Recreación de la vida futura en Marte. Proyecto Nuwa

La disrupción del espacio

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Los magnates tecnológicos que se pasean por el espacio no persiguen otra cosa que seguir creciendo, agotadas o en vías de colapso las posibilidades que ofrece el planeta Tierra.

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Cuando este verano, primero Richard Branson y luego Jeff Bezos dieron sus primeros paseos espaciales a bordo de sus naves particulares, daba la impresión de que los multimillonarios se estaban preparando para abandonar la Tierra. Parecía que, junto a Elon Musk, otro de los comandantes de la disrupción tecnológica y nuevo explorador del espacio, estuvieran preparando la huida a otros mundos, en el futuro tal vez más habitables que la Tierra. 

Fue sólo una impresión momentánea, exagerada, pero alimentada por las demostraciones de ambición e insolidaridad que ofrecen a diario los magnates de la disrupción. Puede que deseen marcharse, quién sabe, pero la realidad es que no tienen adónde ir. Es demasiado tarde para saltar del avión. La velocidad a la que se deteriora el planeta supera el ritmo de los avances científicos que investigan las posibilidades de habitar otros mundos, como Marte. 

En una reciente exposición, el CCCB de Barcelona mostraba algunos de los proyectos relacionados con la posibilidad de habitar Marte en los que están implicadas entidades españolas. Nuwa, una primera tentativa de idear el desarrollo de una ciudad sostenible y emancipada de la Tierra. Melissa, un proyecto de la Agencia Europea del Espacio que se plantea conseguir un ecosistema completamente autosostenible. Terra 2.0, sobre la posibilidad de modificar genéticamente microorganismos del sol que permitan, por ejemplo, crear nuevas simbiosis que mejoren la capacidad de retener agua. 

En la Tierra vivimos en comunión (?) con la naturaleza, pero si la naturaleza se vuelve hostil y debemos buscar otros territorios nos tendremos que adaptar a mundos subterráneos, a la producción sintética de alimentos, a la fabricación de oxígeno artificial, al reciclaje de desechos, a la creación artificial de vida… Todo muy incipiente y muy poco alentador.

En 2019, cientos de miles de jóvenes salieron a la calle a denunciar la inactividad política ante la emergencia climática. No hay planeta B rezaban las pancartas. Marte no es el planeta B.

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Foto Markus Spiske en Unsplash

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Las inversiones crecientes de los magnates tecnológicos en la exploración espacial no responden al deseo de huir. Se deben simplemente a la “necesidad” de seguir creciendo. Y ello requiere explorar nuevas posibilidades, nuevos territorios, nuevas fuentes de energía. En su planeta, que también es el nuestro, el crecimiento se ha convertido en una doctrina sin matices y actúa como una droga con efectos adictivos añadidos cuando se consigue el liderazgo mundial y se obtiene el fervor incondicional de millones de seguidores.

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Colapsa el planeta de los pobres

¿Seguir creciendo como si nada estuviera ocurriendo? Ubicados como estamos en un planeta con recursos limitados y en estado de emergencia por su deterioro medioambiental, ¿a qué responde esa voracidad persistente por crecer, liderar el crecimiento y acumular riqueza, práctica que, por ciento, no contribuye a evitar el deterioro del planeta, más bien lo contrario? ¿Para qué ser el más rico de un planeta que no aguanta más? ¿Qué harán con tanto dinero cuando esto colapse? ¿A quién le venderán sus productos cuando las catástrofes naturales reduzcan la población y su capacidad de consumo? 

No son estas las preguntas que se hace la élite. Los líderes de la disrupción tecnológica, ahora exploradores del espacio, tienen otras preocupaciones. Perciben que tal vez se les agota la Tierra para aumentar el negocio, pero no para vivir en ella. Saben que si la Tierra colapsa, los efectos no serán iguales para todos. No habrá un único final de la vida en la Tierra. La vida, o por lo menos la vida decente, se extinguirá para los vulnerables, si no se está extinguiendo ya. Colapsa el planeta de los pobres. Las élites únicamente temen perder la oportunidad del negocio de la extinción. Para ellos, la única pregunta correcta es ¿dónde crecer?

Visto de una manera más positiva podría deducirse que no quieren renunciar al negocio de evitar la extinción. Entienden que el colapso de las materias primas y las fuentes de energía en la Tierra puede evitarse si somos capaces de hallar nuevas fuentes en otros territorios. 

La nueva ola de exploraciones prospectivas no busca plantar banderas ni parte de la esperanza de un traslado masivo de población a otros mundos. Hay que entenderla como la incorporación de los recursos del sistema solar al campo de la economía humana, de la misma forma que consideramos que los mares, los océanos y las islas forman parte del ecosistema humano.“ dice Guillem Anglada-Escudé, profesor de Astrofísica de la Universidad Queen Mary de Londres, en el libro de la exposición del CCCB.

Se abre un campo de posibilidades lejos de la Tierra. El espacio está cambiando de nivel. De ser un ámbito de exploración científica está pasando a ser un territorio abierto a la explotación económica. Aquello que únicamente interesaba a lo público (la Nasa, la Agencia Espacial Europea….) ahora concita el interés de los exploradores privados. 

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Turismo, materias primas, vigilancia, conectividad…

La disrupción llega al espacio. Es el New Space que el analista del sector Matthew Weinzierl, profesor de la Harvard Business School, define como un conjunto de startups dispuestas a “perturbar el sector espacial con nuevas tecnologías, enfoques de gestión y presión competitiva”. Las empresas del New Space pretenden trabajar para la NASA en régimen de competencia y rebajando costes (Jeff Bezos ya ha denunciado a la agencia estatal norteamericana porque no le ha concedido un suculento contrato) pero también quieren abrir nuevas posibilidades de negocio como el turismo o el aprovisionamiento de materias primas. 

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Satélites de telecomunicaciones. Foto Spacelink

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Una oportunidad también para asegurar el negocio de la conectividad, la vigilancia y la recopilación de datos. 

El sector, que en 2020 facturó 369 millones de dólares, se espera que en 2040 alcance una facturación de 1,1 billones de dólares.

A finales de 2020 había unos 3.372 satélites activos en órbita alrededor de la Tierra. Para 2030, se prevé que habrá unos 50.000.

Se estima que el 50% del crecimiento de la economía espacial se producirá en los servicios de Internet por satélite. Servicios como la monitorización del transporte y la movilidad, el seguimiento de la evolución de los territorios (bosques, ríos, mares…), la banda ancha para zonas rurales… y la vigilancia con miles de cámaras observando desde el cielo, aunque según Owen Hawkins, director de la firma de inteligencia geoespacial Earth-i, la amenaza a la privacidad que suponen los satélites es inferior a la de los teléfonos móviles o las redes sociales.

Crecimiento privado para el que se reclamarán más fondos públicos de apoyo. Más Next, Next, Next… Generation. Por su supuesta contribución a la digitalización del planeta  y a la exploración de nuevas fuentes de energía y de materias primas, están asegurados. 

También está asegurado que exportaremos al espacio nuestra peculiar manera de destruir ecosistemas. Según la Agencia Espacial Europea en la actualidad hay unos 26.000 objetos artificiales orbitando alrededor del planeta, pero solo 2.800 están operativos. El resto es basura. New Space, viejas costumbres.

Joan Rosés

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