Escuela de Atenas

Buscando un ágora, desesperadamente

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Necesitamos espacios en los que debatir, co-crear el futuro y superar la nefasta noción de “distancia social”

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No por evitar la acción
se libra uno de hacer,
así, ni por un momento
puede dejar de actuar.
Bhagavad Gita

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Introducción y objetivos

El reto de responder a las consecuencias de la pandemia de la Covid-19 tiene todos las características de un problema complejo, que como tal no admite respuestas simplistas, como la expectativa de que la política actual encuentre las adecuadas. En una época en que está de moda todo lo “co-“ (co-operación, co-creación, co-laboración), motivan este ensayo tres convicciones. Que muchos ciudadanos de a pie tienen capacidad e interés en aportar ideas y proyectos para la mal llamada “nueva normalidad” y en ayudar a llevarlas a la práctica. Que la ciudadanía tiene capacidad sobrada para abordar de forma efectiva asuntos públicos de envergadura, como son sin duda los retos que plantea la “nueva normalidad”. Finalmente, que hará falta articular espacios, tomando las ágoras griegas como un referente, en los que la ciudadanía interesada pueda encontrarse para tratar estos asuntos.

A partir de ahí, y de la caracterización de la “nueva normalidad” como un reto complejo, se esbozan cuatro posibles escenarios de evolución a corto plazo (digamos 2021) de la situación actual. Concluyendo que sólo uno de ellos alberga la posibilidad de plantear nuevos pactos sociales que aborden fragilidades y cosan desgarros sociales que ya existían antes del coronavirus, pero que la pandemia ha expuesto en toda su crudeza.

Cuestiones complejas

Es más que evidente que la crisis del coronavirus afecta simultáneamente al ámbito sanitario, al tejido económico y a las condiciones de vida de muchos ciudadanos. Propongo sin embargo, a la vista de las dificultades de los poderes públicos en dar respuesta a esta triple emergencia, postular la existencia de una cuarta crisis: la de la capacidad de instituciones y prácticas políticas actuales para articular (y menos aún para liderar) respuestas efectivas a esta crisis compleja, sea en ámbitos locales (municipio, región, estado) o globales (OMS, ONU, G-7, Unión Europea) para articular, y menos aún para liderar, respuestas efectivas a una crisis compleja.

“Hay un fuerte contraste entre la complejidad de nuestras sociedades y las simplificaciones que se imponen en el ámbito de la teoría y de la praxis de las organizaciones.”

Daniel Innerarity, “Una teoría de la democracia compleja”

Una primera característica de esta complejidad es que los dominios que abarca están inevitablemente interconectados. Controlar los contagios, por ejemplo, conlleva limitar la movilidad y la actividad económica, lo que a su vez genera un impacto harto desigual en la población y en los negocios. Una característica adicional es que la respuesta óptima a este reto multidimensional no sólo resulta evidente, sino que ni siquiera puede asegurarse que su óptimo exista. Hay, por ejemplo, más de un compromiso posible entre el objetivo de salvar vidas y el de limitar el efecto económico de restringir la movilidad. Pero, como se ha podido observar, no es fácil que los especialistas en los respectivos ámbitos acuerden una respuesta conjunta. La complejidad interna de las sociedades, en las que coexisten colectivos con rasgos muy diferenciados, añade una dificultad adicional, porque muchas medidas, como la de promover el teletrabajo tienen un impacto muy desigual.

Foto de Nick Fewings en Unsplash

Sir Winston Churchill, que tuvo que apechugar con lo suyo, sentenció que “nunca hay que desaprovechar una buena crisis”. Tal vez. Pero existe hoy por hoy una considerable incertidumbre acerca de cómo aprovechar la que tenemos entre manos. Alguien observó una vez que para cada problema complejo existe una respuesta clara y simple, pero falsa. Aunque en estos tiempos proclives al populismo siempre habrá quien considere plausible esa respuesta y la haga resonar en las redes sociales, dificultando el consenso y añadiendo así un nivel adicional de complejidad a la situación. 

En este contexto, las apelaciones genéricas a una “nueva normalidad” sirven de poco. De entrada, porque muchas parecen responder a intentos, quizá bien intencionados, de quienes intentan llevar el agua a su molino con propuestas parciales que no toman en cuenta la naturaleza sistémica de la crisis. Un ejemplo palmario es el de quienes dan prioridad a acelerar como sea la transformación digital de la economía y la sociedad, como si estuvieran intentando saltar pantalla y relegar al olvido las justificadas motivaciones del ‘techlash’ que emergía antes de la Covid-19.

De otra parte, las múltiples propuestas acerca de lo que habría que hacer (mejorar las condiciones de trabajo del personal que presta actividades esenciales, establecer un salario mínimo vital, reforzar la sanidad pública, sacar los automóviles de las ciudades, proteger al comercio de proximidad, evolucionar hacia una economía circular, …), no incluyen casi nunca planteamientos concretos de cómo llevarlas a la práctica. Es frecuente presentarlas como si fueran de naturaleza técnica, cuando lo cierto es que requieren medidas políticas. Porque algunas de ellas son difícilmente compatibles entre sí. También porque aprobarlas exigiría consensos más amplios que los limitados a los colectivos que las promueven. La mayor dificultad para aprovechar la crisis es un patente ‘déficit de cómos.

No hay regulación que un equipo de abogados bien pagados no sea capaz de burlar

Parece oportuno recordar a este respecto que la respuesta a la crisis financiera de 2008 fue manifiestamente mejorable, por decirlo de modo suave. Se rescató sólo a quienes se consideraba como “demasiado grandes como para dejarlos caer”, escogiendo además una modo de actuar (un cómo) claramente injusto. Porque no sólo se convirtió en pública la deuda privada generada por una especulación global, sino que se permitió que los anónimos mercados que habían contribuido a generar la crisis impusieran políticas de austeridad que causaron desgarros sociales que todavía no han cicatrizado. Además, demostrando una vez más que no hay regulación que un equipo de abogados bien pagados no sea capaz de burlar, la especulación financiera ha seguido creciendo entre bambalinas sin que haya ninguna seguridad de que lo esté haciendo de un modo sostenible.

Escenarios inminentes

De vuelta a la crisis de la Covid-19, un recurso útil para abordar situaciones complejas e inciertas como las que se plantean es empezar por definir y valorar distintos escenarios de futuro accesibles. El primer paso para ello es una selección de las principales variables sobre las que es posible actuar. Hay dos que parecen de especial importancia a corto plazo, referidas respectivamente al sentido de la evolución que se pretenda evolucionar y el alcance inicial de esa evolución.

Sobre el sentido. Hay quienes, arguyendo razones como la urgencia de la recuperación económica, proponen un retorno lo más rápido posible a la situación anterior a la pandemia. Por contra, otros apuntan a que es el momento de emprender cambios drásticos de rumbo en ámbitos como la transformación digital, la reforma del capitalismo, la protección a los menos favorecidos o incluso, puestos a ello, abordar de forma decidida el reto del cambio climático.

Sobre el alcance y la globalidad. Las respuestas a la crisis sanitaria han tenido, como la incidencia de la propia crisis, diferencias notables entre países, e incluso entre regiones de un mismo país. Algunos países decretaron un confinamiento inicial incluso antes de haber detectado el primer caso de contagio local; en otros casos la respuesta a la emergencia sanitaria se demoró semanas o meses. Algunos optaron por una gestión centralizada de la crisis, mientras que otros otorgaron más confianza y dejaron más libertad a las administraciones locales. Se han producido también diferencias notorias en el recurso y  apoyo de las administraciones a la capacidad de organización y movilización de la sociedad civil. No existe, en resumen, un libro de estilo común sobre cómo abordar la incidencia de la Covid-19, y menos aún acerca de la recuperación de sus consecuencias.

La combinación de estas dos variables genera los cuatro escenarios tentativos apuntados en el diagrama.

1.- Retorno a la normalidad. El racional de base en este escenario es aguantar como sea posible, con medidas excepcionales si es necesario, hasta que se disponga de una vacuna. La expectativa es recuperar entonces la “normalidad” anterior a la aparición del coronavirus. Un enfoque parecido, salvando las distancias, al adoptado a raíz de la crisis financiera de 2008, que no conllevó cambios significativos en el ‘status quo’. Aparte de las incertidumbres aún existentes sobre la disponibilidad y efectividad de la vacuna, hay por lo menos dos amenazas severas a la sostenibilidad de este escenario. Una crisis global en sectores como el turismo, por ejemplo, obligará a recomponer la economía de países muy dependientes de este sector, generándose así previsiblemente tensiones similares a la que las reconversiones de algunos sectores industriales provocaron en el pasado. Un traumatismo de este estilo haría además más probable que resurgieran, incluso con más ímpetu, las manifestaciones masivas de 2019, causadas por conflictos aún no resueltos. La situación podría derivar así hacia el siguiente escenario de regresión.

2.- Regresión. Las consecuencias de la crisis del Covid-19 se añaden a las de otras crisis presentes con anterioridad: desigualdad, emergencia climática, precariedad laboral, contaminación en las ciudades, listas de espera en el sistema sanitario, o incluso la posibilidad no descartable de una nueva pandemia. A las que se podría añadir la decena de riesgos probables y de alto impacto contemplados en el informe anual de riesgos globales del World Economic Forum. Todo ello, junto con evidencias crecientes de la insuficiente respuesta de la política y una polarización exacerbada en las redes sociales (fracaso de la cumbre del clima, avance lento hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible, etc.), catalizaría la proliferación de manifestaciones masivas y de desórdenes de consideración. En un escenario de este tipo, dominado por la indignación, muchos gobiernos no encontrarían otra alternativa que recurrir a la declaración de estados de alarma y al recorte de derechos. Algunos lo están haciendo ya. 

Foto de Marc Lozano

3.- Digitalocracia. En un mundo ideal cabría esperar que una crisis global, que en alguna medida ha afectado a centenares de países, catalizara una respuesta global. Esta se está hasta cierto punto produciendo en el ámbito sanitario, con un incremento de colaboración entre científicos y médicos para el desarrollo de tratamientos y vacunas contra la enfermedad. Pero en los restantes ámbitos las iniciativas globales están siendo lentas, vacilantes o inexistentes, confirmando, por si todavía hiciera falta, las carencias de liderazgo en las instituciones multilaterales. 

La enorme influencia del sector tech abre la posibilidad de un escenario de digitalocracia

Esta situación contrasta con la influencia global de una industria tech que, habiendo servido a muchos de red de seguridad durante los confinamientos, apuesta por reforzar su ya considerable influencia y poder. Disponiendo de recursos financieros y de presupuestos de I+D comparables o superiores al de muchos estados, su aparato de propaganda se ha puesto ya en marcha para hacer olvidar el techlash de 2019 y acelerar la transformación digital y el tránsito a una cuarta revolución industrial cuyo programa, si bien no sujeto a la aprobación de ninguna democracia, resulta hoy por hoy más consistente que las políticas económicas e industriales de muchos países. La enorme influencia que el sector tech ejerce ya sobre las mentalidades y comportamientos de una buena parte de la población y sus dirigentes abre así la posibilidad de un escenario de digitalocracia. Proclamando como inevitable la necesidad de que la sociedad “se adapte” a las reglas del sector, imponiendo reglas ‘de facto’ en materias como la competencia, la privacidad, la protección al consumidor el sector, las relaciones laborales e incluso la fiscalidad.

4.- Emergencia. En la terminología científica y filosófica, la emergencia (‘emergence’) se refiere a la capacidad de los sistemas complejos para exhibir características y comportamientos que no son inmediatamente reducibles a los de sus partes elementales. Encontramos ejemplos de comportamientos emergentes en biología (bandadas de aves, colonias de termitas), en física (los tornados, la superconductividad), como también en el ámbito social (fenómenos de pánico colectivo o de colaboración espontánea). El muy popular “Juego de la Vida”, ilustra de modo muy gráfico cómo un número relativamente pequeño de entes individuales interaccionando mediante reglas sencillas puede exhibir comportamientos emergentes. 

Juego de la Vida de Conway

La crisis del coronavirus ya ha propiciado comportamientos sociales emergentes: colectivos ciudadanos se han auto-organizado para actividades como distribuir alimentos, asistir a personas de edad aisladas por el confinamiento, producir y enseñar a producir mascarillas, diseñar respiradores de emergencia. Resulta reseñable que la mayoría de estas actividades tuvieron lugar al margen de las indicaciones de las autoridades que gobernaban el estado de alarma.

La expectativa subyacente a este escenario es que aparezcan también comportamientos emergentes más allá de la situación de alarma, para así co-crear nuevas normalidades alternativas a las de los otros tres escenarios. Que aumente el número de quienes hagan suya la famosa afirmación de que “un pequeño grupo de ciudadanos reflexivos y comprometidos puede cambiar el mundo”. 

Cómo

No sería coherente proponer reglas y directrices para hacer realidad un escenario que hemos cualificado como emergente. Es cierto que los sistemas vivos no se dejan dirigir, pero sí se dejan influenciar. De hecho, quienes hayan intentado dirigir un colectivo o una organización desde una posición de autoridad habrán experimentado la tendencia irrefrenable de los colectivos a comportarse de modos no previstos, si bien no siempre deseables. La cuestión es cómo ejercer influencia en el sentido deseado. Porque, como sostiene el aforismo, el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones que por un motivo u otro no se llevaron a la práctica: porque no pudieron o supieron superar un bastante generalizado ‘déficit de buenos cómos’.

Me limitaré pues a unos pocos apuntes, a desarrollar en otra ocasión. Propongo:

1– Hacer crecer la conciencia de que este escenario de emergencia es posible. Personalmente me parece especialmente inspirador el libro de Rebecca Solnit, “Esperanza en la oscuridad: La historia jamás contada del poder de la gente”. 

2– Profundizar como ciudadanos conscientes en la reflexión, inicialmente individual, acerca de las prioridades de lo que queremos conseguir, pero también de lo que quisiéramos dejar atrás. En este sentido, el cuestionario del sociólogo francés Bruno Latour podría ser un punto de partida estimulante.

3– Considerar como objetivo nuclear “islas de sanidad”, definidas como grupos acotados comprometidos en la construcción, incluso incipiente, de entornos de nuevas normalidades; de grupos cohesionados en su comportamiento por una conciencia compartida de su identidad, de su valores y de su compromiso.

Se trata de tres direcciones en la que se puede avanzar en solitario, pero que ganan valor cuando se comparten. Algo que resultaría imposible en unas redes sociales que, por mucho que sostengan lo contrario, no tienen como objetivo constituirse en espacios de libre expresión y de comunidad. 

Es por eso que encontramos en falta espacios en los que comparar y debatir esas propuestas de reflexión y proseguir hacia convertir en realidad sus resultados. Espacios al margen de intereses creados y de los partidismos que contaminan la política actual. Espacios en los que, a imagen de las ágoras de los griegos, los ciudadanos podamos ejercer como ciudadanos y no sólo como votantes. Espacios en los que reunirnos para imaginar, debatir, co-crear las leyes y el futuro político que nos afectan; en este caso, todo lo relativo a la construcción de la “nueva normalidad”.

Necesitamos estos espacios para superar la nefasta noción de “distancia social” impuesta a raíz de una alarma que sólo requiere precauciones de distancia física. Necesitamos un ágora desesperadamente. Quizá no sea fácil conseguirlos. Pero, como sugiere la cita del Bhagavad Gita que encabeza este ensayo, decidir no actuar es también una forma de actuar.

Ricard Ruiz de Querol

@ruizdequerol

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