Foto: East Riding Archives en Unsplash

Cuando el trabajo se convierte en tarea, la automatización se impone

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Las dudas sobre la cantidad de puestos de trabajo que creará o destruirá la inteligencia artificial se plantean también sobre la calidad del trabajo que impulsarán

 

Regularmente se publican estudios que ponen cifras a los posibles impactos de la IA en el futuro del trabajo. Por ejemplo, LinkedIn calcula que el 96% de las habilidades de los ingenieros de software pueden verse afectadas por la IA generativa. Mckinsey cifra en el 40% las tareas de programación que podrían automatizarse. En IBM creen que el 40% de su fuerza laboral necesitará volver a capacitarse a medida que sus empresas implementen la IA. Según Goldman Sachs, podría afectar al equivalente de 300 millones de trabajadores a tiempo completo. Reuters pone porcentajes en las áreas jurídica, fiscal y contable …

No habría que darle muchas vueltas. Hay que asumir que casi todos los trabajos quedarán afectados de una manera u otra por la tecnología y especialmente por la IA. Otra cosa es saber en qué grado y si esta afectación en cada una de las actividades laborales tendrá efectos positivos o negativos. Es decir, si resultará un balance neto de creación o de destrucción de puestos de trabajo pero también si proporcionará herramientas para trabajar mejor o por el contrario supondrá un empobrecimiento de la experiencia laboral.

El discurso tecnoptimista critica por sistema el miedo a la destrucción de puestos de trabajo. Aduce que en todas las revoluciones tecnológicas ha pasado lo mismo: primero se destruyen empleos que luego se multiplican gracias a la creación de nuevas oportunidades. La Revolución Industrial sería el ejemplo paradigmático. Y en ésta ocurrirá lo mismo, dicen.

Quién sabe. La incertidumbre se centra en la cantidad de puestos de trabajo que seguirán disponibles para los seres humanos pero también en su calidad. Además de adivinar porcentajes de afectación -muchos de ellos difícilmente explicables- deberíamos centrarnos en anticipar si las automatizaciones y las tecnologías “inteligentes” contribuirán a que trabajemos mejor y podamos desarrollar una vida laboral rica en el sentido humano y social del término o por el contrario nuestro rol se irá degradando a medida que las máquinas vayan usurpando aquellos trabajos que nos proporcionan no sólo salario sino también autoestima.

 

Tareas o trabajos

Para anticipar la calidad de esas afectaciones primero habría que distinguir los empleos destinados a realizar tareas de los destinados propiamente al trabajo

Las tareas serían aquellas ocupaciones repetitivas, monótonas, mecánicas en las que el trabajador se limita a cumplir un rol concreto en una cadena de producción / distribución o en un proceso predeterminado, sin apenas aportar valor.

El trabajo, en cambio, debe entenderse como la aportación humana al progreso de la sociedad mediante la creatividad, la gestión, la búsqueda de alternativas, la solución de retos y la interrelación humana. 

Las tareas tienden a la automatización. El trabajo es una competencia humana.

Sin embargo, en la medida en que el trabajo se va entendiendo cada vez más como un cúmulo desglosable de tareas, las posibilidades de automatización aumentan y el rol que desempeña el trabajador se diluye.

“Las nuevas tecnologías han cambiado la relación entre carreras, empleos y tareas. Las máquinas son buenas para realizar tareas. Cuanto mejor lo hacen, más se orienta el trabajo a las tareas. En muchos sentidos, decir que las máquinas acabarán con los puestos de trabajo de las personas es inapropiado porque una vez que las máquinas hacen el trabajo, estos dejan de ser puestos de trabajo.

“En el mundo laboral siguen habiendo personas, organizaciones y máquinas, en ese orden. ¿Podría cambiar el orden? ¿Podrían las organizaciones llegar a priorizar las máquinas sobre las personas, o las máquinas llegar a tomar las decisiones más importantes en nombre de las organizaciones?”, se pregunta David Runciman en el libro The Handover: How We Gave Control of Our Lives to Corporations, States and AIs.

 

Foto Wikimedia Commons

La tarea como formación profesional

En buena medida podemos deducir que las máquinas nos liberarán de las tareas que todavía están muy presentes en todo tipo de actividades laborales. Pero surgen algunas dudas. 

Una de ellas es saber si tras esa depuración de tareas reiterativas y a menudo envilecedoras habrá empleos suficientes para la población. Esa es la cuantificación que tratan de anticipar la mayoría de estudios.

Otra duda no menos importante constata que muchas de esas tareas eliminables forman parte de la formación laboral de las personas en las etapas iniciales del trabajo. Con la aparición repentina de la IA generativa, muchas organizaciones se plantean automatizar tareas auxiliares que hasta ahora encargaban a los jóvenes que inician su recorrido laboral. Algunas encuestas ya constatan que los integrantes de la Generación Z están especialmente preocupados por el efecto de la IA en su futuro profesional. Según ZipRecruiter, lo está el 76%.

Y la más inesperada. Con la IA, trabajadores que se sentían a salvo de la automatización observan cómo su actividad puede ser troceada, convertida en tareas y encomendada a máquinas que tienen más capacidad de procesar datos y más rapidez en la toma de decisiones. Programadores de software, ilustradores, publicistas, contables, abogados, dobladores, traductores… perciben ya el aliento de las máquinas.

 

El trabajo humano como formación de las máquinas

Pero la realidad es tozuda y no siempre confirma la teoría. De hecho, la dicotomía tareas/trabajos según la cual las primeras se orientan a la automatización y los segundos se mantienen vinculados a las personas se contradice con lo que ocurre realmente en la sala de máquinas de la esplendorosa inteligencia artificial.

Fotograma del documental The Cleaners (2018) sobre los filtradores de contenido de Facebook en Filipinas

Las tareas de anotación, depurado y verificación de textos e imágenes que alimentan los modelos de lenguaje de la IA generativa las están acometiendo empleados humanos de economías subdesarrolladas. Son tareas mal remuneradas que no pueden ser automatizadas porque a las máquinas les falta conocimiento contextual, intuición o el sentido común que sólo las personas pueden aportar. Miles de trabajadores en África, Oriente o Sudamèrica sobreviven alimentando la IA. En Finlandia algunas de estas tareas se encargan a los presos. 

Pero por muy bajos que sean los salarios y muy repetitivas que sean esas tareas de ellas depende la economía de muchas familias. A falta de verdadero trabajo, ese cúmulo de tareas ingratas permite la subsistencia. Algunos ya han expresado su temor a las consecuencias si, algún día, ese supuesto sentido común puede encargarse a las máquinas. Por ejemplo, los moderadores de contenido de redes sociales ubicados en Filipinas.

Durante el verano se publicó que los sindicatos australianos presionan a su gobierno para  crear un organismo que haga el seguimiento de los trabajos que pueden verse afectados por la IA. Ese organismo no debería limitarse a poner porcentajes sino a anticipar las consecuencias concretas tanto en destrucción de empleos como en la pérdida de dignidad del trabajo.

No sería una mala idea que los sindicatos europeos empezaran a exigir lo mismo.

Joan Rosés

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