Metropolis. Fritz Lang 1927. Fuente: Wikimedia Commons

El valle no es lo inquietante

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La teoría del Uncanny Valley considera que cuando los robots rebasan un cierto punto de realismo causan rechazo. La nueva robótica humanoide se empeña en superarlo

 

Vuelven los humanoides. Nunca se fueron del todo, pero durante un tiempo la robótica se concentró en atender las necesidades de la industria y la logística, más pendientes de la eficacia mecánica que del aspecto. 

En los últimos meses ha aumentado la oferta de bípedos con altas prestaciones de movilidad, autonomía y capacidad de reacción que intentan acercarse al comportamiento físico de las personas.

La obsesión por emular lo humano no es nueva pero hasta ahora la robótica ha conservado un imaginario propio. Los humanoides tienen cabeza, brazos y piernas, pero su aspecto mantiene evidentes distancias con las personas de carne y hueso. Cuando los observamos, vemos un ingenio mecánico, no a un supuesto ser humano. 

Para crear ese imaginario, el cine ha sido determinante. El robot de Metrópolis (1927), que por cierto se llamaba María, C3PO de La guerra de las galaxias y otros muchos han logrado fijar una imagen reconocible de los artefactos robóticos. No hace falta camuflarlos. No pretenden confundirnos aunque incorporen expresiones y comportamientos propios de las personas.

La empatía tiene límites

Los humanoides buscan una cierta similitud con las personas para generar empatía y facilitar la interacción. Su aspecto proyecta expectativas. Su humanidad, por ahora limitada, nos promete un cierto grado de inteligencia que no consideraríamos si se tratara de un simple objeto.

Pero la emulación tiene sus límites. Un parecido excesivo, si no viene acompañado de capacidades acordes con su aspecto, provoca rechazo.

Telenoid ocupa el primer puesto en la clasificación de los robots más espeluznantes de la Guía de Robots de IEEE Spectrum

 

En 1970, el ingeniero japonés Masahiro Mori popularizó la teoría del “valle inquietante” (Uncanny Valley) según la cual a medida que aumenta la semejanza humana en el diseño de un objeto aumenta la afinidad con él. Pero sólo hasta cierto punto. Cuando se fuerza la semejanza y se sobrepasa el nivel de realismo, la afinidad disminuye drásticamente y se genera rechazo. 

No obstante, la teoría continua afirmando que si los humanoides logran alcanzar una representación hiperrealista aceptable y el nivel de prestaciones se corresponde con su aspecto, el rechazo desaparecerá.

Curva del valle inquietante según Masahiro Mori.

Objetivo: superar el valle

La nueva robótica, alentada por los avances en inteligencia artificial y el nivel de hiperrealismo que están logrando los avatares digitales, se esfuerza en superar ese valle inquietante. Si la inteligencia artificial avanza replicando o incluso superando ciertas capacidades del ser humano, los nuevos robots irán refinando su aspecto para acercarse a un nivel de emulación superior. ¿Los aceptaremos?

El pionero japonés en robótica humanoide Hiroshi Ishiguro está convencido de ello. Lo comentábamos en estas mismas páginas hace unas semanas. 

Pero no será fácil. Trasladar el hiperrealismo virtual a objetos físicos supone un desafío mayúsculo. Angela Tinwell, reconocida investigadora en robótica humanoide, opina que “para que un robot supere el “valle inquietante”, sus expresiones faciales deben coincidir con su tono emotivo. Son determinantes los elementos faciales como la frente, los ojos y la boca, que representan la complejidad de las emociones y los pensamientos. También sus movimientos corporales deben reflejar un hipotético estado emocional”.

En el camino se irán generando absurdos. Rodney Brooks, profesor emérito de robótica del MIT, comentaba hace unas semanas en la Universidad de Stanford que la obsesión por la emulación puede llegar al ridículo. “Fijémonos en esta imagen, decía Brooks. ¿Por qué necesitan pechos los robots? ¿Qué están prometiendo?”. 

Imagen proyectada por Rodney Brooks en la Universidad de Standord. (Fuente: Youtube)

Más allá de la propaganda y las promesas de un futuro rebosante de tecnofelicidad, queda por estudiar qué efectos tendría en las personas la convivencia con seres mecánicos aparentemente parecidos a nosotros.

La nueva robótica trata de superar el “valle”, pero lo realmente inquietante es que algún día llegue a conseguirlo.

Joan Rosés

 

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