Foto de Jukan Tateisi en Unsplash

La brecha invisible

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El acceso a Internet se ha convertido en un derecho fundamental pero el ritmo acelerado y disruptivo de la tecnificación excluye a buena parte de la sociedad

Imaginemos la pandemia sin acceso a Internet. Imaginemos haber pasado estos últimos meses en total aislamiento, sin poder ver a familiares y a amigos a través de pantallas de video, sin películas ni series en streaming, sin conciertos o clases de yoga virtuales. Sin teletrabajar o sin posibilidad de seguir las clases desde casa.

Casi la mitad del mundo no ha necesitado imaginarlo. Lo ha vivido. Actualmente, 3.500 millones de personas permanecen desconectadas. Y muchas más se conectan precariamente y con difícil acceso a la banda ancha.  

El último boletín de la Web Foundation expone crudamente esta realidad. 

Actualmente, solo el 54% de la población mundial está conectada. En las regiones más pobres, la población tiene pocas probabilidades de estarlo, sobre todo las mujeres, las persona mayores y las que viven en zonas rurales. Muchos de quienes logran conectarse lo hacen solo desde su lugar de trabajo, escuela o espacios de acceso público como bibliotecas y cafés pero con el cierre de estos espacios públicos aún más personas se han desconectado”, escribe Eleanor Sarpong, directora adjunta del programa Alliance for Affordable Internet (A4AI) de la Web Foundation.

Algunos ejemplos.  

Nasiru Saliah, maestra de secundaria en Tunga, Ghana, dice sentirse impotente ante el aumento de la brecha digital que sufren sus estudiantes, sin computadoras, teléfonos inteligentes, acceso a Internet y, en algunos casos, sin electricidad. Para Anisha Pandit, madre de dos hijos y maestra en Srinagar, Cachemira, India, la conectividad irregular le ha cortado los recursos que necesita para enseñar. En Sudáfrica, Onica Makwakwa, coordinador regional para África de A4AI, denuncia que la crisis impide el acceso a muchos ciudadanos: las tarifas de datos son caras para más del 80% de los sudafricanos pero el bloqueo de esta pandemia, las pérdidas económicas y el suministro errático de electricidad han empeorado la situación. 

La brecha digital también afecta a los países ricos. En Nueva York, casi un tercio de los hogares carece de banda ancha en casa, y en el conjunto de Estados Unidos cuatro de cada diez hogares tampoco tienen, según Pew Research.

Datos y gráficos Web Foundation

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En España, el 90 por ciento de la población tiene acceso a Internet pero entre la población con ingresos inferiores a 900 euros mensuales netos este porcentaje no llega al 70 por ciento.

En muchos casos el acceso a Internet se restringe al uso del teléfono móvil. No son pocos los alumnos de bachillerato que entregan sus trabajos hechos directamente con su smartphone.

La desigualdad de la educación online

Más de 770 millones de estudiantes de todo el mundo están siendo afectados por el cierre de escuelas y universidades a causa de la pandemia, según la Unesco.

En España la carencia de medios ha obligado a reforzar la asistencia docente a muchos alumnos (aportándoles ordenadores y materiales impresos, conectándolos personalmente por teléfono..,) y ha invalidado la idea inicial de evaluarlos en función de su rendimiento online.

Pero el problema no se reduce a la carencia de medios electrónicos. Hay una brecha digital visible derivada de la falta de dispositivos y conexiones pero existe otra brecha no tan visible.

A muchos niños no sólo les faltan dispositivos y conexión de banda ancha para seguir el ritmo de la educación a distancia. Ni el nivel educativo de sus padres les permite compensar la precariedad de medios, ni les favorece el entorno familiar, ni la dimensión de sus viviendas les facilita la intimidad que necesitan para concentrarse. 


Foto de Felix Serre en Unsplash 

En la escuela todos los alumnos pueden sentirse iguales, con acceso uniforme a los medios tecnológicos, con la misma atención de los profesores, con idénticos espacios y con la posibilidad de socializarse al margen del nivel de precariedad de sus hogares

“La clave aquí para evitar que esa distancia física se traduzca en social es conseguir mantener la función de socialización de la escuela y su vocación de cerrar las brechas todo lo posible para que el ascensor social vuelva a funcionar, incluso en modelos a distancia o semipresenciales”, dice Cristina Monge.

Otras brechas

La brecha digital aumenta la brecha social. Y no únicamente en lo relativo a la educación.

En el ámbito laboral – añade Monge- está emergiendo con fuerza una nueva brecha social, la que se abre entre quienes pueden teletrabajar —generalmente empleos asociados a la “sociedad del conocimiento”— y aquellos que inexorablemente necesitan poner el cuerpo, arriesgar su salud acudiendo físicamente a su lugar de trabajo. Entre los primeros, las habilidades y el manejo de cada cual en los nuevos entornos crean oportunidades diferentes. Entre los segundos, abren distancias insalvables.”

La aceleración propia del desarrollo tecnológico y su empeño disruptivo abren también nuevas brechas.

El auge del comercio electrónico, tan celebrado durante la pandemia, está provocando el cierre de muchos pequeños comercios. Sus pequeños propietarios y los vendedores que trabajan en ellos son expulsados de la vida económica triunfante sustituidos por plataformas propiedad de multinacionales y repartidores en bicicleta.

La automatización de la industria y los servicios condenará a muchos trabajadores al desempleo crónico, sobre todo a aquellos que no han sabido o no han podido hacer frente a la primera brecha educativa.

El germen de la exclusión

El acceso a Internet es hoy tan necesario como la electricidad o el agua potable. Un bien público y un derecho humano básico. “Nunca ha sido más importante asegurarnos de que todos puedan conectarse”, dice Sarpong.

Pero a diferencia del resto de infraestructuras básicas, la tecnificación de la sociedad lleva inherente el germen de la exclusión. El cambio tecnológico constante, acelerado y disruptivo va dejando a gente por el camino.

En el ámbito educativo y laboral, pero también en el político. Renata Ávila ha denunciado la creciente marginación política de los ciudadanos pobres que no pueden seguir los procesos digitales aplicados a la participación política. 

Pronto no será suficiente disponer de conexión a Internet ni tener las habilidades digitales básicas para no quedar excluido. El conocimiento digital se sofistica: Inteligencia Artificial, big data y su algorítmica asociada, bioingeniería…  Nuevas retos tecnológicos que pueden aportar mucho valor pero que surgen con un ritmo de implantación y un liderazgo concentrado en grandes corporaciones privadas o estados autoritarios que condena a  la exclusión a quienes no pueden seguirlo.

Un informe de la Unión Internacional de Telecomunicaciones, organismo de Naciones Unidas, constata que en 40 de 84 países analizados el porcentaje de población que tiene habilidades digitales básicas como copiar un archivo o adjuntarlo a un email no llega al 50 por ciento. En Europa, un 35% por ciento de la población carece de habilidades digitales básicas.

No solo nos enfrentamos a una pandemia mundial de salud. También tenemos una brecha digital catastrófica que amenaza con profundizar las desigualdades”, dice Sarpong.

La brecha digital también tiene su cara invisible.

Joan Rosés

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