Foto de Jon Tyson en Unsplash

Acelerados / Desacelerados

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En tiempo de confinamiento, pasado, presente y futuro se mezclan alterados por el virus

El coronavirus altera nuestra percepción del tiempo. A la vez que se desacelera la vida personal, económica y social (confinamiento, cierre de empresas, actividades canceladas, ciudades vacías…) se aceleran y desbordan los ritmos de quienes atienden las urgencias.

Hasta hace apenas unas semanas manteníamos un precario equilibrio sumidos en la aceleración progresiva de nuestras vidas. Ahora asistimos perplejos a la contradicción de un mundo acelerado y desacelerado a la vez. Debemos contribuir con la lentitud y el sosiego del confinamiento a la prisa por atenuar los efectos del colapso. 

El presente, un experimento insólito

Inmersos en esta contradicción intentamos capear el presente. Señala Gilles Lipovetsky en su libro sobre la hipermodernidad que la frivolidad de lo efímero que se vivió a finales del siglo XX y principios del XXI “ha sido reemplazada por un tiempo de riesgo e incertidumbre. Ha muerto cierta despreocupación por el tiempo: el presente, de manera creciente, se vive con inseguridad”.

Salir de este inseguro presente requiere acelerar la llegada del futuro.  Afrontamos la cuarentena con la esperanza de que, en algún lugar, alguien fabricará pronto una vacuna o probará con éxito un medicamento mitigador, y si no da tiempo, invocamos al calor del verano en el hemisferio norte para que nos devuelva por arte de magia nuestras rutinas. Urge que los gobiernos y los bancos centrales inyecten cantidades ingentes de un dinero que no existe para preservar la confianza y la estabilidad de una población que sí existe. Necesitamos que el presente pase pronto.

Pero el presente persiste. Para los trabajadores sanitarios, repartidores, cuidadores, dependientes, políticos… el presente es una urgencia en la que apenas queda tiempo para comprobaciones. A quienes teletrabajan, la tecnología les habilita un parapeto desde el que resguardarse de la inactividad y del virus, y, de paso, estimular las virtudes de la economía a distancia y seguir acelerados con el trabajo, la distracción de los hijos y el ocio virtual. A los niños el presente les aburre; a los mayores, les aleja; a los desocupados, les atenaza; la mayoría confraterniza a través de pantallas y comparte ingenio, metidos en una sala de espera mientras las horas pasan despacio.

Para todos el presente es un experimento insólito.

Foto de Jelleke Vanooteghem en Unsplash

Mientras tanto recurrimos al pasado en busca de lecciones que nos orienten. Analizamos con lupa las diferencias con la gripe española, comprobamos los errores de la respuesta a la gripe A, contamos los tiempos de recuperación de las anteriores crisis, lo que tardó la reconstrucción de Europa tras la Segunda Guerra Mundial… Buscamos algo de luz en las páginas más negras de nuestra historia reciente. Necesitamos el pasado para comprender qué hicimos bien después de haberlo hecho mal, y qué hemos hecho mal para, ahora sí, hacerlo mejor.

La esperanza es aprender

Atrapados entre pasado y presente, tememos al futuro por la magnitud de la crisis económica que se avecina. Cuanto más se demore el regreso a la normalidad más incierto se adivina ese regreso. 

Pero aunque nos inquiete, necesitamos confiar en que ese futuro que urgimos nos traerá algo nuevo y mejor. Esperamos que la dureza de la prueba nos enseñe algo valioso. Como individuos y como colectivo. Nuestra esperanza está en aprender. Muchas voces pronostican que el mundo sentirá la necesidad de reconstruir una sociedad más solidaria, más atenta a garantizar la salud y el bienestar de las personas, más equilibrada entre los poderes públicos y privados, más universal en sus valores. Habremos aprendido, tal vez, que en este mundo global la debilidad de unos es la debilidad de todos.

Daniel Innerarity ve en el factor tiempo un escollo para que eso ocurra. “No hay recetas para pronosticar qué aprendizaje obtendremos, pero de una cosa estoy seguro: los aprendizajes siempre son demasiado lentos. La velocidad de las tecnologías y de las crisis es mucho mayor que nuestra capacidad de comprensión, de conceptualización y de normalización de los procesos a seguir a partir de ahora. Aquí tenemos un desajuste en los tiempos”, dice.

Aprender necesita tiempo y en cambio estamos construyendo una sociedad acelerada en la que sólo los más listos pueden seguir el ritmo: una sociedad digital para los primeros de la clase.

En el reino de lo inmediato

La aceleración se ha convertido en exigencia. Cuando aún estamos groguis por los golpes recibidos por el virus, exigimos respuestas inmediatas a los políticos, a los investigadores, a las administraciones, a los economistas, a los epidemiólogos, también groguis. No admitimos la incertidumbre. Exigimos poner fecha al regreso a la normalidad. Nos hemos acostumbrado tanto a la inmediatez de lo digital que cualquier demora, cualquier vacilación, nos parece obsoleta.

Venecia. Plaza de San Marcos. Domingo 29 de marzo. 12 del mediodía. Webcam Skyline

Desacelerados temporalmente parece que nos hemos librado del desbarajuste que impone una sociedad tecnológica que corre más deprisa de lo que la humanidad puede comprender y aprender. 

Con el confinamiento nos hacemos la ilusión virtual de que el resto de urgencias también permanecen confinadas. “Ocurre que desde que existe el Covid-19 ya no se muere nadie. De hecho ocurre que no ocurre nada. Ya no hay infartos ni dengue ni cáncer ni otras gripes ni bombardeos ni refugiados ni terrorismo ni nada. Ya no hay, desde luego, cambio climático”, dice Santiago Alba Rico.

En realidad, más que para aprender, ansiamos el futuro para regresar al pasado. Al de hace apenas unas semanas o al de finales del 2019 cuando la epidemia no existía ni en Wuhan. Nuestro deseo más íntimo es que el presente sea una pesadilla de la que podamos despertar con el mundo trastabillado pero intacto. 

Nos ocupamos en diseñar la etapa postvirus como un puzzle en el que se acumulan miles de acontecimientos recuperados. Queremos demostrarnos a nosotros mismos la fortaleza de una sociedad que sabe recomponer los contratiempos. Eventos deportivos y culturales, viajes, ferias y proyectos cancelados se reprograman para después del verano o para 2021. No importa la saturación imposible de acontecimientos, importa creernos capaces de recuperar la normalidad.

Pasado, presente y futuro se nos mezclan alterados por un virus.

Necesitamos eliminar una parte del tiempo pero no sabemos cuál.

Joan Rosés

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