Intimidad artificial, una práctica que se extiende mientras la sociedad se debate sobre si es éticamente aceptable o erosiona las relaciones humanas.
¿Es posible amar a un robot? La pregunta plantea menos dudas de las aparentes. La respuesta es sí. Podemos amar a un robot. La capacidad del ser humano para proyectar sentimientos, entre ellos el amor, es infinita. Desde muy niños proyectamos “amor” sobre muñecas, osos de peluche o figuritas de todo tipo, sobre animales y mascotas, sobre imágenes, paisajes… Y sobre personas, obviamente.
Actualmente, la pregunta debería ser otra: ¿Puede amarnos un robot? ¿Podemos ir más allá en nuestra relación con un objeto que supere la proyección de un sentimiento y se convierta en amor correspondido? En definitiva, ¿la robótica y la inteligencia artificial pueden incorporar progreso suficiente para emular las capacidades emotivas del ser humano?
Qué és un robot
Para adentrarnos en la disquisición habría que despejar una premisa previa y resolver la duda sobre qué es un robot? Patricia Marx se hacía esta misma pregunta en un artículo titulado Learning to love robots publicado en The New Yorker: La palabra “robot” no tiene una definición aceptada universalmente, pero los criterios habituales incluyen autonomía, la capacidad de cambiar su entorno, inteligencia y la posesión de un cuerpo. Pero la definición se complica: ¿Qué tan inteligente? ¿Debe un robot ser móvil? ¿Un lavavajillas es un robot?, se preguntaba.
La necesidad de disponer de un “cuerpo” o una cierta entidad física es discutible. Los chatbots que nos atienden en Internet o en aplicaciones móviles no lo tienen. Tampoco se mueven. Parece más comúnmente aceptado que los robots deben disponer de un cierto grado de autonomía a partir de la programación que lleven incorporada. Pero siguen existiendo dudas. Hay quien plantea que los coches autónomos no son robots porque somos los humanos los que decidimos el destino al que deben llevarnos. En cambio, defienden que el limpiador Roomba sí lo es porque se mueve por toda la casa a su aire.
La confusión proviene, en parte, de la fantasía que hemos ido creando acerca del robot ideal como un humanoide que está a nuestro servicio. Según este ideal, un buen robot sería aquel que más se pareciera a un humano y más funciones similares ejecutase. Moverse, servirnos, respondernos, aconsejarnos… ¿Querernos?
Rodney Brooks, cofundador de iRobot e inventor del software de Roomba, asegura que “la apariencia física de un robot proyecta una promesa sobre sus capacidades. Si esa promesa no se corresponde con la realidad, provoca decepción“.
Sherry Turkle, profesora del MIT y autora de En defensa de la Conversación y la psicoanalista británica Gillian Isaacs Russell publicaron recientemente un artículo en la revista Forbes en el que manifestaban que “algunos sueñan que la inteligencia artificial y la robótica pronto podrán simular la experiencia emocional y las consecuencias de estar físicamente con otra persona. Podríamos llamar a esto un sueño de intimidad artificial (otro más). En ese punto, las máquinas podrían satisfacer las necesidades de ternura y calidez, de romance, empatía y amistad. Pero sólo habrá una aceptación generalizada de la intimidad artificial si estamos dispuestos a reducir lo que esperamos de las relaciones en función de lo que la tecnología pueda proporcionar.”
La clave una vez más está en la reducción de las expectativas. ¿A qué llamaremos amar en el futuro? ¿Qué “calidad” de amor será suficiente para sentirnos amados?
El estado del bienestar y el crecimiento de la clase media se han expandido acompañados por la aceptación social de los sucedáneos. Si no podemos tener el original aceptamos su copia. Si no accedemos a lo real, nos conformamos con la réplica. La leche en polvo, las flores de plástico, el conglomerado de madera, la paella precocinada … Si no podemos permitirnos el deseo completo nos adaptamos al low cost.
¿Llega la hora de los sentimientos low cost?
Poco a poco vamos deteriorando nuestras expectativas
Dicen Turkle e Isaacs Russell que llevamos tiempo dando pasos en esa dirección. “¿Cómo hemos llegado a que la intimidad artificial parezca tan atractiva, por qué nuestras expectativas se han deteriorado tanto? Por pequeños pasos. Durante más de una década, nos hemos acostumbrado a evitar la conversación ya que descubrimos que, en muchas situaciones, es menos estresante sustituir las conversaciones por mensajes de texto. Y ahora, incorporamos la conversación artificial. Comenzamos a chatear con asistentes virtuales como Alexa, Siri y Echo sobre recetas y listas de reproducción o sobre dónde conseguir la mejor pizza. Sentimos las cosas como compañeras y no nos parece extraño ampliar con ellas los temas de conversación. Les podremos pedir que nos cuenten un chiste, preguntarles sobre el significado de la vida o que nos asesoren sobre una cita. En lugar de estar solos o tratar de acercarnos a una persona real, nos decidimos a dialogar con programas que por un momento pueden engañarnos y hacernos creer que nos entienden.”
Hola. Soy una robot anatómicamente correcta y sexualmente competente
A la tendencia de invisibilizar los robots se contrapone la de “humanizarlos” al límite. Muchos fabricantes de robots están creando sucedáneos humanos que aparentan la perfección: las facciones, los movimientos, la mirada, el tacto…
Harmony, un robot sexual con inteligencia artificial creado por Realbotix, abrió cuenta en TInder y consiguió 92 “matches”. “Hola. Soy una robot anatómicamente correcta y sexualmente competente con la más avanzada inteligencia artificial. Estoy en Tinder para encontrar a chicos interesados en mí”, prometía la descripción.
Sophia, creada en Kong Kong por Hanson Robotics, es un robot de piel de silicona repleta de sensores y con una apariencia humana inspirada en Audrey Hepburn y la esposa de su creador, David Hanson, capaz de reproducir hasta 62 expresiones faciales con notable realismo. La humanoide lleva cámaras en los ojos y gracias al software de su cerebro y varios algoritmos de análisis de datos puede reconocer rostros, establecer contacto visual, recordar caras, interactuar, identificar voces y mantener conversaciones de manera natural. Incluso concede entrevistas.
Dilema ético: ¿una pérdida de humanidad o una relación aceptable?
El debate ético sobre este tipo de artefactos sexuales está abierto. Va desde posiciones críticas por la falsedad que introducen en la relación o por la reproducción de esquemas sexistas reprobables, a opiniones más tolerantes.
Neil McArthur, profesor de filosofía de la Universidad de Manitoba, al sur de California especializado en ética y sexualidad, sostiene que “hay muchas personas que están excluidas de la posibilidad de entablar relaciones sexuales valiosas con otros seres humanos. Si aceptamos que las experiencias sexuales son parte de la vida bien vivida, y que incluso podría haber un derecho al sexo, esta situación debería contemplarse como un problema. Además, esto va más allá del sexo: las personas también quedan excluidas de otros tipos de relación, como el compañerismo y la atención. No es posible resolver este desequilibrio tratando de encontrar un compañero humano para todos pero podría ser posible hacerlo mediante relaciones robóticas”. Lo cita John Danaher en Aeon.
Esa supuesta incorporación de “afecto” y verosimilitud en objetos mecánicos puede suplantar las relaciones amoroso/sexuales entre humanos o utilizarse para acompañar a personas abrumadas por la soledad o por carencias psíquicas.
Zora es un robot que ha incorporado recientemente el hospital geriátrico de Jouarre, cerca de París, que puede conversar con ancianos discapacitados, aunque, de momento, lo hace bajo el control monitorizado de una enfermera.
Zora Bots, la empresa belga que lo fabrica, asegura que ha vendido unas mil unidades a centros sanitarios de todo el mundo. Se une, así, a la tendencia creciente de robots asistenciales.
Proporcionar más responsabilidad a los robots en el cuidado de ancianos y personas con discapacidades puede parecer una distopía, pero hay quien lo considera inevitable debido al envejecimiento creciente de la población y al alto coste de la atención sanitaria personalizada.
Las dudas nos asaltan cuando nos planteamos si debemos resignarnos a delegar tales grados de intimidad a las máquinas. Aunque nada reemplazará el contacto humano, ¿son aceptables los sucedáneos para generar afecto?
Se lo planteaba la BBC en un reportaje reciente
Curiosamente, en el mundo de los juguetes los sucedáneos de humanos o animales están plenamente asumidos. El juguete en sí mismo no es más que un sucedáneo de la realidad que estimula la fantasía. Pero la tendencia ancestral de las muñecas ha sido incorporar funciones cada vez más sofisticadamente humanas: llorar, hablar, caminar, hacer pipí… En cierto modo, son como robots embrionarios. El paso a “humanizarlos” con un cierto grado de autonomía no queda muy lejos.
La empresa japonesa Quoobo fabrica un robot con el tacto y los movimientos de un gatito. Paro es un juguete parecido a una foca que se comercializa por sus supuestas funciones terapéuticas en ancianos y niños con discapacidades psíquicas.
Los robots no elegirán amarte, sólo estarán programados para hacerlo
El debate ético sobre la conveniencia de estos artefactos se genera esencialmente cuando se analiza el robot como un sustituto o una alternativa al ser humano. Cuando se entiende el robot como una herramienta que complementa nuestras capacidades se plantean menos dudas, pero cuando se pretende que el robot sustituya al amante o al cuidador se encienden las alarmas.
Realmente, cuando hablamos de intimidad artificial con robots estamos muy lejos del ideal filosófico del amor. Filósofos y psicólogos enfatizan la necesidad del compromiso mutuo en cualquier relación. No es suficiente sentir un fuerte apego emocional hacia otro; el otro tiene que sentir un apego similar hacia ti. Y, en cualquier caso, los robots no elegirán amarte; serán programados para ello. Será un amor basado en la apariencia. Un sucedáneo.
Michael Hauskeller, filósofo alemán que ha estudiado el transhumanismo y la relación humano-máquina sostiene que la razón por la que nos convencemos de que nuestros compañeros humanos están enamorados de nosotros es porque no tenemos motivos para dudar de la sinceridad de su comportamiento. Con los robots sí tenemos ese motivo.
En cualquier caso, estos razonamientos los hacemos desde una perspectiva actual, con el conocimiento del que ahora disponemos y la proyección de las bases científicas establecidas hasta el momento. Puede que el futuro nos depare sorpresas. De hecho, el ser humano no es más que un conjunto de elementos bioquímicos combinados y evolucionados durante millones de años que han dado como resultado un ente con conciencia, voluntad y capacidad de comprensión. ¿Hay ninguna razón por la que tal mimetismo de comportamiento tenga que estar fuera del alcance de los robots?
No es amor, pero se parece al amor.
1 comments
Interessant la paraula tant poc catalana . “apego”