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Sustituciones invisibles

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La tecnología se orienta a reemplazar capacidades propiamente humanas, como la toma de decisiones y la creatividad. Remplazamientos parciales que pasan inadvertidos bajo el aspecto de la mutua colaboración

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Hace unos días, el filósofo Daniel Innerarity publicaba en La Vanguardia un artículo crítico con los agoreros del remplazamiento, esto es, aquellos que alientan el temor a que podamos ser sustituidos, ya sea por inmigrantes o por máquinas. Analizaba ambos temores por separado pero, según su criterio, comparten un mismo origen: malos augurios que se apoyan en malos análisis.

En lo referente a la relación de los humanos con las máquinas, la idea central del artículo se sustenta en la siguiente frase: “A lo largo de la historia ha habido innumerables efectos de sustitución (de una tecnología por otra, de culturas e incluso civilizaciones enteras), pero también pronósticos de desaparición que no se han cumplido. Nos imaginamos colonizados por los otros, sometidos a las máquinas, cuando la realidad es que han surgido nuevas configuraciones en las que ambas realidades, nosotros y los otros, los humanos y las máquinas, aun en medio de no pocas tensiones y conflictos, persisten, se mezclan y conviven.”

La capacidad de adaptación de la humanidad ha superado hasta ahora todos los malos augurios y en el futuro ocurrirá lo mismo si nos concentramos no tanto en sembrar temores sino en diseñar una adecuada relación humano-máquina. Este es el pronóstico.

Es cierto que la máquina ha sustituido a las personas en muchas tareas, sobre todo en lo que se refiere a tres aspectos: los relativos a la fuerza, a la velocidad y a la capacidad. Las máquinas pueden desempeñar esfuerzos sobrehumanos, nos permiten ir más deprisa en nuestros desplazamientos y en nuestros cálculos y pueden manejar cantidades ingentes de materiales o datos. Pero hasta ahora no se había dado que la máquina fuera capaz de reemplazar capacidades intrínsecamente humanas como tomar decisiones o crear textos o imágenes, por ejemplo. Los últimos avances tecnológicos introducen un cambio sustancial que modifica la naturaleza del remplazamiento.

Que la máquina “tome decisiones” o ejecute trabajos “creativos”, componiendo textos, imágenes o música, no supone que perciba o entienda la dimensión de sus actos. Pero su mera ejecución, elaborada a partir de ingentes cantidades de datos y algoritmos sofisticados, facilita el remplazamiento humano. Lo que las máquinas dotadas de la mal llamada inteligencia artificial comienzan a hacer no es propiamente humano pero se parece a lo humano. Y en tiempos de digitalización, en que todo se comprime y se acelera, eso ya nos vale. Por lo menos, le vale al mercado. 

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Máquinas al servicio de personas que sustituyen a personas

Añade el artículo que “si la llamada inteligencia artificial hiciera lo que hace el cerebro humano, habría motivos para exultar o para inquietarse, pero lo cierto es que son dos potencias que, pese a su nombre, se parecen bastante poco y colaboran más que compiten.”

Es verdad que, sin demasiado fundamento, ciertas visiones transhumanistas o simplemente alarmistas plantean un debate equivocado cuando sitúan el poder futuro de la máquina al nivel del cerebro humano. Otorgan a las máquinas una entidad que no tienen ni tendrán. Pero que ambas entidades no lleguen a ser equiparables no evita el remplazamiento. 

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Las máquinas son instrumentos al servicio de quienes detentan su control y sus funciones pueden ser usadas para la colaboración pero también para la sustitución. No son las máquinas las que sustituyen motu propio, no son los robots los que por su cuenta reemplazan puestos de trabajo, sino que, como ha sucedido siempre, somos los humanos quienes utilizamos las máquinas como herramienta para sustituir a otros humanos.

Ocurre ahora que el nivel de sustitución puede alcanzar cotas hasta hace poco impensables. Máquinas usadas por personas que permiten convertir la intimidad de nuestros comportamientos en una nueva intimidad vigilada y rentable. Sustituir el anonimato por el rastreo permanente. La toma de decisiones por el cálculo algorítmico. El azar y la incertidumbre por predicciones calculadas en base a datos y estadísticas. La creatividad improvisada por imitaciones artificiales. Poderes privados globales que tratan de sustituir la gobernanza de lo público. Remplazamientos parciales ocultos bajo la apariencia de la colaboración.

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Trabajos sustituidos por tareas

La pérdida de puestos de trabajo que pueda causar la automatización generalizada es tal vez el temor principal. Sobre ello apunta Innerarity que “tampoco los sistemas auto­matizados realizan trabajos, sino tareas, lo que es bien distinto”. Efectivamente, tareas y trabajos no son lo mismo en el plano conceptual, pero debemos reflexionar si el trabajo, o algunos trabajos, están siendo sometidos a un proceso sistemático de deconstrucción, reemplazados por conjuntos de tareas inconexas que sólo tienen sentido para el sistema algorítmico que las organiza y para el mercado que acepta el producto o servicio resultante.

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Pesimismo crítico versus euforia tecnopositivista

Y añade: “Es verdad que toda la dificultad del asunto –de la convivencia social y de la convivencia con las máquinas– está en las transiciones que debemos acometer. En esos tránsitos se ventilan graves cuestiones de justicia y se vuelven a dibujar las brechas entre perdedores y ganadores.”

La transición presenta grandes retos, pero también, el modelo al que nos dirigimos. La historia tal vez nos induce a pensar que vamos hacia un modelo de colaboración provechosa, pero esto no tiene por qué ser así. Se están produciendo cambios demasiado sustanciales en la naturaleza del remplazamiento como para que debamos ser optimistas por analogía. 

Es cierto que en determinados círculos se retroalimenta el pesimismo exacerbado sobre el futuro. Solo hace falta ver los títulos de muchos de los libros de no ficción que se acumulan en las librerías. Se extiende el pesimismo generado a partir de la idea de sustitución total. Robots que nos echan del trabajo, máquinas que escriben todas las novelas, algoritmos que deciden las sentencias, policías robotizados que ejecutan automatismos de delincuencia predictiva…

La idea de la substitución total nos sitúa en el terreno de la exageración, la distopía literaria o la ciencia ficción. Pero, en cambio, sin demasiados sobresaltos, se van consolidando sustituciones parciales, invisibles muchas de ellas, como las que, fruto de la precisión de la tecnología, hacen inadmisible el error humano, derivan la confianza hacia la máquina (coches autónomos), abundan en considerar el trabajo humano algo prescindible, caro y molesto (productividad), delegan responsabilidad en los algoritmos, refuerzan el valor de la comodidad y la inmediatez en la satisfacción de los deseos individuales en detrimento de la convivencia colectiva y la sostenibilidad de los bienes comunes, reorientan el cuidado físico y emocional de las personas vulnerables hacia mecanismos robóticos o promueven sustituir la realidad física por la virtualidad radical (metaverso).

 “Mientras nos dejamos atrapar por el miedo a mayúsculas amenazas que contemplamos con impotencia, descuidamos la gestión justa de las transiciones que tenemos a nuestro alcance”, dice Innerarity.

Tiene razón. Las exageraciones sobre el futuro nos distraen de las urgencias del presente. Pero un poco de pesimismo crítico que compense tantos años de euforia tecnopositivista tampoco viene mal. 

Joan Rosés

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