Foto Emile Guillemot en Unsplash

El precio de la exponencialidad

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La hiperaceleración de las innovaciones tecnológicas afecta a la capacidad de comprensión de las personas, reduce el ciclo de vida de las empresas y debilita la gobernanza de la sociedad

 

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Un concepto en boga en los últimos tiempos es el de la exponencialidad. Hace referencia a la multiplicación de las innovaciones tecnológicas en períodos cada vez más cortos de tiempo y su correspondiente traslación a la velocidad con la que las empresas deben crecer y competir y a la aceleración de los ritmos de vida de las personas.

Lejos de causar temor, la exponencialidad es alentada por los evangelistas de la innovación y bien vista por las administraciones que apuestan por una transformación digital sin matices. 

Según el relato que bendice la exponencialidad, una empresa alcanza el éxito no ya cuando crece y obtiene beneficios sino cuando multiplica rápidamente su expansión. La innovación no se considera suficientemente ambiciosa sino altera los paradigmas anteriores y acelera su propia sustitución. Un profesional no puede aspirar a mucho si no supera con creces las 40 horas semanales de trabajo. Un inversor no triunfa si no logra duplicar su inversión en un tiempo cada vez más breve. Las startups caen en desgracia si no plantean modelos disruptivos de crecimiento rápido. Nadie puede aspirar a un futuro mejor si no es capaz de hacer varias cosas a la vez.

A diferencia de otros conceptos vigentes, el de la exponencialidad no ha sido inventado para dar consistencia y ambición a un determinado ámbito de conocimiento (la inteligencia artificial, por ejemplo). La exponencialidad es algo real y constatable en el ritmo de innovación tecnológica (ley de Moore) y en la aceleración de la vida de las personas. La exponencialidad existe, lo que hace el relato es darlo por bueno e inevitable, sin pararse (¿pararse?) a analizar las consecuencias que comporta.

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La multiplicación del futuro

El investigador norteamericano David Roodman modeló la evolución de la tasa mundial de producción desde el año 10.000 antes de Cristo hasta nuestros días y le salió este gráfico. La exponencialidad.

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Teniendo en cuenta que el PIB no se implantó hasta la década de 1930, es difícil saber hasta qué punto son fiables los datos extraídos de épocas tan remotas. Aun así, la tendencia no engaña. 

Lo preocupante de esta gráfica no es tanto lo que indica del presente, que también, si no lo que apunta sobre el futuro al que nos aboca la exponencialidad.

El futurista Ray Kurzweil, ferviente defensor de la superioridad de las máquinas, autor de La singularidad está cerca y actual director de ingeniería de Google, predice que dentro de 20 años la tasa de aceleración será 4 veces superior a la actual. Los cambios que hoy se producen en un año ocurrirán en tres meses. Y dentro de 40 años el factor de multiplicación será de 16. Es decir que un niño que hoy tiene 10 años, cuando tenga 60, experimentará un año de cambios en sólo 11 días.

En el siglo XXI no experimentaremos cien años de avance tecnológico sino de veinte mil, una tasa mil veces mayor que la conseguida en el siglo XX”, dice

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¿Quién comprenderá el mundo?

Las cifras que expone Kurzweil pueden parecer exageradas, probablemente lo son, pero no hay que olvidar que lo hace desde el puesto de mando de una de las empresas que acelera el mundo.

Sean o no exactas las magnitudes de Kurzweil, surgen algunas preguntas inquietantes. ¿Estamos habilitados los seres humanos para seguir el ritmo de esas transformaciones? ¿Cómo afecta la exponencialidad a nuestra capacidad de comprensión y adaptación? ¿Deberemos delegar en máquinas nuestra capacidad no sólo de tomar decisiones sino de comprender el mundo? 

En 1930 John Maynard Keynes decía que “por primera vez desde su creación, el hombre se enfrentará a un nuevo problema: ¿cómo utilizar la libertad cuando desaparezcan las preocupaciones económicas apremiantes, cómo ocupar el tiempo de ocio que la ciencia y la economía le habrán proporcionado, cómo vivir sabiamente?

Un siglo después no parece que estas preguntas derivaran de un buen pronóstico. En lugar de vivir en un mundo en el que nos sobra el tiempo, vivimos en la pobreza temporal. En vez de gozar del tiempo libre, sentimos la carga de la prisa permanente.

La tecnología nos permite hacer más cosas en menos tiempo. Siempre podemos sacarle más partido al día. El trabajo y el ocio se entremezclan. No hay tiempos definidos, saltamos de una cosa a otra. Se impone lo simultáneo. Se comprime la atención.

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Una nueva brecha

La aceleración nos afecta a todos, pero no a todos por igual. 

Los jóvenes tienen mayor capacidad de adaptación a los cambios pero pagan un alto precio por ello: se reducen los tiempos de atención, se diluye la capacidad de concentración y se dificulta la consolidación de la memoria. 

Una parte significativa de la población joven prefiere acortar o incluso acelerar sus consumos culturales. El ritmo natural de las películas, los libros o incluso la música aburre. Todo parece demasiado lento.

Para evitar el aburrimiento y no perder la atención de sus usuarios las plataformas ofrecen la posibilidad de acelerar la velocidad de reproducción de sus contenidos, una opción que cuenta cada vez con más adeptos. Son los fasters. Consumidores culturales que multiplican por 2 o por 3 la velocidad de reproducción de una canción o una serie. Logran ir directamente al estribillo y saltarse las introducciones, pueden entender las tramas y saltarse los diálogos y los matices. 

Otro colectivo lo integran millones de víctimas de la precariedad abocados a vivir en medio de una aceleración que no pueden controlar.

En la película Sorry we missed you (Lo siento no le hemos encontrado) Ken Load muestra la desquiciante vida de una familia trabajadora de Newcastle (noreste de Inglaterra). Ella es cuidadora de ancianos a domicilio, él, repartidor “autónomo” que para comprar su propia furgoneta ha tenido que vender el coche que usaba su esposa para ir a trabajar. Ambos se pasan más de 10 horas diarias fuera de casa. Los hijos adolescentes apenas tienen contacto con sus padres. La aceleración de sus vidas les precipita al drama. 

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Otro ejemplo lo aportan los supermercados fantasma propiedad de plataformas como Gorillas que prometen la entrega de productos de consumo doméstico en sólo 10 minutos. Los trabajadores deben correr (literal) para satisfacer las prisas del cliente. La encargada del supermercado lo llama “estrés estimulante”.

También las personas mayores sufren los efectos de la distancia creciente entre sus capacidades cognitivas en retroceso y la velocidad de los cambios que les rodean. 

Azeem Azaar, autor del libro Exponential y de la web Exponential View habla de brecha exponencial, esto es, la distancia entre el poder y las prestaciones de la tecnología y la capacidad de los seres humanos para mantenerse al día.

Una brecha que no solo afecta a las personas como tales sino también a las empresas que tratan de sobrevivir en medio de esa vorágine.

Aparentemente no debería ser así, la transformación digital aporta muchas ventajas, pero la visión idealizada de la exponencialidad choca con una realidad bastante más cruda. La rapidez en la innovación aporta ventaja competitiva pero también aumenta la competencia y reduce el ciclo de vida de las empresas.

Charles Fine, investigador del MIT y autor de Clockspeed, afirma que “cuanto más rápida es la velocidad de la innovación en la industria, más corta es la vida media de su ventaja competitiva“.

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Reducción de los años de vida media de las 500 mayores empresas de la lista de Fortune

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La gobernanza imposible

Por último, un factor no menor es el impacto de la exponencialidad en la vida colectiva y en su gobernanza.

La velocidad a la que se producen los cambios es de tal magnitud que impide una equilibrada digestión social y pone a los gobiernos y administraciones en posición de debilidad permanente. No hay tiempo para legislar adecuadamente cuando los ritmos los marca la innovación acelerada. Se amplia la brecha entre quienes deben procurar por el equilibrio social y quienes impulsan el desequilibrio, la disrupción y la exponencialidad como fórmula de crecimiento.

La brecha exponencial se ensancha y las grandes corporaciones saben utilizarla a su favor. Hasta que la sociedad no entiende las consecuencias de determinadas disrupciones y los gobiernos reaccionan, las normas las marcan los disruptores. Ha pasado con la privacidad, con la publicidad programática, con la economía de plataformas, con determinados desarrollos de inteligencia artificial, está empezando a pasar con el reconocimiento facial, sigue pasando con la elusión fiscal… La legislación siempre llega tarde. Y cuando llega lo hace bajo la presión de unos lobbies tecnológicos que han aprovechado el tiempo para crecer sin control y ampliar su influencia.

La vulnerabilidad del mundo aboca a ciudadanos y a gobiernos a aceptar, con entusiasmo o con resignación, la supuesta inevitabilidad de la distorsión acelerada de los tiempos. Pero el precio que pagaremos por la exponencialidad puede ser muy alto. El de construir un mundo incomprensible.

Joan Rosés

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2 comments
  1. Harmut Rosa lo sentencia bien en su tratado sobre la aceleración social: “”La aceleración que es una parte constitutiva de la modernidad cruza un umbral crítico en la ‘modernidad tardía’ más allá del cual la demanda de sincronización social e integración social ya no puede satisfacerse”. El hecho de que la Covid-19 haya sido un fenómeno exponencial debería ser una alerta de los riesgos de una aceptación acrítica de la exponencialidad.

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