Foto de Sasha Freemind en Unsplash

Confianza en cuarentena

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La pandemia somete las relaciones humanas a una prueba de stress que se debate entre el temor a los cuerpos y la solidaridad y el compromiso

La confianza también está en cuarentena: la que tenemos en las personas, en la sociedad, en la política, en los medios de comunicación, la ciencia, la tecnología… 

El Covid-19 somete la confianza a una intensa prueba de stress. Muchas relaciones de interdependencia quedarán alteradas para bien o para mal aunque es pronto saber en qué grado y con qué duración.

Las relaciones de confianza son la base que estructura nuestras sociedades. Sin ellas no es posible convivir. Por eso sus afectaciones son tan importantes.

La filósofa neozelandesa Annete Baier decía que “la confianza es aceptar la vulnerabilidad al daño que otros nos podrían infringir, pero que creemos no ocasionarán”.

Sin embargo, estos días advertimos que los otros sí pueden dañarnos como consecuencia involuntaria de su propia humanidad. La pandemia extiende el recelo hacia los otros y, a la inversa, el temor a ser nosotros, con nuestro aliento, quienes les dañemos. La máscara terapéutica se convierte en un icono del recelo.

La máscara se convierte en un icono del recelo. Foto de Michael Amadeus en Unsplash

El filósofo Carlos Pereda dice que la confianza es un dejarse ir, un abandonarse y, en cierta forma, delegar tu autonomía en el otro: la heteronomía.

En tiempos de pandemia nuestra autonomía se hace vulnerable. Debemos confinarnos, aceptar los consejos de la ciencia y de las instituciones, seguir sus reglas, limitar movimientos, cancelar deseos. Recelamos del individuo que viaja junto a nosotros en el metro o comparte espacio de trabajo, nos soliviantamos ante el carraspeo ajeno pero no nos queda más remedio que aparcar los temores para seguir trabajando, comprando, curándonos… viviendo. Aceptamos nuestra vulnerabilidad. Confiamos a pesar de la desconfianza.

Humanos, demasiado humanos

Hacia los cuerpos se generaliza una prevención que no es nueva. En su libro Ciberleviatán, José Maria Lasalle argumenta que el recelo hacia el cuerpo humano, el propio y el ajeno, ha ido calando a medida que Silicon Valley ha logrado imponer su idolatría a lo tecnológico. En un capítulo que denomina “cuerpos en retirada”, dice: “A medida que avanza la revolución digital el cuerpo se hace cada vez más superfluo. Se ve incluso como un obstáculo que entorpece la asistencia de los agentes incorpóreos que pilotan nuestra conducta y que ponen de manifiesto la deficiencia de la sensibilidad corporal como plataforma de información.” Los robots, la inteligencia artificial, los asistentes virtuales nos recuerdan constantemente nuestras limitaciones corporales, nuestra inferioridad.

La corporeidad pasa a ser un lastre, dice Lasalle, y añade que, para la ideología tecnocientífica dominante, “somos humanos, demasiado humanos”. 

Ahora, con la pandemia, los cuerpos se nos presentan tan humanos que debemos alejarlos. Los saludos se administran, los abrazos se restringen, los besos se evitan. La corporeidad se convierte en amenaza. 

Los abrazos se administran. Foto de Priscilla Du Preez en Unsplash

Solidaridad ante la epidemia

Pero contradictoriamente, en la crisis, lo humano también se fortalece. A pesar de las máscaras y el recelo, la reacción a la pandemia proporciona una nueva oportunidad a lo humano. Se ponen de manifiesto la solidaridad, las redes ciudadanas, el compromiso de los profesionales de la salud, el voluntariado para cuidar niños que se han quedado sin colegio, la atención del vecindario a los más vulnerables, la generosidad cultural virtual para mantener el espíritu, la inventiva para soportar el confinamiento…

El sociólogo Michel Wieviorka, decía hace unos días que “la epidemia nos anima a pensar de modo solidario, a reflexionar sobre nuestros modelos económicos y nuestras expectativas en relación con el Estado, muy lejos de la lógica neoliberal, pero también de la irracionalidad. Combatirla no debe impedirnos preparar el futuro”.

Recuerda el filósofo Sebastien Charles en su prólogo a “Los tiempos hipermodernos” que a pesar del relativismo creciente “es necesario admitir que los derechos humanos no se han vivido nunca de manera tan consensuada como en la actualidad”.

Y también, desde Italia, Nuccio Ordine opina que «en este momento en que la gente no se puede abrazar, darse la mano o besarse, descubrimos que no es verdad la idea que regía el mundo, ese individualismo que asegura que los hombres son islas separadas. Al contrario, tenemos necesidad del otro. Si me daño yo, daño a la comunidad entera.»

A pesar de las máscaras y los recelos, la confianza en lo humano sobrevive. Está por ver con qué nota supera la prueba de stress de estos días, pero pervive.

Joan Rosés

1 comments
  1. Joan,

    Creo que la crisis nos obliga repensar nuestra relación no sólo con la tecnología, sino también con las ideologías de quienes dan primacía a los enfoques basados en tecnología. Creo que nunca seremos «demasiado humanos” (una frase que me resulta intrínsecamente contradictoria). De acuerdo contigo en que «la reacción a la pandemia proporciona una nueva oportunidad a lo humano». La cuestión es si sabremos aprovecharla y cómo. Para que no se quede en otro buen propósito con «déficit de cómos».

    Muy cordialmente

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