El teletrabajo ha venido para quedarse, pero ¿para quedarse dónde?

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El trabajo a distancia puede facilitar un efecto no deseado: la deslocalización laboral

Cuidado cómo se plantea la regulación del teletrabajo. Si tengo que contratar y se me ponen condiciones imposibles es que yo mañana puedo contratar en Portugal”, ha advertido Antonio Garamendi, presidente de la CEOE, en una entrevista en Onda Cero.

Más allá del rifi-rafe propio de una negociación, la advertencia de Antonio Garamendi como reacción al anteproyecto de ley de Trabajo a Distancia que elabora el Ministerio alerta sobre un efecto indeseado del teletrabajo.

Bien organizado, el trabajo a distancia facilita la conciliación familiar y la flexibilidad horaria, mejora la productividad, abarata costes de transporte, contribuye a evitar aglomeraciones en horas punta…y permite que muchas empresas no cierren durante un confinamiento. Pero tiene sus contrapartidas. Por ejemplo, facilitar la deslocalización laboral. 

Para deslocalizar, hasta ahora las empresas no han recurrido al teletrabajo. Lo llevan haciendo desde hace décadas. Los productos de Apple se fabrican en Shenzen (China). Nike y Adidas se han ido a Vietnam. Producción agrícola de capital español se localiza en Marruecos. Telefónica se replanteo la deslocalización de sus call centers porque la calidad del servicio se resentía pero durante años los ubicó en Latinoamérica. Objetivo: reducir costes laborales.

Trabajadores de una fábrica en Shenzen (China). Photo credit: The.Rohit on Visual hunt

Ahora, el teletrabajo puede facilitar esta tendencia en algunos sectores especialmente sensibles a la digitalización. Trabajar a distancia permite precisamente eso, distancia. Con el teletrabajo se hace menos necesario que la plantilla esté en la empresa. Se diluye la ventaja competitiva que tiene un trabajador cuando está cerca del centro de trabajo.

Las advertencias del presidente de la CEOE pueden parecer exageradas, pero a principios de abril, el historiador israelí Yuval Noah Harari ponía un ejemplo y hacía otra advertencia.

“Si las universidades se dan cuenta de que pueden enseñar por Internet, una vez que termine la crisis, aunque muchos cursos vuelvan a la normalidad, otros se seguirán impartiendo online, lo que significa que pueden contratar personas en otros países para dar clases, algo que podría cambiar el mercado laboral académico, por ejemplo, con universidades europeas contratando profesores de India, que les serían mucho más baratos y podrían enseñar de forma virtual. Es solo un ejemplo de lo que podría pasar en muchas más industrias.”

Virtualizar al trabajador, una opción tentadora

Para muchas empresas el teletrabajo no sólo supone una oportunidad de adaptación al medio digital y de blindar la capacidad de producción ante nuevos confinamientos sino también la tentación de trasladar parte de los costes a sus trabajadores (el espacio, la mesa de trabajo, el consumo de luz…). 

Pero, además, supone una oportunidad algo más indefinida pero también muy tentadora: alejar al trabajador y sus conflictos, desvincular la producción de la presencialidad, reducir la laboralidad de la fuerza de trabajo. En la distancia, el vínculo entre trabajador y empresa se diluye, se virtualiza. 

La tendencia a alejar al trabajador empezó hace años con las externalizaciones. Se deja en la empresa lo esencial y el resto se descompone en servicios que prestan empresas externas. Aunque su función sea la misma, trabajadores que mantenían un vínculo directo con su empresa dejan de tenerlo porque la responsabilidad pasa a otras. El trabajo se convierte en servicio. 

TaylorHerring on VisualHunt.com

Un ejemplo de la creciente desvinculación entre trabajo y empresa lo aportan las plataformas de intermediación como Uber, Deliveroo o Glovo. A pesar de dirigir el trabajo de miles de personas sus plantillas nominales son muy reducidas. La mayoría son consideradas prestadoras de servicio. La batalla judicial sobre si los repartidores son falsos autónomos que deberían ser considerados trabajadores de pleno derecho está cada semana en los medios. 

Complementariedad, sustitución o consustancialidad

Hay tres maneras de entender el teletrabajo. La que complementa la presencialidad. La que la sustituye. Y la que es consustancial al negocio.

La primera no aleja del todo al trabajador al combinar las virtudes del nexo directo y la vinculación al espacio y a los compañeros con la flexibilidad que aporta la distancia. Es en la que está pensando el Ministerio de Trabajo y, probablemente, la mayoría de empresas.

La segunda conlleva la transformación radical del trabajo y la substitución de puestos físicos por virtuales. Es en la que parece estar pensando el presidente de la CEOE cuando amenaza con contratar en Portugal.

La tercera es la propia del mundo digital. El teletrabajo forma parte de su adn. No hay apenas presencialidad porque no hay espacio físico adonde ir. La empresa está en la red.

En cualquiera de los tres casos, se abren oportunidades y riesgos. Entre estos últimos hay que tener en cuenta la probable presión a la baja en los salarios. Así ha ocurrido con la deslocalización industrial y con las externalizaciones. Cuando un trabajador español tiene que competir con un oriental, un africano o un latinoamericano y la proximidad a la empresa no le aporta ventaja competitiva su valor se reduce.

El debate lo abrió hace unas semanas Mark Zuckerberg, CEO de Facebook,  cuando anunció que pretende que en 2030 teletrabaje el 50% de su plantilla y que cobre en función del coste de la vida del lugar donde resida el trabajador.

Las leyes de la globalización

A propósito del proyecto de regulación impulsado por el Gobierno español, el economista José Moisés Martin decía en Twitter “Tendremos que ver en qué se materializa esto de la ley de teletrabajo. Seguro que ha habido abusos que hay que corregir y prevenir. Pero o es una regulación muy cuidadosa o terminará siendo contraproducente. Deseo mucho tino a los redactores, de verdad.”

La cautela que reclama J. Moisés Martín y la advertencia de Garamendi recuerdan el debate recurrente sobre la fiscalidad del capital. “Cuidado con los impuestos porque el capital se puede marchar”. Salvando las distancias, con el teletrabajo puede ocurrir algo parecido. “Cuidado porque nos lo llevamos a Portugal.”

Se globaliza el capital. Se globaliza el trabajo. 

El teletrabajo hay que entenderlo como un fenómeno ligado a la globalización creciente de la sociedad y para regularlo en toda su dimensión probablemente no bastarán las herramientas legales locales como la que elabora el MInisterio de Trabajo, por muy precisas y cuidadosas que sean.

La globalización parece recorrer un camino de ida y vuelta. Con la pandemia nos hemos dado cuenta de que un exceso de globalización y deslocalización nos hace vulnerables. El presidente de EEUU amenaza a las industrias norteamericanas que se deslocalizan, Francia exige repatriar la producción de vehículos de PSA y Renault. Europa y Estados Unidos quieren reindustrializarse e impedir que China acapare la mayor parte de la producción mundial de elementos estratégicos, desde componentes de la tecnología 5G a los antibióticos (el 90% ciento dependen de China según, David Gartner, editor internacional de The Financial Times)

Puede darse la paradoja de que recuperemos industrias pero que sean sus empleados los que se globalicen y acaben trabajando a distancia desde Portugal… o más lejos.

Joan Rosés

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