Shenzhen, capital tecnológica de China. Foto Leon He en Unsplash

China embrida la tecnología a sus valores

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El gigante asiático se está convirtiendo en un laboratorio avanzado de las políticas de regulación de las tecnologías.

En el ideario de las autoridades chinas, la estabilidad y el control son prioritarias a la disrupción occidental.

El “move fast and control things” tiene preferencia sobre el “move fast and break things” característico de Silicon Valley.

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En Octubre de 2020 los reguladores chinos suspendieron a última hora y por sorpresa la que se anticipaba como la mayor salida a Bolsa de la historia. Con ella Ant Group, una ‘fintech’ afiliada a Alibaba, con más de 1.000 millones de usuarios y que canaliza un volumen de pagos electrónicos estimado en 16 billones de dólares anuales, tenía previsto levantar unos 37.000 millones de dólares. 

La suspensión se interpreta hoy como la primera consecuencia de un choque de valores entre distintas visiones acerca del rol del capitalismo y la iniciativa privada en China. Jack Ma, el CEO de Alibaba, había apuntado unos días antes que el impulso a la innovación que abanderaba con sus empresas debería tener preferencia sobre la burocracia de la regulación financiera tradicional. Por contra, los reguladores chinos justificaban su actuación en la amenaza potencial que el descontrol en los préstamos y pagos online gestionados por empresas como Alipay pudiera representar para la estabilidad del conjunto del sector financiero. Meses más tarde impondrían a Alibaba una sanción por importe de 2.800 millones de dólares, a la vez que anunciaban la preparación de reglas de actuación más estrictas para las empresas financieras sin una licencia bancaria.

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No es un ‘techlash’

Las señales de la voluntad de una mayor intervención del gobierno chino en determinadas actividades económicas se han multiplicado durante este año. Las que han llamado más la atención han sido las adoptadas en relación a grandes empresas como Alibaba o Tencent, así como a otras que también basan sus modelos de negocio en el uso intensivo de Internet. Por contra, tecnológicas como Huawey, Xiaomi, Oppo o Realme no se han visto afectadas. 

El Gobierno chino ha añadido los datos y la tecnología a los tres pilares básicos del capitalismo del siglo XX (tierra, trabajo y capital). Lo que apunta a que su objetivo no es propiamente un ‘techlash’, un ataque al sector tecnológico en general, sino un control más estricto de cómo las tecnologías se aplican en los ámbitos económico y social. La mitad de los 160 ‘unicornios chinos’ (empresas valoradas en más de 1.000 millones de dólares) ya trabajan en las “deep tech”, tecnologías de propósito general como la microelectrónica, la inteligencia artificial, el big data y la robótica, ámbitos en los que la China aspira a asentar su liderazgo global. 

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Jack Ma, CEO de Alibaba. Foto Banco Mundial

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La preocupación declarada de las autoridades chinas, hay que decir que cada vez más compartida también en Occidente, parece pues centrarse en limitar los abusos de empresas que, envolviéndose en la bandera de la tecnología, crean y explotan monopolios ‘de facto’, restringen la competencia, abusan de los trabajadores y los suministradores, acumulan datos de todo tipo y se convierten en vehículos de influencia social fuera de control. Una interpretación que se vería reforzada por el hecho de que las autoridades chinas hayan anunciado durante los últimos meses medidas de control que afectan a un número considerable de otras actividades de base tecnológica, incluyendo las siguientes:

  • El próximo mes de Noviembre entrará en vigor una nueva ley de privacidad cuyo objetivo es proteger los datos personales de los usuarios de Internet. Se exigirá a las empresas obtener el consentimiento de los usuarios antes de recolectar datos personales, obligándolas a designar un responsable de su protección, así como a llevar a cabo auditorías periódicas sobre los procedimientos adoptados. Se establece además que las empresas que utilicen datos personales deben tener un motivo explícito, claro y razonable para ello, limitando además ese uso al mínimo imprescindible. 
  • En una línea similar, se anunció una investigación sobre el ‘acosode algunas empresas de Internet a los consumidores, a los que se estaría incitando a comprar productos y apuntarse a promociones de un modo que supondría la violación de sus derechos. La medida afecta no sólo a empresas dedicadas a la venta de artículos de consumo, sino también a las de videojuegos, el alquiler de vehículos de transporte compartido o la provisión de servicios de salud online.
  • Siguiendo las indicaciones de un comité encargado de promover la estabilidad financiera, las autoridades de cuatro regiones chinas ordenaron el cierre de las actividades locales de minería de bitcoins, con el objetivo explícito de proteger a la sociedad en general de los riesgos generados por actividades individuales. Se estima que la minería de bitcoins con base en China, que representaba alrededor del 65% de esta actividad el mundo, se ha reducido en un 90%. 
  • También con el objetivo de controlar el aumento desorbitado de los precios e intentar evitar el riesgo de una burbuja especulativa, se han impuesto restricciones a las prácticas de financiación del sector inmobiliario, que afectan tanto al modo en que se capitalizan las empresas como al que se financian los compradores.
  • La industria de videojuegos, cuyas ventas se estiman en 44.000 millones de dólares, está ahora obligada a limitar a sólo tres horas por semana el acceso a menores de 18 años, para así “proteger su salud física y mental”. Después de calificar al sector de videojuegos como “opio espiritual”, un medio próximo al Gobierno chino justificaba la medida afirmando que “no se puede permitir que ninguna industria, ningún deporte se desarrolle de un modo que destruirá a una generación“. 
  • La Administración Nacional de Radio y Televisión requirió a algunos programas de TV, sobre todo a los concursos de talento, a promocionar los valores tradicionales y a dejar de promover a ídolos “afeminados”, “vulgares” o con “una estética anormal”. Las autoridades han declarado también su intención de modificar los comportamientos ‘caóticos’ de los clubs de fans y la adoración ‘irracional’ a las celebrities.
  • Se ha prohibido la entrada de inversores extranjeros y el objetivo de obtener beneficios en las empresas que ofrezcan formación (online) en materias cubiertas por el curriculum escolar, un sector boyante en China en el que ta tenido lugar la salida a Bolsa de 27 empresas durante los dos últimos años. El mensaje de que la educación de los menores no debería ser un objetivo de negocio parece difícil de aislar de la sospecha de que la intención del Estado chino es ejercer un mayor control sobre la formación de sus futuros ciudadanos.
  • Las autoridades han anunciado también limitaciones para que las empresas chinas coticen en mercados internacionales, así como al uso de mecanismos de ingeniería legal, como el recurso a empresas ubicadas en paraísos fiscales para canalizar inversiones extranjeras no reguladas.

Se estima que estas medidas han supuesto una pérdida de valor superior al billón de dólares para los accionistas de las empresas afectadas. Así y todo, los medios de comunicación oficiales sostienen que es el coste necesario a corto plazo para asegurar un crecimiento sano de la economía digital. No hay duda de que China sigue aspirando a consolidarse como un líder tecnológico global. Pero ello, según las autoridades, ha de ser compatible con el desarrollo ordenado del capital, con la protección de los intereses de los consumidores y con una competencia equilibrada en la que participen también las pequeñas y medianas empresas. 

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Una cuestión de valores

El ‘capitalismo de Estado’ practicado en China combina elementos de la economía capitalista con el enorme poder de control del Partido Comunista. Un modelo de gobernanza defendido como superior por Xi Jinping, su actual líder. Combina la capacidad de mantener la cohesión de un partido con 90 millones de miembros con el control social que le habilita para actuar con contundencia cuando considera que las circunstancias así lo requieren. En el ideario de las autoridades chinas, la estabilidad y el control son prioritarias a la ‘disrupción’ idolatrada por muchos tecnófilos occidentales. El “move fast and control things” tiene preferencia sobre el “move fast and break things” característico de la ideología de Silicon Valley.

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Nada escapa al control del partido comunista chino y al gobierno del país. Foto Wikimedia Commons

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Desde esta perspectiva, la panoplia de medidas adoptadas durante los últimos meses sería el inicio de un proceso de reducir desigualdades sociales, redistribuir la riqueza y ampliar las oportunidades de progreso social para la población en general. También como indicación de la estrategia de concentrar inversiones talento y recursos en el avance de unas “deep tech” orientado a las prioridades nacionales, que en el ideario chino no incluyen el fomento a la satisfacción instantánea del consumo compulsivo ni la distracción masiva de los videojuegos y las redes sociales.

Reaparece en este contexto la referencia al concepto de ‘prosperidad compartida‘ como el objetivo político de equilibrar crecimiento y estabilidad mediante una reforma que corrija desigualdades generadas por un ‘laissez faire’ considerado ahora como excesivo. Se estima que la proporción de la riqueza en manos del 1% de los chinos más ricos ha crecido desde el 21% al 31% en las dos últimas décadas. Seis de las 10 ciudades del mundo con la mayor concentración de milmillonarios están en China, con Pekín y Shanghai por delante de Nueva York en ese particular ranking. Los milmillonarios chinos representaban cerca de la mitad del mercado global de los productos de gran lujo. Es probable que esta proporción disminuya si la ostentación de la riqueza deja de ser bien vista por las autoridades y la sociedad.

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Acerca del futuro

La línea editorial de The Economist, consistente en su apoyo al liberalismo económico, ha adoptado una postura entre crítica y escéptica al respecto de la orientación y las acciones emprendidas por las autoridades chinas. Califica de inespecífico el objetivo de prosperidad compartida, además de considerar que su aplicación se enfrentará a serias dificultades políticas. Señala además que el aumento de la intervención del Estado en la economía comporta el riesgo de desincentivar el espíritu emprendedor. 

Por otra parte, sin embargo, parece necesario señalar que una buena parte de los objetivos explícitos de las autoridades chinas, no sólo en el ámbito tecnológico, tendrían un amplio soporte en países occidentales. Según The Guardian, un 67% de los jóvenes británicos quisiera vivir en un sistema económico socialista, en tanto que sólo un 45% de los estadounidenses jóvenes tienen una opinión favorable acerca del capitalismo. 

Parece pues que China se está convirtiendo en un laboratorio avanzado de las políticas de regulación de las tecnologías. Hace ya más de veinte años que Peter Drucker escribió, también en The Economist, que la sociedad del futuro no estará definida por la tecnología, sino que – al igual que las anteriores – será consecuencia de sus problemas, teorías, ideologías e instituciones. China intenta ahora que el desarrollo tecnológico se subordine a una ideología socialista y a unas instituciones controladas por el Partido. Por contra, la simbiosis entre la ideología de mercado y el tecnocentrismo exponencial que emana de Silicon Valley sostiene que son las instituciones sociales las que deben adaptarse a las consecuencias disruptivas de un desarrollo tecnológico que sigue sus propias reglas.

Europa, entre tanto, parece debatirse en tierra de nadie. Inventó la WWW, pero cedió a los EEUU la iniciativa de liderar la evolución de Internet y sus consecuencias. No se alinea con el fundamentalismo de mercado, pero sus instituciones no tienen hoy por hoy ni la agilidad del mercado ni el poder de actuación de las chinas. Lo que equivale a situarse entre la espada y la pared, o “between a rock and a hard place“, como cantaban los Stones.

Ricard Ruiz de Querol

@ruizdequerol

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