Fuente: Dinand Tinholt en «De los modelos lingüísticos a los modelos del mundo y por qué la conversación se ha vuelto real»

Comprender el mundo

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Los poderes tecnológicos se están convirtiendo en nuestro acompañante principal para estar en el mundo y comprenderlo

 

En inteligencia artificial se habla últimamente de “modelos del mundo”. El concepto se refiere a los nuevos modelos que interpretan no sólo el lenguaje sino el espacio e incluso el contexto. La investigación y la inversión están destinando muchos recursos a lograr que la IA actúe coherentemente en entornos físicos, cambiantes y complejos. Se considera primordial que los robots, los vehículos autónomos, la realidad virtual, los agentes IA y otras innovaciones por venir “comprendan el mundo”.

No hay tanto entusiasmo investigador ni inversor en la otra cara de la comprensión del mundo. La que nos concierne a nosotros. La que debería ocuparse de analizar cómo la inteligencia artificial afecta a la capacidad humana de entender la realidad. 

Hoy por hoy, esta preocupación no parece tan relevante, aunque debería serlo dado que la IA aspira a convertirse en nuestro principal intermediario con el mundo y a constituirse en el eje que vertebrará la sociedad del futuro. Cualquier tarea que implique estar ante un dispositivo digital será mediada por la IA: informarse, programar código, comprar, buscar consejo médico, psicológico o legal, llevar la contabilidad, resumir un libro, redactar un texto o incluso cultivar amistades aunque sean artificiales. 

Jakob Nielsen, reconocido gurú de la usabilidad, dice que nos hallamos ante el tercer gran cambio de paradigma en la historia de las interfaces de usuario.​

Durante más de 60 años, hemos interactuado con ordenadores mediante comandos específicos: desde líneas de código hasta clics en interfaces gráficas. Entramos ahora en una nueva era que prescinde de la habilidad y se limita a la intención. En lugar de indicar al ordenador cómo hacer algo, simplemente le decimos qué queremos conseguir. Los interfaces tradicionales se vuelven invisibles (Zero-UI). Nuestras intenciones las vehiculan los algoritmos y los agentes de IA.

 

Más poder para los grandes operadores

Gracias a la IA, los grandes poderes tecnológicos se están convirtiendo en nuestro acompañante principal para estar en el mundo y comprenderlo.

OpenAI, que comenzó su andadura como entidad sin ánimo de lucro y que hace unas semanas culminó su transformación a corporación privada, no oculta su deseo de ser la puerta de entrada de todas las actividades digitales posibles.

Google, que ya ostenta esa posición de dominio en el ámbito de las búsquedas, la navegación web y el sistema operativo de los teléfonos móviles, apuesta por una IA en cualquier parte.

Los primeros efectos de esa preponderancia no están siendo inocuos, sobre todo para los medios digitales. Cuando Google implementó AI Overviews —resúmenes generados por IA asociados a los resultados de búsqueda— se produjo una caída drástica del tráfico hacia sitios web (un 47,5%, según SEO Authoritas), lo que amenaza el modelo económico de miles de publicaciones. 

“Es un nuevo salto hacia la homologación total de las búsquedas, pero también del conocimiento y, en última instancia, del cerebro humano”, Franco “Bifo” Berardi (El País).

En comercio electrónico, los agentes apuntan a gestionarlo todo: desde personalizar recomendaciones hasta negociar precios, ofrecer descuentos e incluso procesar transacciones. McKinsey estima que en 2030 los agentes de IA se convertirán en el canal principal de compras. De ahí el intento de Amazon de impedir que el navegador Comet de Perplexity que incorpora agentes IA acceda a su páginas y le arrebate el control de su plataforma. 

Los efectos de la intermediación preponderante de la IA se intuyen importantes.

Concentración del acceso. La IA se convierte en el intermediario principal y, por lo tanto, en el punto único de entrada de nuestra interacción digital. Ya no necesitamos navegar entre múltiples páginas, aplicaciones o fuentes de información. Un agente de IA puede gestionar y resolver la complejidad de la navegación, búsqueda y ejecución de tareas, filtrar la información que recibimos y organizarla en nuestro nombre.

Habilidades delegadas. Ya no hace falta saber cómo manejar interfaces o entender los detalles técnicos de las diversas plataformas. El agente asume esas funciones operativas, incluso las más complejas, como programar código.

Menos transparencia. La IA ejecuta acciones en nombre del usuario basándose en sus propios modelos y datos. La falta de visibilidad y trazabilidad de estas decisiones automáticas dificulta la comprensión de los sesgos y la detección de errores y aumenta el riesgo de manipulación.

Más poder para los operadores dominantes.  Al convertirse en intermediarias principales, las corporaciones propietarias de esas plataformas adquieren un control sin precedentes sobre la información, productos o servicios que utilizan las personas. A ese poder se le suma la propiedad de la mayor parte de los recursos e infraestructuras (capacidad computacional, centros de datos, capital) que sólo ellas tienen. El poder económico e influencia política de las corporaciones tecnológicas dominantes rebasa cualquier dimensión hasta ahora conocida y pone en jaque la capacidad de las administraciones públicas de controlarlas, regular la libre competencia e impedir que se conviertan definitivamente en monopolios incontrolables.

Mayor riesgo de colapsos. Cuando los flujos de trabajo dependen de infraestructuras únicas privadas (redes, centros de datos, computación en la nube, aplicaciones dominantes…), un fallo puede comportar efectos devastadores para millones de usuarios. 

 

Deterioros invisibles

Pero hay, además, todo un abanico de nuevas afectaciones no tan perceptibles. 

Además de adaptarnos a las disrupciones tecnológicas más o menos visibles, nos enfrentamos a un conjunto de disrupciones invisibles que afectan a nuestra forma de ser y estar en el mundo” (Collateral Bits, septiembre 2025)

Un reciente artículo de Kwame Anthony Appiah en The Atlantic abunda en la idea. Se titula The Age of De-Skilling y podría traducirse como La era de la pérdida de habilidades.

“Los niños que recurren a Gemini para resumir Noche de Reyes quizá nunca aprendan a comprender a Shakespeare por sí mismos. Los aspirantes a abogados que utilizan Harvey AI para el análisis jurídico podrían no desarrollar la capacidad de interpretación que sus predecesores daban por sentada. En un estudio reciente, cientos de participantes del Reino Unido realizaron una prueba estándar de pensamiento crítico y fueron preguntados sobre su uso de la IA para buscar información o tomar decisiones. Los usuarios que dependían más de la tecnología obtuvieron peores resultados”.

Si resulta importante que la IA comprenda el mundo, conservar y mejorar nuestra capacidad de hacerlo también debería serlo.

Joan Rosés

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