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¿En qué momento se jodió lo digital?

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La sociedad ha confiado su futuro a la tecnología digital pero los líderes de ese futuro están poniendo en riesgo la democracia, la convivencia, la salud mental de los usuarios, los derechos de los trabajadores o la libre competencia

 

El verano ha concentrado noticias inquietantes. 

Elon Musk se alinea con Donad Trump, sigue convirtiendo X en una red abierta a la desinformación y lanza Grok-2, un modelo de IA que opera con apenas restricciones ni filtros.

A Pavel Durov, fundador de Telegram, lo detienen en París y lo acusan de doce delitos entre ellos permitir que las actividades criminales campen a sus anchas en la plataforma.  

El Tribunal de Justicia de la Unión Europea obliga a Apple a devolver 13.000 millones de euros en impuestos detraídos de su negocio en Europa a través de su matriz en Irlanda.

A Google, el mismo tribunal europeo le impone una multa de 2.400 millones de euros por favorecer su servicio de comparación de productos en su motor de búsqueda y un juez federal norteamericano le aplica la ley antimonopolio por abusar del negocio de las búsquedas. 

A Meta, un moderador de contenido de Barcelona le presenta una querella por falta de protección ante la “tortura psicológica” que implica su trabajo.

Amazon y Microsoft se han librado esta vez, pero ambas acumulan un largo historial de sanciones y denuncias por prácticas abusivas en lo laboral y en lo mercantil. Y el nuevo gigante de la IA, OpenAI, ya tiene en los juzgados unas cuantas demandas por haber entrenado sus chatbots y modelos lingüísticos con contenido supuestamente pirateado.

¿Qué está ocurriendo? ¿Por qué los líderes del mundo digital actúan con tanta desfachatez y hacen del abuso su modelo de negocio?

Internet nació con la promesa de la descentralización pero se ha convertido en terreno propicio para los monopolios. Debía ser una herramienta para distribuir el poder pero se lo están quedando unos pocos. Y esos pocos se están acostumbrados a operar con impunidad, traspasando líneas que pueden poner en riesgo la democracia, la convivencia, la salud mental de los usuarios, los derechos de los trabajadores o la libre competencia.

 

Una descomunal máquina de poder

Mario Vargas Llosa se preguntaba en Conversación en la Catedral (1969): ¿en qué momento se jodió el Perú? En la novela, un periodista desencantado y un ex sirviente caído en desgracia reflexionan sobre sus vidas, las circunstancias que los han llevado a su situación y los factores que determinaron la crisis crónica de su país.

Parafraseando al novelista y vistos los derroteros que está ha tomado el liderazgo tecnológico cabría preguntarse: ¿en qué momento se jodió lo digital?

Como en Perú y en muchos otros países, no hay un momento ni un acontecimiento único que explique la deriva. Las crisis acostumbran a ser acumulativas, a veces con episodios llamativos, pero a menudo son fruto de un deterioro contínuo e imperceptible.

Lo digital se empezó a joder cuando una segunda generación de pioneros descubrieron el astronómico potencial de negocio que tenían en sus manos y aprovecharon hábilmente los efectos de red que retroalimenta el crecimiento exponencial de sus empresas. 

Cuando se impuso el concepto de disrupción a cualquier precio como única vía deseable para la innovación.

Cuando exprimieron al límite el negocio de la atención y descubrieron los mecanismos para alentar la adicción emocional de los usuarios. 

Cuando aprovecharon el éxito y la novedad de sus tecnologías para abrumar a los poderes públicos y debilitar cualquier intento de control. 

Básicamente, ocurrió cuando lo digital se convirtió en una descomunal máquina de poder. 

La Comisión Europea y algún estado norteamericano como California intentan poner coto a ese dominio, pero no está siendo fácil. El Tribunal de Justicia Europeo ha tardado siete años en sancionar a Apple. En economía digital siete años es una eternidad y da mucho margen para actuar y reforzar la posición dominante de los nuevos monopolios.

 

Hombres buenos

En 2018 apuntábamos en estas mismas páginas:

“Estados Unidos mantiene una tradición contradictoria con los monopolios. A mediados del XIX la Western Union se convirtió en una empresa todopoderosa que dominaba la red del telégrafo y monopolizaba el flujo de información con un acuerdo exclusivo con la Associated Press. Años más tarde, gracias a las trabas que le puso el gobierno federal y a su incapacidad para darse cuenta de lo que supondría el negocio de la telefonía, la Union perdió su posición de dominio y surgió la ATT, que se convirtió en un monopolio aún más poderoso.

Entonces, (¿y ahora?) los emprendedores americanos creían que las virtudes del monopolio iban más allá de las ventajas evidentes que proporcionaba al negocio. Concentrar el poder era un deber moral.

Theodore Vail, primer presidente de la ATT, decía que el público nunca se ha beneficiado de la “competencia destructiva”. Según Vail, todos los costes de la competencia recaen a la larga en el público. Creía en corporaciones científicamente organizadas dirigidas por “hombres buenos”.

Por la trayectoria que llevan, no parece que los líderes actuales de las grandes compañías tecnológicas respondan a ese perfil de bondad que se asignaba a sí mismo el presidente de la ATT.

 

Auge digital y deterioro de la democracia

Dice Carissa Véliz, autora del libro “La privacidad es poder” y profesora de ética en la Universidad de Oxford, que “no es una coincidencia que la degradación de la democracia se dé al mismo tiempo que el auge de la tecnología digital”

No es una coincidencia porque el poder de estas corporaciones es cada vez mayor y la capacidad de control público, más débil. 

Porque la asociación entre lo digital y el progreso evoluciona bajo un relato que estimula la fascinación por la novedad y el descrédito de la crítica.

Porque los monopolios de lo digital han hallado en la aceleración y la anticipación a la ley la fórmula para desarrollar negocios sin control.

Porque en un escenario de competencia global descarnada, la supuesta bondad de Theodore Vail no es precisamente la virtud más apreciada en un líder. 

El Perú se jodió y los acontecimientos de los últimos años muestran cómo sigue de jodido, pero los peruanos no renuncian a buscar la fórmula que permita recomponer su país.

De la misma manera, la sociedad debe encontrar la vía para encauzar lo digital hacia formas de gobernanza y liderazgo que sean compatibles con la democracia, el progreso real de la sociedad en su conjunto y la preservación de los derechos fundamentales.

La sociedad ha depositado toda su confianza en la tecnología digital. Su futuro depende de ella. Dejar que lo lideren un puñado de “hombres buenos” no ha sido una buena idea.

Joan Rosés

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