El recelo social lastra el uso de apps como Radar Covid

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La pérdida de control en la toma de decisiones, el temor a la deshumanización y el desconocimiento, principales factores de desconfianza hacia la tecnología

La medicina es la ciencia que mejor ha usado y adaptado los avances tecnológicos. Y, siguiendo esta tradición, la aplicación de rastreo de contagios debería de ser una herramienta (que no la solución) importante en el control de la pandemia. Sin embargo, paradójicamente, la aplicación radar Covid no ha tenido el impacto deseado.

Pese a estar ante una aplicación tecnológicamente muy buena y con un gran respeto a la privacidad, de momento no ha conseguido el número de descargas que se necesitan para obtener resultados. Tan solo se han contabilizado alrededor de unos cuatro millones de descargas a fecha de hoy. ¿Por qué? ¿Dónde está el fallo?

Al margen de las cuestiones técnicas, hay varias explicaciones posibles. Entre otras cosas, la colaboración por parte de las Comunidades Autónomas no está siendo la adecuada, y surgen continuamente problemas en la generación de códigos. A esto se le suma el formato no estandarizado de las bases de datos entre las diferentes administraciones, que ha llevado a que muchos usuarios no puedan informar sus positivos y recibir la información de si han estado con personas infectadas.

Pero, sobre todo, el problema está en el factor social. Cuando Corea del Sur se puso como el ejemplo de cómo controlar la pandemia mediante una aplicación informática, quizás no se enfatizó que la aplicación era una herramienta dentro de una estrategia de rastreo y de responsabilidad ciudadana. De hecho, un punto clave para el éxito (o fracaso) del radar Covid es la percepción que tiene la sociedad de la tecnología.

Conocimiento tecnológico insuficiente

En un estudio que realizamos hace poco dentro del proyecto SIENNA sobre tres tecnologías en el contexto médico, salieron a relucir varias claves que deberíamos tener en cuenta al afrontar esta segunda ola de la pandemia.

La primera de ellas es que el conocimiento de la tecnología médica en España es insuficiente. En genética, por ejemplo, un 32% de la población española afirma que tiene “algo de idea de lo que es”, frente a un 25% que admite no tener apenas conocimiento sobre la misma. Y algo similar ocurre en el terreno de la inteligencia artificial y la robótica: solo un 35% considera tener conocimiento suficiente.

España, en la cola del conocimiento de la inteligencia artificial entre los países encuestados por el proyecto SIENNA

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En líneas generales, los datos sacan a la luz el gran desconocimiento existente entre los españoles en cuanto al uso de la tecnología en cuestiones médicas.

Eso sí, la aceptación varía notablemente cuando se comprenden los fines y la utilidad de una tecnología. La edición genética de embriones para experimentación, un ejemplo sumamente controvertido, tiene una aceptación del 36% frente al 60% que la rechaza. Sin embargo, cuando se presenta como la vía para mejorar el tratamiento o la cura de enfermedades, la percepción positiva de los españoles aumenta hasta el 77%.

Recelos ante la falta de inteligencia emocional

La cuestión clave es, ¿qué uso de radar Covid se consideraría útil? En principio, bastaría conseguir un 50% de aceptación (e instalación) de la aplicación para ayudar a controlar la pandemia.

Una baza con la que contamos para alcanzar esta cifra es que la percepción de la tecnología como cercana (móviles, asistentes de voz, consolas…) hace que lo digital no sea percibido como peligroso. Y eso implica que debería ser más fácil para la sociedad aceptar una “app” para teléfonos móviles. ¿Por qué tampoco esto juega a favor de radar Covid?

Ahondando en los datos de SIENNA, encontramos que los principales obstáculos a su aceptación son la pérdida de control en la toma de decisiones, el temor a la deshumanización y el desconocimiento sobre quién tiene acceso a la tecnología (y los datos que proporciona). A lo que se suma una preocupación generalizada por que las aplicaciones tomen decisiones complejas en casos en que se requiere objetividad e inteligencia emocional.

La pérdida de control tiene mucho peso en el rechazo a la tecnología. Los datos indican que el 50% de los ciudadanos opina que usar la tecnología digital tiene un impacto positivo. Sin embargo, simultáneamente, un 55% de los españoles está convencido de que recurrir a ella reduce su “control”. De ahí las reticencias.

Desgraciadamente, no tenemos muchas herramientas que puedan ayudar a enfrentar la pandemia. Las soluciones de otros países se pueden importar de forma sencilla, sí. Pero adaptarlas a nuestra sociedad implica que pensemos en una tecnología que tenga en cuenta las necesidades (y los prejuicios) de la ciudadanía.

Quizás nos está haciendo falta un enfoque humanista de la tecnología. Solo si se consiguen responder y aclarar las inquietudes de los usuarios podremos avanzar significativamente en el control y seguimiento de los contagios.

Javier Valls Prieto

Javier Valls Prieto es profesor de Derecho Penal en la Universidad de Granada, especializado en regulación ética y jurídica de la inteligencia artificial y la robótica.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.
1 comments
  1. Seguro que un enfoque humanista de la tecnología ayudaría.

    Pero también que en el diseño de la tecnología se recabara la participación de personas que representaran las percepciones y preocupaciones de aquellos a los que se quiere convencer de que la utilicen.

    Muy cordialmente

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