Lorenzo Veneziano – La Conversión de Pablo – 1370

Caer del caballo

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Estamos pasando de la confianza ciega en la tecnología a la desconfianza y al temor sobre sus abusos

Saulo de Tarso (más conocido como San Pablo) fue un agresivo perseguidor de cristianos que se convirtió a la fe un dia que viajaba a Damasco. Según la leyenda, se cayó del caballo cegado por una luz divina y una voz que martilleaba: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?”.

Aunque la supuesta caída del caballo fuese un trance poco fiable, su conversión repentina parece acreditada. Más allá de este incidente ocurrido en el primer siglo de nuestra era, a lo largo de la historia se han reproducido múltiples episodios de conversiones repentinas o descreimientos fulgurantes que han cambiado la trayectoria y el destino de personas  e incluso de países enteros.

Entrado ya el siglo XXI nos hallamos inmersos en una especie de “caída del caballo” colectiva que afecta a las bondades del cambio tecnológico, hasta ahora poco discutidas. Desde hace un tiempo se multiplican las voces que ponen un punto de escepticismo al tecno-entusiasmo desmesurado en el que hemos vivido y en el que seguimos.

La luz cegadora que fuerza la caída tiene múltiples causas:  la manipulación de datos privados en Facebook para incidir en la campaña electoral norteamericana o el referendum del Brexit, los accidentes mortales de los coches autónomos en pruebas, el retroceso en las condiciones laborales impuesto por las nuevas plataformas digitales, el abuso de poder y la burla fiscal de los grandes monopolios de Internet, el temor a un desarrollo incontrolado de la inteligencia artificial, la constatación de que la robótica puede tener efecto devastador en una amplia tipología de trabajadores…

Durante el siglo XX, pensadores como Lewis Mumford o Jacques Ellul recuperaron las aportaciones del ludismo para distanciarse del fervor tecnológico que ha marcado una época. Ya entrado el siglo XXI, la velocidad con la que se expande el mundo digital se está contagiando a las reflexiones que crítican sus bondades inherentes. Desde hace algún tiempo proliferan pensadores y escritores como Nicholas Carr, Carl Mitcham, Evgeny Morozov, Jerome Lanier…  que señalan públicamente las debilidades del mundo digital y ponen de manifiesto sus contradicciones y sus peligros. Dudas o miradas críticas que siempre han existido, pero que nunca, hasta ahora, habían obtenido tanto alcance.

¿Qué ha incentivado la proliferación del pensamiento crítico hacia el abuso de la tecnología?

Probablemente, la misma facilidad para divulgar opiniones propia del mundo digital contribuye a expandir su propia crítica. Pero el motivo principal se debe, probablemente, a la preocupación que generan las dimensiones que están alcanzando el predominio tecnológico y sus consecuencias.

La mentira política ha existido siempre pero nunca, hasta ahora, había sido tan fácil multiplicarla y expandirla. Facebook  y Twitter, esencia de la nueva economia relacional, se han convertido en un aliado (involuntario?) de la falsedad. El primero por avenirse a  la manipulación de los datos privados de sus usuarios, el segundo, porque se ha convertido en un standard comunicativo mundial que alienta la divulgación sin apenas filtros.

“El sistema está fallando” (Tim Berners-Lee)

El poder financiero y la influencia política que acumulan los cuatro gigantes occidentales de la economía digital (Google, Amazon, Apple y  Facebook), incluso superior al de muchos estados, o sus homólogos orientales (Alibaba, Tencent, Baidu) seguido de los unicorns (startups que han obtenido un crecimiento vertiginoso y han acumulado un dominio monopolístico en su terreno) como Airbnb, Uber, eBay, Netflix,… suscitan dudas razonables sobre la bondad efectiva de la verdadera esencia de la economía digital.

Pero estamos hablando también de las sospechas hacia grandes fabricantes de tecnología como Apple que programan la obsolescencia de sus aparatos y dificultan el rendimiento de los modelos más antiguos.

O de los fallos de seguridad de la red y de los procesadores de los ordenadores, tabletas y teléfonos móviles, o los ciberataques perpetrados por potentes grupos informáticos que ponen en riesgo la arquitectura del nuevo mundo.

O del uso (abuso?) creciente de datos personales en manos de grupos privados, o de la duda acerca de si la inteligencia artificial y la robotización destruirán demasiados puestos de trabajos o de si la denominada economía colaborativa no es más que una composición de dos bonitas palabras que ocultan un modelo de economía monopolística y depredadora.

Tim Berners-Lee

“El sistema está fallando” advertía Tim Berners-Lee, inventor de la World Wive Web, en un artículo publicado en The Guardian en noviembre pasado en el que alertaba del peligro de acabar con la neutralidad de Internet. Y añadía: “La forma en que los ingresos publicitarios se generan mediante el clickbait (contenidos impactantes para generar tráfico) no cumple con el objetivo de ayudar a la humanidad a promover la verdad y la democracia. Estoy preocupado”.

Por su parte, el catedrático de ciencia política Joan Subirats decía el verano pasado en un artículo publicado en El Periódico que “hemos pasado de la confianza en la red para generar conocimiento a un sentimiento de temor sobre la facilidad con que se manipulan hechos y situaciones”.  

Hasta ahora hemos ido avanzando ciegamente hacia un futuro digital lleno de esperanza, del que no cuestionábamos otra cosa que no fuera nuestra propia capacidad para entenderlo.

Hoy se extiende la percepción de que no deberíamos seguir avanzando con los ojos cerrados.

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