Pintura artificial de la colección Gradient Descent en la galería Nature Morte

En busca de la creatividad humana

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El arte y la cultura se sienten inmunes ante una posible superioridad de la tecnología. La creatividad será siempre humana. Algunas dudas amenazan esa convicción.

En la antigua Grecia, la palabra tekné incluía lo técnico y lo artístico. Arte y tecnología comparten origen y ansia por superar lo establecido. Romper convenciones, ensanchar los marcos, desbordar los límites, explorar terrenos desconocidos… Crear, en definitiva. Es natural que, compartiendo orígenes y ansias, arte y técnica encuentren complicidades.

El arte del siglo XXI, como tantas facetas de la sociedad, no sería el mismo sin la aportación de la técnica. El cine, la televisión, la fotografía… son hijos legítimos de la tecnología. La pintura, la escritura, el teatro… tampoco serían lo que hoy son sin el efecto que la técnica ha ejercido en creadores y público.

Sin ir muy lejos, podemos convenir que la primera oleada de digitalización de los medios de producción/distribución y la generalización de Internet han transformado la cultura de arriba a abajo: abaratamiento de costes, globalización, acceso distribuido, personalización,  piratería…

Pero se avecina, si no estamos ya en ella, una segunda oleada de transformación tecnológica que impactará en todos los ámbitos de la sociedad, arte y cultura incluidos. Una oleada con tres frentes: La inteligencia artificial, a la cabeza, pero también las redes blockchain y las neuro y bio tecnologías.

En ámbitos no tecnológicos, la inteligencia artificial se percibe a menudo como una amenaza que podría comportar la sustitución del hombre por la máquina. Los ambientes tecnológicos, en cambio, relativizan la amenaza porque comprueban a diario cuán lejos están de alcanzar el estadio de sustitución completa de la humanidad, si es que llega a producirse algún día.

El mundo del arte y la cultura no participa de esa inquietud, convencido de que la creatividad es insustituiblemente humana. Ningún artefacto es ni será capaz de emular la capacidad creativa de las mujeres y los hombres. Ni ahora ni en el futuro. Pero ¿es ésa una convicción razonable? ¿Podemos estar seguros de que el arte está a salvo de la sustitución, lo que algunos llaman singularidad? ¿Es la substitución el principal desafío al que se expone la creatividad humana en su relación con la tecnología?

Estamos en los comienzos de la comprensión científica de la creatividad

Margaret Boden

Margaret Boden es una veterana investigadora de la Universidad de Sussex y una de las pioneras en el desarrollo de inteligencia artificial. En 1977 publicó el libro “Inteligencia Artificial y Hombre Natural” en el que exponía sus reservas acerca de las capacidades futuras de la tecnología. Aún así, advertía: “La creatividad no es mágica. Es un aspecto de la inteligencia humana normal, no una facultad especial otorgada a una pequeña élite. Hay tres formas: combinacional, exploratoria y transformacional. Las tres pueden ser modeladas por la IA, en algunos casos, con resultados impresionantes. Las técnicas de IA subyacen a varios tipos de arte computacional. Si las computadoras podrían ‘realmente’ ser creativas no es una pregunta científica sino filosófica, a la que no hay una respuesta clara. Pero estamos en los comienzos de la comprensión científica de la creatividad”.

La creatividad no es mágica. Empezamos a comprender sus mecanismos, asegura Boden. ¿Tenemos ahí un primer escalón que nos acerca a la sustitución?

Falta de intencionalidad y rechazo social de lo artificial

A partir de las reflexiones de Margaret Boden, Ramon López de Mantaras, investigador del Centro Superior de Investigaciones Científicas y reconocido experto en IA, plantea otras dos incertidumbres: “Margaret Boden señaló que incluso si un ordenador inteligente artificialmente llegara a ser tan creativo como Bach o Einstein, para muchos sería sólo creativo en apariencia y no en realidad. Coincido plenamente con ella en las dos razones que da para este rechazo, a saber: la falta de intencionalidad y nuestra renuencia a dar cabida en nuestra sociedad a agentes artificialmente inteligentes”.

Creatividad real versus creatividad aparente. He ahí una limitación. ¿Pero tiene la sociedad una percepción nítida de cuándo la creatividad es aparente y cuándo es real?

Uno de los puntos destacados de la reciente propuesta del grupo de expertos de la UE sobre comportamiento ético de la IA hace referencia a que el ciudadano debe poder identificar cuándo se relaciona con un robot o con un humano. Se refiere a los chatbots, las siris, las alexas y demás artefactos que emulan diálogos y voces humanas.

¿Cuándo una obra de arte deja de ser humana?

¿Deberíamos incorporar esa recomendación al arte? ¿Debemos exigir que se identifique cuándo una obra ha sido creada por máquinas y softwares y cuándo por un artista? Probablemente. Una obra sin autor es una obra sin alma. Vacía. Pero ¿a partir de qué momento consideramos que una obra de arte es humana? ¿Un libro escrito por un robot pero retocado por un humano en qué categoría entraría? ¿Y un lienzo pintado por una máquina pero con un último trazo incorporado por el artista, cómo deberíamos considerarlo? ¿Y una composición musical semi automática?

No estamos muy lejos de tener que plantearnos estas dudas. La confluencia de inteligencia artificial y arte avanzan rápidamente. Veamos algunos ejemplos.

El Instituto Tecnológico de Georgia presentó hace un par de años una batería para tres brazos. Dos humanos y uno robótico. Suena asI:

Amper Scores permite crear música personalizada en segundos. La youtuber norteamericana Taryn Southern utilizó esta tecnología en 2017 para lanzar su primer disco, “I am AI”. El resultado obtuvo una excelente acogida.

Flow Machines es una tecnología de Sony que produce composiciones como ésta.

En febrero de 2016 se estrenó en Londres Beyond the Fence, el primer musical del mundo cuyo argumento, libreto y partitura se generaron por ordenador. Para ello, un equipo internacional y multidisciplinar de científicos  se dividió el proceso creativo. El español Pablo Gervás, profesor del departamento de Ingeniería de Software e Inteligencia Artificial de la Universidad Complutense de Madrid, fue el responsable de la creación del libreto.

La aportación del equipo de Ingeniería de la Complutense confirma que también se avanza en la computerización del proceso creativo de la literatura.

Los experimentos vienen de lejos, Ray Kurzweil, uno de los entusiastas padres de la ‘singularidad tecnológica’, hoy ingeniero jefe de Google, construyó en 2001 Cybernetic Poet, un programa que hacía lo que su nombre indica, poemas cibernéticos. Bot Poet, constató que el 44 por ciento de los internautas creyeron que los poemas cibernéticos eran obra de un humano. Y el mismo Pablo Gervás participó en proyectos de poesía automática como Wasp y Aspera

¿Será posible emular las emociones?

Aunque ya han pasado casi veinte años de los primeros intentos, los investigadores siguen encontrando un escollo fundamental: la falta de sentimiento de las creaciones. A la máquina no sólo le falta intencionalidad sino que lo hace con frialdad. ¿Será posible reproducir las emociones en el futuro? Hay quien trabaja en ello.

En otros géneros literarios, la computación ha progresado un poco más. Botnik Studios presentó hace unos años una novela que continuaría la saga de Harry Potter elaborada por un bot entrenado con los siete libros anteriores.   

En artes plásticas, la IA evoluciona rápidamente. Un par de ejemplos. La exposición Gradient Descent con pinturas creadas totalmente por ordenador, recopiladas por la galería Nature Morte y Le Comte de Belamy, cuadro realizado sin intervención humana por el colectivo Obvious que ha sido adquirido por un coleccionista de París.

Colección Gradient Descent en la galería Nature Morte

Hacia la disrupción creativa

La falta de intencionalidad y de sentimiento en la creación autónoma da pie a otra consecuencia: el rechazo social hacia este tipo de creaciones, una vez descontada la novedad, y, por lo tanto, la pérdida de valor.

Según Ramón López de Mantaraslas razones de que seamos tan reacios a aceptar que agentes no biológicos (o incluso biológicos, como en el caso de Nonja, un pintor vienés de veinte años cuyos cuadros abstractos fueron expuestos y admirados en galerías de arte, pero cuya obra se devaluó después de saberse que era un orangután del zoo de Viena) puedan ser creativos es que no tienen cabida natural en nuestra sociedad de seres humanos y la decisión de aceptarlos tendría consecuencias sociales de gran calado.”

¿Pero sabemos con certeza que el rechazo hacia lo artificial se mantendrá? ¿Lo hará en todas las culturas, también en las asiáticas aparentemente más proclives a la conllevancia con las máquinas? Si desde la aparición de Internet la sociedad universal ha ido aceptando cambios de un calado insospechado y a una velocidad indigerible, por qué no habrá de aceptar otra transformación más? La disrupción de la creatividad.

Hoy por hoy, somos supuestamente reacios a aceptar una obra creada por un ordenador o por un orangután, pero no lo somos tanto cuando la artificialidad se incorpora a la creación como una herramienta que potencia las capacidades de lo humano. Obvio. Para esto ha servido la tecnología, hasta el momento. ¿Pero dónde está el límite? ¿Qué porcentaje de creación delimita la frontera de lo aceptable? ¿A partir de qué momento, el humano deja de ser el autor? ¿Dónde reside la autenticidad?

¿Rechazaremos una historia artificial que logre interesarnos?

Las dudas no se agotan. En el ámbito de la narrativa surgen otras. ¿Rechazaríamos una historia creada artificialmente si ésta lograra interesarnos, intrigarnos, aterrorizarnos o incluso emocionarnos debido a su habilidad en la reproducción de estructuras ya creadas? ¿No funcionan de manera parecida hits musicales que reproducen esquemas de otros hits? ¿No existen ya fórmulas, métodos y estructuras replicables para crear literatura ‘comercial’?

El científico norteamericano Marvin Minsky, considerado uno de los padres de la Inteligencia Artificial, decía que la mente humana y la artificial comparten la habilidad para combinar la concurrencia de múltiples agentes. Si la capacidad combinatoria de la IA sigue avanzando, ¿podrá emular en capacidades a la inteligencia humana?

Muchas preguntas, pocas respuestas. De hecho, la atribución del sello de la creatividad genuina a la especie humana es una convención relativamente reciente. Durante siglos se ha considerado que la creación pura proviene de un ente divino y el papel de los humanos se limita a la fabricación de sucedáneos más o menos imaginativos, meros emuladores de la Creación. ¿Podrán las máquinas ejercer ese papel?

Joan Rosés – Collateral Bits
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