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El coste de tanta tontería

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Fascinados por la calidad de las imágenes y vídeos generados con IA que circulan por las redes, evitamos preguntarnos por el impacto ambiental de tanta banalidad

 

Hace unas semanas, Google lanzó Veo3, el generador de vídeos más potente creado hasta ahora, y el mundo se volvió loco. Miles de videos circulan a diario por las redes como demostración de sus increíbles capacidades.

En marzo, OpenAI presentó un generador de imágenes avanzado y el mundo también enloqueció generando ingentes cantidades de caricaturas y memes al estilo del estudio japonés Ghibli. Resultado: 700 millones de imágenes generadas en una semana desde ChatGPT. Una orgía de bits disfrazada de creatividad que OpenAI se vio obligada a restringir, ahora solo disponible para las cuentas de pago. “Nuestras GPU se están derritiendo”, reconoció Sam Altman, CEO de la compañía.

Microsoft acaba de anunciar que integra gratuitamente el generador Sora en la app del buscador Bing. Cualquiera con un móvil ya puede crear vídeos de calidad con sólo describirlos.

Capacidades que hasta hace muy poco quedaban reservadas a los profesionales están al alcance de cualquier usuario. Y solo estamos al principio.

Lo que no se ve: agua, electricidad y CO2

Invadidos por el entusiasmo, lo que no hacemos es preguntarnos si esta supuesta democratización de la creatividad tiene costes.

Generar una imagen no sale gratis. Generar un vídeo, mucho menos. En todo caso, no le sale gratis al planeta. La transición de modelos de texto a modelos multimodales —imagen, vídeo, música— multiplica el volumen de datos gestionados y las emisiones asociadas a su gestión.

Un estudio del MIT de Massachusetts revela que crear un simple vídeo de 5 segundos con IA consume 42.000 veces más energía que una consulta básica en un chatbot. Esa cantidad bastaría para alimentar un microondas durante más de una hora. Y una consulta a un chatbot requiere más energía que hacerla a un buscador.

La electricidad que necesitan los centros de datos que alimentan la IA se está disparando. Solo en EE.UU., los centros de datos consumen ya más energía que países enteros. Según El País, en 2023, el consumo eléctrico de estos centros alcanzó los 325 TWh, más que lo que gastan en un año España o el Reino Unido. Y no solo energía: el agua para refrigerar los servidores es otro recurso invisible. Cada consulta a modelos como ChatGPT puede requerir más de medio litro de agua. En 2023, los centros de datos de EE.UU. usaron 66.000 millones de litros; en 2028 se espera que esta cantidad se duplique.

También las emisiones de CO2 asociadas a la IA se triplicaron entre 2018 y 2024, alcanzando las 105 millones de toneladas métricas, el 2,18% del total de EE.UU., comparable con toda la aviación comercial del país. Gran parte de esa energía proviene de fuentes contaminantes, ya que muchos centros de datos se conectan a centrales de carbón o gas natural.

Impacto oculto, entusiasmo sin freno

Aunque no lo veamos – o prefiramos no verlo-  tanto entusiasmo tiene un coste ambiental relevante. Mantenemos la ilusión de que la nube es etérea, verde e inofensiva. Pero no hay nada inocente en hacer memes con la cara de Trump o convertir a tus amigos en superhéroes. 

Como reconoce Ina Fried, especialista tecnológica de la revista Axios que pasó algunas noches generando vídeos por diversión: “me siento como si hubiera quemado un acre de selva tropical por una animación de 10 segundos”.

¿Tenemos la culpa los usuarios de ese despilfarro energético? Alguna tendremos, pero, desde luego, no toda. Nuestro entusiasmo ciego responde a un estímulo fomentado por las propias empresas tecnológicas y amplificado por un coro de tecno influencers que se ganan la vida proclamando las maravillas de cada invento.

Incluso medios que deberían informar con rigor y algo de visión crítica celebran cada lanzamiento como si fuera un hito civilizatorio. 

Las redes sociales hacen el resto: nadie quiere quedarse fuera del festival de imágenes absurdas, paisajes de ensueño, retratos al estilo Pixar o Ghibli, caricaturas de políticos, o parodias graciosas.

Entre lo valioso y lo banal

Los líderes de la industria tecnológica y el coro de divulgadores que les acompañan tratan de convencernos de que éste es el precio que hay que pagar para que los inventos fluyan y la inteligencia artificial llegue a la gente. Pero no todo vale.

Bajo la etiqueta “inteligencia artificial” caben realidades muy distintas. Hay usos valiosos: detección temprana de enfermedades, simulaciones para el desarrollo de medicamentos, análisis de patrones en investigación climática, predicción de terremotos o desarrollo de materiales sostenibles… Son avances que salvan vidas, ahorran recursos, y justifican el coste energético que requieren. También hay usos profesionales de la IA generativa que facilitan la creación y producción artística y cultural.

Sin embargo, la mayor parte de imágenes y vídeos que se difunden por las redes y que tanto entusiasmo levantan son otra cosa. En el mejor de los casos, tonterías. Y las tonterías tienen coste.

Joan Rosés

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