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La atención no es un recurso

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La economía de la atención reduce aquello que nos conecta con el mundo y elimina la experiencia como fuente de conocimiento

Nos ahogamos en información mientras pasamos hambre de sabiduría“. Lo dijo el biólogo estadounidense EO Wilson a principios de este siglo, antes de la era de los teléfonos inteligentes. Es fácil deducir que, desde entonces, nuestra vida mental está ahora más fragmentada y dispersa que nunca.

“Economía de la atención” es una expresión que se usa a menudo para explicar que nuestra atención es un recurso limitado, ubicado en el centro del ecosistema informativo, bloqueado con diversidad de alertas y notificaciones en constante batalla para capturarlo.

Resulta un concepto útil para describir un mundo sobrecargado de información en el que los dispositivos y aplicaciones están diseñados intencionalmente para engancharnos.

Más allá de la repercusión en nuestro bienestar mental, la economía de la atención explica algunos problemas sociales importantes: desde la preocupante disminución del nivel de empatía hasta la radicalización de las redes sociales.

El problema es que este concepto tiene una notable aceptación. Una economía se ocupa, ante todo, de cómo asignar los recursos de manera eficiente para conseguir unos objetivos específicos (por ejemplo, aumentar los beneficios). Entender la atención como un recurso supone que ésta debe ser aplicada al servicio de algún objetivo, del cual las redes sociales y otras prácticas nocivas se empeñan en desviar. Cuando no la utilizamos para nuestros propios objetivos, la atención se convierte en una herramienta que puede ser utilizada y explotada por otros.

Lo que nos une al mundo exterior

Sin embargo, concebir la atención como un recurso omite el hecho de que la atención no sólo es útil. Es más fundamental que eso: la atención es lo que nos une al mundo exterior.

La atención ‘instrumental’ es importante, naturalmente. Pero también tenemos la capacidad de “atender” de una manera más “exploratoria”: estar verdaderamente abiertos a lo que encontramos, sin un objetivo en particular.

Durante un reciente viaje a Japón pude pasar algunas horas libres en Tokio. Al salir al ajetreado distrito de Shibuya vagué sin rumbo entre una multitud de personas y letreros de neón. Durante toda la mañana, mi atención estuvo en modo ‘”exploratorio’”, en contraste con la concentración que necesité horas más tarde para orientarme por el sistema de metro.

Dos hemisferios del cerebro

Tratar la atención como un recurso, como lleva implícito el concepto de economía de la atención, es ver sólo la mitad de la historia, concretamente la mitad izquierda. Según el psiquiatra y filósofo británico Iain McGilchrist, los hemisferios izquierdo y derecho del cerebro nos “presentan” el mundo de dos maneras fundamentalmente diferentes. El hemisferio izquierdo del cerebro es el pilar del modo instrumental de atención, el que tiende a dividir en partes lo que se presenta ante nosotros: analiza y categoriza las cosas para que puedan ser utilizadas para fines específicos.

En contraste, el hemisferio derecho adopta un modo de atención exploratoria: una conciencia más abierta a todo lo que se hace presente ante nosotros, en toda su plenitud. Este modo de prestar atención se activa, por ejemplo, cuando nos fijamos en las personas, en la naturaleza o en las obras de arte. Nada funciona si las observamos como un medio para lograr un fin. La atención exploratoria, argumenta McGilchrist, nos permite una experiencia más amplia del mundo.

La conexión con nuestro sentido más profundo

Además de entender la atención como un recurso, es importante que conservemos un claro sentido de la atención como una experiencia . Creo que eso es lo que el filósofo estadounidense William James tenía en mente cuando en 1890 escribió: “lo que observamos es la realidad“: la simple pero profunda idea de a qué prestamos atención y cómo la prestamos da forma a nuestra realidad, a cada instante, día a día, y así sucesivamente.

También es el modo exploratorio de atención el que nos conecta con nuestro sentido más profundo. Sólo debemos fijarnos en cuántas formas no instrumentales de práctica de la atención se hallan en el corazón de muchas tradiciones espirituales. En Awareness Bound and Unbound (2009), el profesor estadounidense de Zen, David Loy, describe una existencia no iluminada (samsara ) como el estado en el que la atención queda “atrapada” cuando salta de una cosa a otra, siempre buscando la siguiente donde agarrarse. Para Loy, el ‘nirvana’ es simplemente un estado de atención libre y abierta completamente liberada de tales fijaciones.

Por su parte, Simone Weil, (pensadora mística francesa de origen judío convertida al cristianismo), definió la oración como la atención “en su forma más pura”. Escribió que los valores ‘puros y auténticos’ de un ser humano, como la verdad, la belleza y la bondad, son el resultado de un particular ejercicio de atención absoluta.

La atención, convertida en un medio para extraer valor

El problema es doble. En primer lugar, el diluvio de estímulos que compiten para captar nuestra atención nos aporta una gratificación instantánea, pero reduce el espacio disponible para el modo exploratorio de atención. Cuando llego a la parada del autobús miro automáticamente mi teléfono en lugar de mirar el espacio; cuando levanto la cabeza veo que las personas a mi alrededor parecen estar haciendo lo mismo.

En segundo lugar, la narrativa que impone la economía de la atención, por útil que pueda ser, refuerza la concepción de la atención como un recurso, no como experiencia.

Llevado al extremo, podríamos imaginar un escenario en el que gradualmente fuéramos perdiendo la atención como vía de experiencia. Se convertiría únicamente en un medio para hacer cosas, algo de lo que se puede extraer valor. Este escenario nos llevaría, quizás, al tipo de distopía inhumana e incorpórea a la que se refiere el crítico cultural estadounidense Jonathan Beller en su ensayo “Prestar atención” (2006) cuando describe un mundo en el que “la humanidad se ha convertido en su propio fantasma“.

Aunque éste sea un escenario extremo, hay indicios de que las psiques modernas se están moviendo en esa dirección. Un estudio efectuado con un grupo de personas a las que se encerró temporalmente en un espacio vacío, a solas con sus pensamientos, comprobó, por ejemplo, que la mayoría prefería incluso recibir una ligera descarga eléctrica que continuar sin estímulos externos en los que fijar su atención. O pensemos en el aumento de dispositivos inteligentes que rastrean nuestros movimientos y comportamientos diarios con el fin (supuestamente) de acumular autoconocimiento (yo cuantificado). Si uno adopta esa mentalidad, los datos son la única información válida. La experiencia directa y sentida del mundo no cuenta.

Photo by Falco Negenman on Unsplash

Cómo mantener nuestro carácter exploratorio

Afortunadamente, ninguna sociedad ha alcanzado esta distopía, todavía. Pero frente a una serie de reclamos y propuestas que nos invitan a tratar nuestra atención como un recurso, debemos trabajar para mantener nuestros modos de atención instrumental y exploratorio en equilibrio. ¿Cómo podemos hacerlo?

Para empezar, cuando hablamos de atención, debemos defender su valor como experiencia, no como un simple medio para alcanzar un fin.

A continuación, podemos reflexionar sobre cómo pasamos nuestro tiempo. Además de seguir los consejos sobre “higiene digital” (apagar las notificaciones, mantener nuestros teléfonos fuera del dormitorio, etc.), podemos ser proactivos en destinar cada semana una cierta cantidad de tiempo a actividades que nos nutran de manera abierta y receptiva, no dirigida: pasear, visitar una galería de arte, escuchar música.

Pero tal vez lo más efectivo de todo sea simplemente incorporar el modo de atención exploratorio a nuestros hábitos diarios, tan a menudo como podamos, observando nuestra respiración sin estar pendientes de la agenda, por ejemplo. En una era de tecnologías rápidas y éxitos instantáneos, eso puede sonar un poco … decepcionante. Pero puede haber belleza y maravilla en el simple acto de “experimentar”.

Tal vez era lo que pensaba Weil cuando decía que la práctica correcta de la atención puede conducirnos a “las puertas de la eternidad … Lo infinito en un instante”.

Dan Nixon
Este artículo se publicó originalmente en AEON
Dan Nixon escribe sobre temas relacionados con la mente humana, la tecnología y el futuro de la economía.

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