Confusiones artificiales

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La inteligencia artificial agrupa un conjunto de tecnologías que tratan de emular y superar algunas capacidades humanas mediante el procesamiento de ingentes cantidades de datos. ¿Pero son o serán realmente inteligentes? 

Muchos científicos lo dudan. Sin embargo, al denominarlas ‘inteligencia artificial’ les añadimos un significado trascendente que sugiere una cierta equiparación entre lo humano y lo tecnológico, incluso una superioridad futura en favor de la máquina.

El desarrollo actual de la inteligencia artificial está logrando algunas emulaciones limitadas. Importantes, pero mucho menos ambiciosas de las que el nombre sugiere. El nombre confiere a esta rama de la técnica un halo de fascinación y carga con un significado que desvía el foco de lo inmediato. Analizar los efectos tangibles de la IA puede parecer trivial ante el reto mayúsculo de la superación de lo humano.

Nos hallamos, pues, ante un término que mezcla conceptos y, en cierta medida, confunde.

Los conceptos de la sociedad digital

La Internet Policy Review acaba de publicar una recopilación de trabajos bajo el título “Definición de conceptos de la sociedad digital” en la que intenta aportar algo de claridad a la terminología.

En la exposición de motivos dice: “Los términos y los conceptos son lentes sobre la complejidad de la realidad que destacan algunos aspectos y descuidan otros. Incorporan suposiciones normativas, instalan formas específicas de entender nuevos fenómenos y posiblemente incluso generan implicaciones regulatorias. Cuanto más usamos estos términos más habituales se vuelven. Sin embargo, todos tiene sus propias historias ideológicas, teóricas y retóricas arraigadas. Están lejos de ser naturales, y mucho menos, un designador neutral de los fenómenos existentes”.

Los nombres no son neutros. Aportan significado y condicionan el desarrollo de aquello que cobijan. Seguir la estela del nombre puede conducir a la persecución de hitos tecnológicos que no tienen porqué ser buenos para la sociedad. 

Un nombre nacido del entusiasmo

El término surgió en 1956 cuando un grupo de entusiastas informáticos, matemáticos y neurólogos como John McCarthy, Marvin Minsky, Allen Newell y Herbert A. Simon convocaron una conferencia en Dartmouth, EEUU. Tan entusiasmados estaban con la tecnología que tenían en sus manos que no dudaron en predecir que en diez años las máquinas superarían la capacidad racional de los humanos y que, por lo tanto, estaban en condiciones de denominarla, sin ambages, inteligencia artificial.

Organizadores de la Conferencia de Dartmouth en 1956

El calendario no se cumplió, incluso sufrió años de estancamiento, pero algunas de sus predicciones las tenemos entre nosotros. Ya en Darmouth se habló de redes neuronales, creatividad artificial, autoaprendizaje de las máquinas…

¿Hubieran podido llamarlo de otra manera? Tal vez, pero la voluntad de esos investigadores era inequívoca: “hacer que las máquinas usen el lenguaje, formen abstracciones y conceptos, resuelvan tipos de problemas ahora reservados para los humanos y se mejoren”.

Pero una cosa es “mejorar aspectos hasta ahora reservados a los humanos” y otra, significativamente distinta, superar toda la complejidad de la inteligencia.

Un par de años antes de su fallecimiento en 2016, Marvin Minsky, uno de los pioneros de Dartmouth, fue entrevistado por la fundación BBVA que le había concedido el premio Fronteras del Conocimiento. Aunque en la entrevista y en otras que concedió en esa época se le veía algo más comedido acerca de la evolución del desarrollo tecnológico seguía creyendo que el dominio de la inteligencia artificial era irreversible. 

“¿Las máquinas serán más inteligentes que las personas? La respuesta es sí. La inteligencia de los ordenadores y los programas irá incrementando su potencia y abarcando cada aspecto de la cognición, la vida, la resolución de problemas y la comprensión”. decía Minsky. Algo parecido creía el científico Stephen Hawking.

Con su entusiasmo, Minsky y el grupo de Dartmouth iniciaron un campo de investigación determinante para el futuro de la tecnología pero sobre todo crearon un concepto que instalaba una convicción: la inteligencia humana puede ser manufacturada artificialmente y convertida en producto.

Los escépticos

Otros pensadores, científicos e incluso técnicos especializados en IA consideran que esta visión reduce excesivamente la complejidad del ser humano y que nos hallamos ante un escenario improbable.

El lingüista norteamericano Noam Chomsky siempre se ha mostrado reacio a considerar que la inteligencia artificial comporte una posible superioridad de la máquina. “Es poco probable que la ‘nueva IA’, centrada en el uso de técnicas de aprendizaje estadístico para extraer y predecir mejor los datos, arroje principios generales sobre la naturaleza de los seres inteligentes o sobre la cognición”, decía ya hace algunos años.

Hace tan sólo unos días, el mismo director de Inteligencia Artificial en Facebook, Jerome Pesenti, reconocía que “la inteligencia artificial actual, si eres realmente honesto, tiene muchas limitaciones. Estamos muy, muy lejos de la inteligencia humana. Nos vamos a encontrar con un muro.”

Muchos especialistas coinciden en que las máquinas han demostrado ser mejores en capacidad y velocidad de cálculo, resistencia, fuerza, precisión operativa y mitigación de errores. Pero faltan muchos componentes de la inteligencia humana que la técnica no logra ‘entender’.

Problemas inmediatos y retos filosóficos urgentes

El desarrollo actual de la inteligencia artificial genera problemas importantes y tangibles sobre los que es necesario debatir sin mixtificaciones futuristas ni conceptos que desvían el foco de aquello sobre lo que sí tenemos certeza.

Hace unos días, la Universidad Ramon Llull de Barcelona organizó unas jornadas sobre filosofía e inteligencia artificial en las que se entremezclaron las visiones más especulativas y transhumanistas con otras más atentas a los problemas actuales. 

Antonio Diéguez, filósofo de la Universidad de Málaga y estudioso del transhumanismo, mencionaba en esas jornadas que las urgencias son muy concretas: el control de los datos, la invasión de la privacidad, la concentración del poder tecnológico, el uso de armas autónomas, la ciberdelincuencia, la proliferación de noticias falsas, la vigilancia de las personas, el creciente peso y sesgo de los algoritmos, la trazabilidad y la asunción de responsabilidades.

Temas urgentes que plantean retos filosóficos de calado. Los detallaba el filósofo Joan Albert Vicens: la creciente autoridad moral de la máquina y la pérdida de confianza en lo humano, las consecuencias de una vida sin fricción, la delegación de responsabilidades en las máquinas, el abandono de competencias y habilidades hasta ahora humanas, la reducción de la comprensión del mundo a lo que digan los datos, el aumento de la personalización y la disminución del papel de la persona, la virtualización de las relaciones…

Francesc Torralba abundaba en los retos filosóficos de la tecnología. Está en juego el escenario de relaciones que plantean la nuevas máquinas: las que tendrán con los humanos, las que tendrán entre ellas y las que repercutirán en el medio natural. “¿Son objetos o sujetos? ¿Están bajo nuestra responsabilidad o deben responder de sus acciones? Y en consecuencia, ¿seremos capaces de establecer una ética global que armonice estas relaciones?”.

“se impone una tiranía de los ritmos que el humano no puede seguir”

Apuntaba Torralba que esta vinculación con las máquinas genera una hiperaceleración de los tiempos. “Establecen una tiranía de los ritmos que el humano no puede seguir” y un desequilibrio en las disciplinas que contribuyen al progreso. “La sociedad progresa mediante el equilibrio de multitud de disciplinas que deben relacionarse con claridad en el lenguaje que utilizan”.

Llamarla inteligencia artificial no aporta claridad. Más bien confunde. Quizás hubiera sido más adecuado denominarla tecnología autónoma, o aumentada, o tecnología multiplicada, o tal vez aceleradora y englobar bajo esa denominación todos los avances en el ámbito de la artificialidad, la robótica, la algorítmica y la gestión masiva de datos.

Foto de Veeterzy en Unsplash

A día de hoy, el problema no parece estar tanto en la emulación o la superación del ser humano sino en la subordinación de lo humano a lo técnico. No es probable que la tecnología supere las capacidades humanas en toda su extensión y complejidad pero las desplaza y las aleja de la prioridad. Los objetivos políticos y, por supuesto, económicos no se dirigen tanto al equilibrio social como al desarrollo y a la competitividad y para ello se favorece aumentar las capacidades técnicas, generar nuevos productos y mercantilizar cualquier ámbito no mercantilizado. 

¿Quiere esto decir que debemos evitar el debate especulativo sobre escenarios futuros?. Naturalmente que no. Pero debemos darle a cada cosa la urgencia y el nombre que merecen.

 “¡No tengo un nombre para eso! Un nombre no es más que ruido y humo”, (Fausto, Johann Wolfgang von Goethe)

Joan Rosés – Collateral Bits

1 comments
  1. A veces, como en este caso, el nombre hace la cosa. La elección de un nombre u otro activa ‘marcos mentales’ diferentes. La elección de un nombre no es pues inocente. Quien tiene el poder, o se lo arroga, de escoger un nombre, tiene más capacidad de ejercer influencia a favor de sus objetivos. Vale la pena sobre ello leer a G. Lakoff, por ejemplo.

    En este caso concreto, podemos conjeturar que quienes destacan el poder y el potencial de la “inteligencia” artificial lo hacen con el objetivo de desplazar o relegar la “inteligencia natural.” O eso me parece.

    Muy cordialmente

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