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Espiar ya es lo normal

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Las tecnologías de espionaje y vigilancia se extienden más allá de los círculos políticos. En diversos ámbitos de la sociedad se normaliza el seguimiento y monitorización de personas

 

El caso Pegasus ha puesto de manifiesto, por lo menos, dos cosas: la sofisticación que ha alcanzado la tecnología para invadir la privacidad de las personas (y esto sólo está empezando) y la precariedad de las administraciones y la propia sociedad para controlar que esa sofisticación no se aplique en detrimento de la convivencia y la democracia.

Pegasus es un software sofisticado pero no único. Ron Deibert, director de Citizen Lab, el laboratorio de la Universidad de Toronto que ha verificado los teléfonos de los políticos catalanes hackeados, comentaba hace unos días que tienen detectados otros programas parecidos como Hacking Team, FinFisher, Candiru, Cyberbit, Circles y Cytrox, pero que hay docenas de programas todavía por detectar. “Muy pocos obstáculos se interponen en su camino al no existir regulaciones internacionales que rijan la venta o transferencia de spyware comercial. Es una industria altamente lucrativa que está floreciendo en un reino sin gobierno”, dice Deibert.

Los programas de espionaje sofisticado son una variante de la tecnología orientada a la vigilancia que tanto entusiasma a gobiernos, cuerpos policiales o incluso empresas. El espionaje personaliza la vigilancia, la orienta a personas determinadas, pero otras tecnologías de vigilancia, como el reconocimiento facial, se dirigen a la población de forma indiscriminada. 

Afortunadamente no hemos llegado al descaro de China, pero el uso de tecnología para el espionaje y la vigilancia se está normalizando en muchos ámbitos. Como muestra, unos cuantos ejemplos de casos aparecidos en los medios en los últimos días.

 

Trabajadores monitorizados

Cabalgando entre la personalización y la vigilancia indiscriminada, aumenta el uso del bossware, un conjunto de herramientas de monitorización y control laboral que ya están incorporando numerosas empresas.

Hace unos días, The Guardian analizaba la notable cantidad y variedad de herramientas disponibles para el seguimiento de teletrabajadores. Registran las pulsaciones del teclado, toman capturas de pantalla, detectan los movimientos del mouse, activan cámaras web y micrófonos, o hacen fotografías periódicamente sin que los trabajadores lo sepan.

Una de estas herramientas es Veriato, que llega a puntuar a los trabajadores en función de si su comportamiento puede suponer un riesgo para la empresa (intención de robar datos o filtrarlos a la competencia, por ejemplo).  La puntuación se basa en indicadores que supuestamente reflejan los sentimientos del trabajador hacia la empresa a partir del análisis de sus correos electrónicos y mensajes.

RemoteDesk tiene un producto que supervisa a los trabajadores en tiempo real mediante cámaras web equipadas con reconocimiento facial y tecnología de detección de objetos. Incluso puede disparar alertas si un trabajador come o bebe en horario de trabajo. Cuando inició la venta de su producto, RemoteDesk llegó a promocionarlo como una forma de garantizar la «obediencia al trabajo desde el hogar», lo que causó cierta consternación en Twitter.

 

Promoción de Prodoscore

 

A fines de 2020, Microsoft lanzó un producto llamado Productivity Score que calificaba la actividad de los empleados, incluida la frecuencia con la que asistían a videoconferencias y enviaban correos electrónicos. Se produjo una reacción contraria generalizada y Microsoft se disculpó y modificó el producto para que los trabajadores no pudieran ser identificados. 

Otra empresa, Prodoscore, permite que cada empleado reciba una “puntuación de productividad” diaria que se envía al gerente del equipo y al propio trabajador. La puntuación se calcula mediante un algoritmo que pondera y agrega el volumen de aportaciones de un trabajador a todas las aplicaciones comerciales de la empresa: correo electrónico, llamadas de teléfono, aplicaciones de mensajería, bases de datos…

 

Vigilar a los niños, claro

Cuidar y vigilar a los menores es una obligación ineludible de los padres. Ahí la tecnología ha encontrado un buen filón. Son diversas las apps de móvil que permiten controlar la ubicación de los menores. Life360 es la app líder en gestión de la ubicación, utilizada por 32 millones de personas en más de 140 países, la séptima aplicación de redes sociales más descargada.

Otras no se limitan a identificar la ubicación. Find My Kids permite activar el micrófono del teléfono de forma remota para que los padres puedan escuchar las conversaciones de sus hijos. OurPact da acceso a capturas de pantalla de la actividad online del menor. Bark monitoriza y escanea los mensajes enviados por si hay indicios de «acoso cibernético, contenido sexual, síntomas de depresión, ideas suicidas, amenazas de violencia…«. La aplicación asegura «proteger» a casi 6 millones de niños y dice haber detectado 478.000 «indicios de autolesiones» y 2,5 millones de «sospechas de acoso grave».

 

Imagen de la web de Ourpact

 

El seguimiento de la ubicación provoca conflictos en el seno de muchas familias, por los problemas que plantea hacia la confianza, la privacidad, la autonomía y el desarrollo personal de los menores. Y aunque el foco de la controversia se concentra en los adolescentes, también hay apps orientadas a la vigilancia de los más pequeños. En Estados Unidos, GizmoWatch 2 ofrece seguimiento de la ubicación en tiempo real y está dirigido a niños de hasta tres años. KIDSnav está pensado para niños de más de cinco años y ofrece seguimiento por GPS y un micrófono incorporado para escuchar lo que sucede a su alrededor.

Y, por supuesto, las tecnologías de vigilancia no podían faltar en las escuelas. Ya se pueden utilizar para evaluar la participación de los niños en el aula y para monitorizar su estado de ánimo, atención y comportamiento. El software de CRB Cunninghams, implantado en diversos colegios británicos, escanea las caras de los niños cada tres meses y modifica su algoritmo «para adaptarse al crecimiento y cambio de apariencia del niño”.

 

Sabemos que quieres abortar

Tras filtrarse la intención del Tribunal Supremo norteamericano de derogar la ley del aborto, se ha conocido que el broker de datos de ubicación SafeGraph vende información relacionada con las personas que visitan las clínicas que practican abortos. A partir de los datos que captura, sabe quiénes las visitan, cuánto tiempo permanecen en ellas y adónde van después.

SafeGraph obtiene los datos de ubicación a partir de aplicaciones comunes descargadas en los teléfonos, algunas de las cuales instalan un código que envía los datos al broker a cambio de una compensación. Habitualmente, los usuarios no saben que su teléfono está recopilando datos ni que éstos se envían a terceros. 

 

Multa a La Liga

En 2019, la Agencia Española de Protección de Datos impuso una multa de 250.000 euros a la Liga Española de Fútbol porque espiaba a los bares para saber si pirateaban la retransmisión de los partidos. Hace una semana, el Tribunal Supremo confirmó la sanción.

La denuncia se produjo después de conocerse que La Liga utilizaba su app oficial como medio de espionaje sin habérselo comunicado a los millones de usuarios que se la habían descargado. La app permitía activar el micrófono del móvil y captar si el sonido ambiente coincidía con el de un bar y así detectar si se estaba difundiendo un partido de fútbol sin licencia. Los datos de geolocalización del teléfono permitían ubicar dónde se encontraba el establecimiento.

 

Drones de bolsillo

La tecnología no da respiro. Uno de los últimos inventos son los drones de bolsillo equipados con cámara que ha puesto a la venta Snap, la matriz de Snapchat. Cuestan 230 dólares y son más fáciles de manejar que un dron convencional. Ideales para jugar con ellos pero también para colarte en el patio del vecino con un artefacto de apenas unos centímetros y ver qué está haciendo.

 

Minidron de Snap

 

Así están las cosas (y sólo hemos recogido ejemplos de casos publicados en los últimos días). A pesar de los escándalos, la tecnología orientada a la vigilancia de personas tiene ante sí un futuro prometedor. ¿La nueva normalidad?

Joan Rosés

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