Colaborar siempre ha sido una práctica propia de la relación entre personas. Con las máquinas no se colaboraba. Se las utilizaba. Ahora la inteligencia artificial nos propone crear con ellas.
Cuando buscamos razones para identificar la esencia del ser humano en contraposición a la máquina enseguida hallamos un argumento. La creatividad. El humano es capaz de crear. La máquina, no. Desde que la racionalidad de la ciencia y de la técnica sustituyó el temor al poder divino estamos convencidos de que crear es humano.
A pesar de esta convicción, la técnica avanza conquistando terrenos hasta ahora privativos de lo humano. Mediante la combinatoria de machine learning, redes neuronales, capacidad de gestión de datos, reconocimiento de imagen y sonido… la inteligencia artificial amplía los límites de la máquina.
Es cierto que la técnica no ha logrado las cotas de “inteligencia” necesarias para sustituir el proceso humano de la creación, pero la inteligencia artificial empieza a manifestarse como una colaboradora necesaria. Una cocreadora.
Analicémoslo desde un terreno propicio a la creación: el arte y la cultura, y más en concreto, el cine y el audiovisual, la manifestación artística más intrínsecamente ligada a la técnica.
¿Podemos crear una película o una serie de tv mediante inteligencia artificial? O mejor dicho: ¿La IA puede llegar a ser plenamente creativa o incluso sustituirnos en el proceso de creación? Veamos.
Las historias
Las ordenadores ya traducen textos en cualquier idioma, responden automáticamente correos electrónicos con mensajes simples y predicen palabras que quizás quisiéramos escribir. Construir historias completas es un desafío mayor. Aún así, la IA está progresando.
Hace un par de años un laboratorio del MIT puso en marcha el proyecto shelley.ai, un artefacto programado mediante IA que colaboraba con humanos a través de Twitter para crear historias cortas de terror. El resultado fue mejorable, pero suponía un primer paso en la colaboración entre guionistas humanos y no humanos. En esa línea, el equipo de Botnik utilizó programas de texto predictivo para escribir una secuela de Harry Potter.
La empresa belga Scriptbook, especializada en análisis de guiones, dispone de una herramienta de cocreación en el que no sólo elabora propuestas más o menos interesantes basadas en texto predictivo sino que trata de entender la personalidad de cada personaje y proponer diálogos coherentes, se adapta al estilo del guionista humano y de la temática elegida y diseña una estructura de guión apropiada para la historia.
Sin embargo, lo más relevante hecho hasta ahora en el ámbito del texto predictivo y la redacción automática proviene del proyecto GPT2, de la fundación OpenAI. Según comunicó la propia fundación el pasado mes de febrero, el GPT2 es tan potente que decidieron abortar su lanzamiento completo para evitar que se convirtiera en una máquina imbatible de fabricación de fake news. Unos meses más tarde, lanzaron una versión con la mitad de capacidades y, finalmente, el pasado martes liberaron la versión completa.
Con la versión reducida a la mitad, GPT2 ya era capaz de crear textos verosímiles tanto de realidad como de ficción.
La escritora norteamericana Siga Samuel, que dice estar asombrada por la fiabilidad de esta tecnología, cuenta que GPT2 le permite superar los momentos de bloqueo creativo y que en algunos momentos de duda le ofrece alternativas interesantes para continuar la trama o los diálogos.
Producción y post producción
En las fases de producción también hay propuestas interesantes.
Disney Engineering ha creado Stunbot, un impresionante robot autónomo capaz de ejecutar acrobacias de alto riesgo y de actuar como doble en secuencias de acción.
La perfección que están alcanzando los generadores de rostros artificiales permite mezclar personajes reales y virtuales con mayor realismo, más facilidad y menos costes.
Herramientas parecidas pueden usarse para retocar artificialmente y en tiempo real el maquillaje de los actores y las actrices, como un Photoshop para video ejecutado automáticamente por una máquina que elimina imperfecciones, caracteriza personajes o rejuvenece actores. Este es el caso de “El Irlandés”, la última película de Martin Scorsese en la que Robert de Niro aparece en algunas escenas 30 años más joven.
En animación 2D y 3D los avances son constantes. La creación de personajes virtuales hiperrealistas que pueden animarse en tiempo real o las posibilidades de diseñar mundos virtuales a partir de la captura de imágenes reales mejora el resultado creativo y reduce drásticamente el tiempo y los costes de producción.
En la producción de cortos de animación ya existen propuestas de creación automática, como la que permite crear escenas de Los Picapiedra a partir de guiones escritos por los usuarios. El sistema dispone de 25.000 escenas digitalizadas y anotadas y el algoritmo busca las más adecuadas y las encadena en función del nuevo guión.
Y como no, también las bandas sonoras pueden ser creadas o cocreadas artificialmente. A partir de miles de partituras recopiladas en una base de datos, una máquina dotada de inteligencia artificial puede encontrar patrones creativos y proponer nuevas composiciones ajustadas al estilo deseado.
Distribución y consumo
La colaboración con la máquina cocreadora no acaba aquí. Vender, distribuir, llegar al público requiere habilidad, suerte e inteligencia. ¿Cuál es el secreto del éxito? ¿Puede una máquina ayudar a descifrarlo?
Cinelytic, con sede en Los Ángeles, lo intenta. Alimenta una base de datos con todo tipo de información: guiones, temáticas, actores, recaudación obtenida, críticas, comentarios… Su software permite simular cambios y predecir resultados.
La startup israelí Vault elabora predicciones a partir del análisis de audiencia de los trailers que se distribuyen antes del estreno. Otra compañía llamada Pilot ofrece análisis similares y asegura que puede pronosticar los ingresos de taquilla hasta 18 meses antes del lanzamiento de una película.
Netflix ha revolucionado la manera de relacionarse con el público. Cada vez que un usuario entra en la plataforma y elige una serie, el sistema captura esa información y la analiza para personificar la interfaz de promoción, editar tráileres o sugerir contenidos acorde con sus preferencias.
Creatividad aparente
La inquietud que provoca la evolución de la inteligencia artificial radica en que no estamos seguros de sus límites. ¿Hasta qué punto la capacidad de una máquina para facilitar la cocreación puede transformarse en capacidad autónoma para crear y, por lo tanto, sustituir al humano?
Hoy por hoy, parece improbable. Aunque se haya avanzado mucho en la comprensión científica de los mecanismos creativos y en su aplicación técnica, la creatividad de las máquinas es sólo aparente. Les falta, sobre todo, intencionalidad. Los humanos creamos porque queremos crear. Tenemos la intención de hacerlo. El deseo de crear.
La inteligencia artificial es una herramienta que acelera y perfecciona el trabajo creativo y avanza en la sustitución de algunas facetas propias de ese trabajo. La historia de la técnica está repleta de ejemplos de máquinas y procesos que han ido sustituyendo tareas que hasta ese momento se percibían como exclusivas de los seres humanos. Hasta finales del siglo XIX la técnica reemplazó esencialmente las limitaciones físicas de las personas. En el siglo XX aumentó la capacidad de cálculo y de tratamiento de datos. En el siglo XXI, la máquina está aprendiendo a aprender, entender e incluso decidir.
Hasta ahora, colaborar o cocrear nos parecían prácticas exclusivas de la relación entre personas. Con las máquinas no se colaboraba. Se las utilizaba. Llega el momento de cocrear con ellas.