Despliegue de fibra óptica en Ruanda. Fuente Smart Africa

Dos caras de África

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La inteligencia artificial se entrena en Nairobi, Ruanda se digitaliza y la basura tecnológica se vierte en Ghana. El mundo desarrollado debe decidir por qué modelo apuesta.

A finales de 2017 la penetración de Internet en África superaba ligeramente el 35 por ciento cuando en Europa está por encima del 85 por ciento y en América del Norte se alcanza el 95. La brecha tecnológica entre el continente africano y el mundo desarrollado es un indicador más de la desigualdad general que separa ambos mundos.

Una de las razones se debe a que el coste relativo para conectarse a Internet es mucho mayor en África que en otros continentes. Según un estudio publicado en septiembre por la Alliance for Afordable Internet (A4AI), 1 GB de datos móviles le cuesta al usuario promedio en África casi el 9% de sus ingresos mensuales, mientras que para sus homólogos en Asia y el Pacífico supone el 1%.

Por si esto fuera poco, entre los gobiernos africanos se está generalizando la tendencia a imponer una variedad de impuestos a algunas de las aplicaciones y servicios de Internet más populares.

En Uganda se acaba de establecer una tasa equivalente a cinco céntimos de dólar para acceder a redes sociales y mensajería por Internet y un impuesto a las transacciones de dinero a través del móvil. En Zambia se ha anunciado una tasa de 3 céntimos para el uso de redes sociales. En Tanzania los blogueros deberán pagar un impuesto equivalente a 900 dólares anuales. En Kenia se ha suspendido momentáneamente un impuesto sobre telecomunicaciones y transacciones de dinero móvil. En Benin el gobierno tuvo que retirar un impuesto que causó un aumento del 250% del precio del gigabyte a los pocos días de implantarlo.

“Estos impuestos son estrategias miopes con consecuencias a largo plazo. Si bien los países pueden obtener ingresos fiscales adicionales al principio, los impuestos aumentan el costo de conexión para todos, en particular para aquellos que ya tienen dificultades para pagar una conexión básica, y por lo tanto se difieren las ventajas económicas posteriores, lo que retrasa aún más las oportunidades de desarrollo digital”, dice Elleanor Sarpong, Directora Adjunta y Responsable de Políticas de Alliance for Affordable Internet (A4AI).

Basándonos únicamente en estos datos, podríamos concluir que la desigualdad y el retraso tecnológico del continente son una consecuencia de la incapacidad de estas comunidades para afrontar el progreso. La corrupción de los gobiernos locales, la pobreza endémica, la falta de educación… podrían explicar por sí mismos el retraso si obviáramos cualquier responsabilidad del mundo desarrollado y nos limitáramos a considerarnos simples espectadores que se lamentan de un triste espectáculo que se produce lejos de nuestras fronteras.

Si nos centramos en el terreno tecnológico y nos olvidamos por un momento de las prácticas colonialistas que han jalonado la historia de África, que es mucho olvidar, se hace evidente la doble moral con que desde “Occidente” se aborda la mirada africana.

Vertedero de Agbogbloshie. Fairphone on Visualhunt / CC BY-NC

El mundo desarrollado es causante de buena parte del retraso tecnológico del continente africanoEl caso más conocido y vergonzoso es el de Agbogbloshie, una llanura en el centro de Accra, la capital de Ghana, donde se acumulan toneladas de deshechos tecnológicos enviados por Estados Unidos, China y Europa. Es un lugar de aspecto infernal con un alto grado de contaminación por el que deambulan centenares de personas, niños y mayores, en búsqueda de materiales que suministran a talleres dedicados a recomponer aparatos de segunda mano.

El fotoperiodista Felipe Araujo ha relatado y fotografiado los alrededores de Agbogbloshie y los cientos de talleres que proliferan alrededor del vertedero 

“Lo que está menos documentado son las tiendas de informática y los cibercafés de segunda mano repartidos por Accra que dependen de las computadoras usadas y recicladas que provienen de Agbogbloshie. Las oficinas, escuelas y hogares en todo Ghana también utilizan, de una forma u otra, aparatos electrónicos que han pasado por Agbogbloshie. Sin Agbogbloshie y sus actividades, un gran número de ghaneses no podrían acceder a Internet”, dice Araujo.

Añade el fotoperiodista que las mismas personas que se disgustan por las fotos de niños entre trozos de metal son las mismas que actualizan su iPhone cada dos años sin importarles qué se hace con los aparatos desechados.

Nunca fue tan hermosa la basura

En 2016, la basura electrónica alcanzó 45 millones de toneladas métricas, según el informe Global E-waste Monitor 2017. Esta cantidad equivale al peso de 4.500 torres Eiffel. Se prevé que en 2021 se  superarán los 50 millones de toneladas métricas, el equivalente a otras 500 torres Eiffel.

La UE dispone de una estricta regulación sobre reciclaje electrónico que se cumple sólo en parte debido a la ambigüedad de la definición de lo que se considera residuo tecnológico. Si la legislación se cumpliera con rigor, probablemente el panorama de Agbogbloshie y otros vertederos ilegales no tan conocidos sería distinto. Pero reciclar es caro y para evitarlo se buscan fórmulas para-legales.

El resultado de todo ello es que en la UE se recicla menos del 50% de la basura electrónica que se genera. Según la Universidad de la Naciones Unidas (UNU), casi un 80% de los residuos electrónicos producidos en todo el mundo se halla en paradero desconocido. La práctica más habitual consiste en exportar basura como material reutilizable en forma de donaciones a países en desarrollo.

Como diría el filósofo José Luis Pardo, “Nunca fue tan hermosa la basura” (Galaxia Gutenberg)

Si no miras por la ventana podrías pensar que estás en Silicon Valley

Otras prácticas occidentales son más civilizadas y se concentran en aprovechar mano de obra barata o la relajación legislativa de lo países del África subsahariana.

Samasource, una organización de desarrollo y servicios tecnológicos sin ánimo de lucro con sede en San Francisco tiene una fuerte implantación en ciudades africanas. Entre sus clientes se encuentran Google, Microsoft y Salesforce.

Al este de Nairobi, la capital de Kenia, Samasource dispone de un moderno centro digital en el que trabajan unas mil personas. “Si no miras por la ventana podrías pensar que estás en Silicon Valley”, comentaba la BBC en un reciente reportaje.

La principal actividad del centro consiste en etiquetar imágenes que puedan ser reconocibles por los sistemas de inteligencia artificial que incorporan los coches autónomos. Los trabajadores emplean su jornada laboral identificando personas, señales de tráfico, automóviles, marcas de carril, aceras… revisando cientos de imágenes y etiquetándolas píxel a píxel. La precisión en el etiquetado es fundamental. La Inteligencia Artificial necesita entrenamiento a partir de millones de datos que no siempre se obtienen automáticamente. Cuando los datos provienen de fuentes humanas hay que buscarlos al mejor precio y África es toda una oportunidad.

En cualquier caso, el centro digital de Samasource en Nairobi ha contribuido a dignificar una zona deprimida, ha generado empleo y ha incorporado a muchas mujeres al mercado laboral.

Ruanda, 25 años después del genocidio

La historia más esperanzadora es la que se está desarrollando en Kigali, la capital de Ruanda.

En 1994, Ruanda sufrió uno de los peores genocidios en la historia de la humanidad. En el transcurso de 100 días, el gobierno hutu exterminó al 75% de la minoría tutsi y desplazó a más de 2 millones de personas, convirtiéndolas en refugiados con pocas esperanzas de futuro. Pero incluso antes del genocidio, Ruanda era un país en crisis; la guerra civil había destruido su ya frágil economía, empobrecía a sus ciudadanos y hacía imposible atraer inversiones extranjeras.

Centro de Inmarsat en Kigali

Sin embargo, hoy Kigali se ha convertido en un centro tecnológico de primer orden contratado por empresas como Google, Amazon, Inmarsat y Facebook. Se ha invertido en formación, la red 4G alcanza el 95 por ciento del país y una combinación de actores públicos y privados están acometiendo el despliegue de la fibra óptica. La capital de Ruanda impulsa la iniciativa Smart Africa que apuesta por la transformación digital del continente.

Lo cuenta Lauren Razavi en Medium: “En los próximos años, Kigali se centrará en desarrollar una infraestructura de vanguardia para facilitar las operaciones de las empresas en los campos de biomed, fintech, big data, ciberseguridad y energía inteligente. La construcción de un campus para la Universidad Carnegie Mellon, una institución estadounidense líder en robótica y conducción autónoma, se completó en julio pasado, y la empresa global de datos y telecomunicaciones Inmarsat ha estado desarrollando una ambiciosa infraestructura de IoT en toda la ciudad”.

Caras distintas de África. El mundo desarrollado tiene su responsabilidad en todas ellas. Apostar por modelos como el de Kigali abre vías de esperanza. Mantener Agbogbloshie y otros vertederos, las cierra.

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