Imagen: Toyota

Pantalla sobre pantalla

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Imágenes en movimiento por todas partes, nuevas gafas “inteligentes” que intentan hacerse un hueco en el mercado, Apple tratando de consolidar su caro modelo de “computación espacial”… Nuestra relación con pantallas tiene un límite

 

Hace algo más de una década, Toyota y el Copenhagen Institute of Interaction Design presentaron un prototipo de cristales interactivos para las ventanas de los asientos traseros de los coches. En el video promocional se veía a una niña dibujando con el dedo en el cristal o consultando información sobre las ovejitas que se veían a lo lejos. “Imagine que los viajes dejen de ser una rutina: en un futuro cercano su automóvil fomentará una sensación de juego, exploración y aprendizaje”, decía una voz en off. 

El proyecto, que se denominaba Windows to the World, no llegó a cuajar. Nadie más lo ha intentado, pero los fabricantes no han renunciado a ofrecer posibilidades de juego y entretenimiento a los pasajeros. Las han concentrado en pantallas incorporadas en los respaldos de los asientos y han dejado las ventanillas libres para que los niños, de vez en cuando, miren el paisaje.

La obsesión por poner pantallas en todos lados se ha generalizado: en los supermercados, en las estaciones, en los escaparates, en las salas de espera, en los automóviles… Parece que sin pantallas el mundo es más triste. Necesitamos estar informados y entretenidos todo el tiempo para que en los escasos momentos que levantemos la vista del móvil hallemos una pantalla que nos rescate de la aburrida realidad que perciben nuestros ojos. En nuestra mirada hay negocio.

Otra idea que ahora seduce a las corporaciones tecnológicas es que esos momentos de desapego de las pantallas sean cada vez más escasos gracias a las nuevas gafas equipadas con inteligencia artificial.

Hace un par de años Meta, llegó a un acuerdo con Rayban para los primeros diseños. Ahora acaba de sacar un nuevo modelo que permite traducir los textos que ves, hacer preguntas, grabar vídeos, hacer fotos, transmitir en directo, escuchar música, hablar por teléfono…

Google ha rescatado sus fracasadas Google Glass y pone en circulación otras más potentes. Los fabricantes chinos pretenden inundar el mercado con precios más asequibles.

Son gafas mucho más llevaderas y económicas que las reinas de la colmena, las Apple Vision Pro que cuestan unos 3.000 euros y son otra cosa. Las primeras se parecen a las gafas de toda la vida, plenamente compatibles con el mundo exterior, mucho más ligeras, más económicas y con menos prestaciones que las Apple, pero ambas comparten un mismo objetivo: hacer que accedamos a la realidad el máximo de tiempo posible a través de pantallas, sus pantallas.

 

La computación espacial, un hábito difícil

Cuando Apple presentó las Vision Pro, hace un año, se apoyó en el concepto de “computación espacial”, que no inventaron ellos pero que aprovecharon para desmarcarse del metaverso que había capitalizado Meta y que acabaría naufragando.

La computación espacial viene a proponer que la multitarea que realizamos en pantallas planas de ordenador (escribir, consultar información, operar en hojas de cálculo, ver películas o jugar a videojuegos) las hagamos inmersos en un espacio tridimensional.

Foto: Apple Vision Pro

Aunque son más sofisticadas que el resto de la competencia y la calidad de visión es mejor, las gafas de Apple siguen todavía muy lejos de ofrecer una experiencia suficientemente cómoda para que la computación espacial se convierta en un hábito que vaya más allá de usos puntuales.

Un estudio publicado por la Universidad de Stanford confirma las limitaciones de estas supergafas: la experiencia es incómoda, la coordinación entre la mano y los ojos tarda un 43% más usando las gafas que sin ellas, presionar botones virtualmente no es fácil, aunque mejoran la resolución, al cabo de un rato siguen produciendo la misma sensación de mareo que el resto, quienes llevan gafas graduadas necesitan adaptadores especiales que sólo ofrece Apple…

“De momento – dice el pionero de la realidad  virtual Jaron Lanier–  la mejor sensación se produce cuando te quitas la gafas. En los años ochenta, intentábamos poner flores o cristales bonitos delante de la gente antes de que se quitaran los cascos. Era una gran alegría ver sus expresiones de asombro. En cierto sentido, parecían las de alguien que estuviera viendo una flor mientras tomaba una droga psicodélica. Pero en realidad era todo lo contrario. Estaban percibiendo de nuevo el auténtico éxtasis de lo ordinario”.

 

La realidad intermediada

Un hecho relevante es que con la computación espacial dejamos de ver el mundo directamente con nuestros ojos. Las gafas de Apple nos lo muestran siempre mediante cámaras. Convierten la realidad en su representación y la incorporan al entorno virtual, que es lo importante. Ya no se trata de aumentar la realidad mediante gráficos superpuestos sino de aumentar la virtualidad con elementos reales que nos conecten con nuestras corporeidad. De la realidad aumentada pasamos a la virtualidad disminuida. 

El empeño en el metaverso, convertido ahora en computación espacial, supone un cambio de paradigma en nuestra relación con la realidad. Tener una pantalla colgada delante de nuestros ojos a través de la cual interpretar el mundo y relacionarnos con él, transforma nuestra manera de ser y estar.

Opina Lanier que es muy difícil que estas experiencias acaben cuajando. Las últimas noticias apuntan que Apple estaría frenando el desarrollo de las Vision Pro para centrarse en un modelo más económico. Pero el precio no será el único problema, ni el principal.

“Hay muchas razones por las que la realidad virtual y los juegos no funcionan del todo, y sospecho que una de ellas es que a los jugadores les gusta ser más grandes que el juego, no verse envueltos por él. Quieres sentirte grande, no pequeño, cuando juegas.”

Lo mismo podemos intuir con los no jugadores y la computación espacial. No va a ser fácil que aceptemos diluirnos en un mundo ilusorio y renunciemos a nuestra relación directa con la realidad, por muy asequibles que lleguen a ser las nuevas gafas. Nuestra vinculación con las pantallas tiene un límite.

Joan Rosés

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