Casimir Soler, Stable Diffusion

2023, cuatro tendencias y muchas dudas

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Como cada año por estas fechas analizamos las predicciones que han ido publicando los principales expertos y consultoras tecnológicas

Se prevén nuevos avances en inteligencia artificial generativa pero hay muchas dudas sobre el metaverso, la criptoeconomía, la viabilidad de algunas grandes corporaciones y la sostenibilidad de la digitalización y la transición energética

 

¿Qué promete la tecnología para 2023? Si las previsiones para 2022 aportaban pocas ideas nuevas y muchas promesas vagas en relación a la web3, la criptoeconomía y el metaverso, este año apuntan a un año gris, tristón, incierto, en línea con lo que ha sido finalmente 2022.

Salvando los avances que se anuncian en inteligencia artificial generativa (DALL-E, ChatGPT….) de la que, por cierto, en 2022 nadie anticipó su alcance, y la esperanza de que Apple aliente el mundo virtual con una ambiciosa propuesta de realidad aumentada, poca cosa a la vista. 

Aun así, advertimos cuatro tendencias y muchas dudas.

 

1 – Generación automática de todo. Renunciando a escribir, ilustrar, programar…

Todo indica que en el futuro deberemos rehacer nuestra relación con la escritura, siempre tan costosa pero tan ligada a nuestra capacidad de comprender el mundo y comunicarlo. Vistos los avances de 2022 no es arriesgado pronosticar que se impondrán los asistentes informáticos que no sólo nos corregirán la ortografía, ya lo hacen, sino que nos aportarán las palabras y tal vez las ideas.

Cuando se generalizaron las calculadoras portátiles abandonamos la aritmética. Los niños siguen aprendiendo a sumar, restar, multiplicar y dividir porque así desarrollan la comprensión matemática, pero enseguida se dan cuenta de que pueden delegar esas capacidades básicas en una máquina que sólo falla si se le agotan las pilas. Con los años nos vamos olvidando.

 

​​La primera calculadora totalmente electrónica fue hecha en 1961 por la compañía británica Bell Punch, llamada ‘Sumlock Comptometer ANITA’.

 

Con los generadores automáticos de texto, que en 2023 alcanzarán niveles de perfección aún mayores, ¿podremos olvidarnos de escribir?

  – OpenAI ha anunciado el lanzamiento de GPT-4, más potente y precisa que la versión GPT-3 (500 veces más, dicen algunos) y que la aplicación ChatGPT que ha conmocionado al mundo en las últimas semanas del 2022.

  – Se espera que GPT4 genere textos de mayor calidad, use un lenguaje más elaborado, traduzca correctamente, presente respuestas coherentes y ponderadas a nuestras demandas y ofrezca información actualizada.

¿Quién va a resistirse a disponer de un asistente que le complete los textos o le sugiera ideas? El reto lo vamos a tener todos pero quienes de entrada lo van a sufrir son los educadores:

 – ¿Cómo van a identificar los textos elaborados por máquinas?

 – ¿Tendrá sentido encargar redacciones a los alumnos cuando una buena parte del trabajo, si no todo, puede ser elaborado por una máquina?

 – ¿Tendrán los educadores que mejorar sus dotes detectivescas para desenmascarar los textos creados artificialmente?

El departamento de educación de Nueva York ha decidido bloquear el uso de ChatGPT en los ordenadores de los escolares. Un intento para frenar lo que se nos viene encima, probablemente infructuoso.

Tampoco ayuda mucho a la escritura la tendencia a la tiktokificación creciente del lenguaje (esto es, la comunicación interpersonal convertida en un espectáculo insaciable de imágenes)

 

Open AI Art: Imagen generada con Stable Diffusion

 

Ni escribir, ni dibujar, ni programar.

Los artistas plásticos tampoco lo tendrán mejor. En 2022 hemos empezado a delegar nuestras habilidades artísticas en programas capaces de proponer ilustraciones, diseños, dibujos y vídeos. En 2023, los resultados serán mejores. Por eso los propietarios de estos programas los están ofreciendo gratuitamente al público, para que los entrenemos con nuestro entusiasmo, lograr mejores cotas de verosimilitud y en algún momento cobrarnos por acceder a las versiones de más calidad que hemos entrenado.

Pero ay!, aquellos que piden insistentemente que en las escuelas se enseñe a los niños a programar (faltan ingenieros) no han caído en la cuenta de que también la escritura de código informático puede ser delegada a las mismas máquinas que redactan resúmenes de la guerra del Peloponeso. 

Los pronosticadores andan algo abúlicos pero los triunfadores de la disrupción en 2022 (Open AI a la cabeza) están eufóricos. De un plumazo se pueden haber cargado nuestra relación con la escritura, la creación artística y la programación informática. Eso sí es una disrupción en toda regla. En 2023 la veremos en todo su esplendor.

 

2 – Meta irrealidad

El metaverso, tan esperado en 2022 tras el arranque de Mark Zuckerberg, no tiene un pronóstico claro. Meta no acaba de concretar sus desarrollos, la venta de gafas de realidad virtual se ha estancado, las aplicaciones que van más allá de los videojuegos no despegan y las plataformas inmersivas donde se citan los usuarios tienen poca concurrencia salvo en acontecimientos puntuales.

La consolidación del metaverso depende, entre otros factores, de que Meta siga liderando la inversión y el desarrollo. A rebufo se atrincheran fabricantes, desarrolladores y consultoras. Si Meta sigue con sus pobres resultados y los inversores se ponen nerviosos, en 2022 su cotización cayó un 65%, puede llegar el frenazo.

La realidad mixta y aumentada también tienen un pronóstico incierto. Apple ha anunciado para este año una gran presentación de productos. Si no defrauda, y no acostumbra a hacerlo, puede suponer un estímulo para una tecnología que siempre promete pero que no acaba de consolidarse. 

Sin embargo, el ejército de los Estados Unidos, gran impulsor indirecto de la realidad mixta y aumentada gracias a los contratos que garantizan las inversiones de Microsoft en sus gafas Hololens para la realidad mixta de uso profesional, no parece estar muy convencido de su utilidad y podría congelar su entusiasmo inicial y frenar los encargos. Si la US Army frena, Microsoft también lo hará y la realidad aumentada profesional puede estancarse.

 

Microsoft Hololens 2

3- La disrupción de los disruptores

2022 no ha cerrado bien para los disruptores tecnológicos. La cotización del Nasdaq ha caído un 33% pero Tesla, que parecía intocable, se ha desplomado un 70%, Amazon, un 50% y además acaba de anunciar 18.000 despidos que se unen a los 10.000 de Meta y otras compañías. Twitter está en descomposición y la criptoeconomía se ha convertido en un terreno pantanoso del que mucha gente huye.  

¿Qué anuncia 2023?

Para las corporaciones tecnológicas no parece que el bache se deba a otra razón que a un exceso de expectativas, devaluadas tras la pandemia y la crisis económica mundial. No parece una crisis estructural sino momentánea. 

Lo que sí parece más estructural es la crisis de la descentralización prometida por la Web3 y la cadena de bloques. El fiasco sufrido por las criptomonedas en 2022 puede arrastrar al descrédito toda una concepción de la sociedad que aboga por desconcentrar el mundo digital, desvincularse de las instituciones y depositar la confianza en la tecnología y el anonimato. 

2023 promete regulación para la criptoeconomía. El mundo criptológico, al crecer sin leyes, o con leyes auto impuestas, y renegar de las instituciones y la supervisión, ha permitido los abusos,  ha dado rienda suelta a los mangantes, ha facilitado embaucar a los más crédulos y ha resistido a duras penas las pruebas de solvencia necesarias para afrontar tiempos difíciles, que son la mayoría.

También la inteligencia artificial está en proceso de regulación, sobre todo en Europa. Objetivo: controlar los efectos de la disrupción. En nuestra última newsletter citábamos el artículo de Roger Mcnamee en Project Syndicate: “Proteger la democracia, la salud pública y la seguridad es una buena política, y además, es lo correcto. Nunca habrá mejor momento que este.”

 

4  – Colapsismo 

Los humanos somos capaces de convertir cualquier cosa en una moda. Ahora le toca al colapsismo. La industria editorial, que se supone sosegada y reflexiva, es curiosamente el mejor termómetro para saber lo que se lleva. Y en estos momentos se lleva el desastre. Todo lo que se refiere al colapso del planeta y de la vida humana tal como la hemos conocido rebosa los estantes de las librerías. Incluso algún que otro programa de televisión se apunta a la idea del colapso como guiño de complicidad al espectador: estamos con lo que se lleva. 

Lo perverso del término (colapsismo) es que una sola palabra consigue banalizar una certeza científica, la sitúa en el reducto de los agoreros y pesimistas empedernidos y la convierte en una moda pasajera. Pero la crisis del planeta no tiene nada de pasajera. 

Por mucho que duela habrá que hacer frente a una certeza: tal como la concebimos, la transición energética no es sostenible. Hay que alentarla para frenar el crecimiento de las emisiones contaminantes, pero sigue anclada en la ficción de la abundancia y los recursos ilimitados. El planeta no da para el tipo de vida que deseamos mantener. Ni con hidrógeno verde, ni con hidrógeno azul. No hay suficientes materias primas para generar las energías limpias que deben sustituir el consumo actual de combustibles fósiles. No hay materias primas suficientes para mantener la producción masiva de teléfonos móviles, ni coches eléctricos, ni energía fotovoltaica, ni… (Muy recomendable leer Thanatia, los límites minerales del planeta, de Alicia Valero y Antonio Valero. Icaria ediciones)

¿Se sostendrá por mucho tiempo nuestra manera de vivir abocada a la satisfacción de lo inmediato, la comodidad y el desperdicio? No lo parece. Aunque 2022 ya ha mostrado que se acaba la era de la abundancia y hay que ponerse a gestionar la era de la escasez, seguimos apostando el futuro a la ruleta rusa del supuesto ingenio de tecnólogos que sabrán encontrar la fórmula mágica para cambiarlo todo sin que nada cambie. 

 “Vienen años duros”, anuncia Bill Gates.

“¿Puede haber, acaso, algo más estimulante que vivir un tiempo en el que sea preciso repensarlo todo para seguir existiendo?”, se preguntaba el filósofo Bruno Latour. 

Joan Rosés

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