algunos investigadores académicos han denunciado que les han cerrado sus cuentas en Google Drive, donde guardaban sus trabajos, porque, a criterio de la compañía, el contenido iba “en contra de sus normas”. 

Battaglini añade: “cuando un niño escribe y desarrolla sus actividades en los productos de Google, genera una información de la que se podría inferir, por ejemplo, que tiene un cuadro de ansiedad, que es disléxico, que sus padres tienen algún problema en casa, dónde vive, su nivel económico, qué religión profesa, si hay un problema de aprendizaje…. A partir de ahí, se pueden realizar perfiles de los alumnos, un perfil perfecto de su personalidad durante tantos años en la escuela usando sus productos, y esto puede marcar de una forma totalmente negativa el futuro de estas personas”.

En septiembre de 2019, Google y YouTube aceptaron pagar una multa de 136 millones de dólares a la Comisión Federal de Comercio de los Estados Unidos y otra de 34 millones al estado de Nueva York por violar la Ley de Protección de la Privacidad Infantil en Internet, al recopilar ilegalmente información personal de niños sin el consentimiento de los padres.

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Una puerta abierta a Youtube

Para Google no es difícil eludir el control de la privacidad y, a la vez, cumplir los contratos. Cuando, por ejemplo, los niños se conectan a Youtube sus datos se recopilan y gestionan como los de un adulto. Para que esto no ocurra, los estudiantes deben cerrar expresamente su sesión en la Google Suite de educación antes de entrar en Youtube, algo que realmente muy pocos hacen. Esa “trampa” facilita que, de hecho, la mayoría de escolares sean usuarios conectados a toda la red de Google y, a fin de cuentas, puedan ser tan rastreados y monitorizados como cualquier otro usuario.

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La educación condicionada

Otro factor a tener en cuenta es que Google, gracias a la integración de sus múltiples programas, condiciona las formas de participación pedagógica de acuerdo con las lógicas de su plataforma. Su objetivo no es ofrecer programas aislados que se utilicen a conveniencia de los responsables educativos sino todo un conjunto de programas integrados que capturan y modelan toda la experiencia digital en el aula.

Además, aunque Google permite la integración de programas de terceros, esas integraciones pasan por su API y la interoperabilidad de los datos circula por sus centros de almacenamiento, con lo que Google puede conocer no solo lo que hacen los usuarios sino las prácticas pedagógicas de los maestros así como los usos detallados de los programas de la competencia y así aprender de ellos.

Resistir a las Big Tech no es fácil pero parece razonable que los gobiernos y las escuelas lo intenten. Está en juego que el futuro digital de la educación no dependa de los intereses privados de unas multinacionales con mucho ánimo de lucro.

Joan Rosés

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