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La disrupción del pensamiento disruptivo

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¿Necesita el mundo de 2024 moverse rápido y romper cosas? Tal vez sí, pero en un sentido distinto del que invoca la innovación tecnológica predominante

 

El consultor estadounidense Clayton Christensen lanzó en 1997 la teoría de la “innovación disruptiva”, probablemente la idea empresarial más influyente del siglo XXI. Su libro El dilema de los Innovadores ha sido durante años la biblia de los nuevos empresarios tecnológicos.

El pensamiento disruptivo alienta a desafiar las ideas convencionales, cuestiona el statu quo y busca soluciones innovadoras que rompan con las normas existentes.

La idea caló enseguida en los cimientos de Silicon Valley y ha sido el credo que ha inspirado a las startups tecnológicas en los últimos 25 años. Su expresión más diáfana se atribuye a Marck Zuckerberg: muévete rápido y rompe cosas“, slogan que completó con otra frase: “si nunca rompes nada, probablemente no te estés moviendo lo suficientemente rápido“. Objetivo: romper con los hábitos, ser el más rápido, innovar a toda costa. 

Durante la pandemia, la idea pareció entrar en crisis. La necesidad de poner el mundo a salvo dio más protagonismo a los poderes públicos y ralentizó el frenesí tecnológico. 

Pero el boom de la inteligencia artificial generativa iniciado en 2022 ha devuelto el ánimo a los disruptores. 

En 2023 se han constituido cientos de miles de startups de IA generativa impulsadas por una abundancia de capital riesgo que andaba a la espera de una nueva oportunidad y las grandes corporaciones han entrado en una carrera vertiginosa por el liderazgo de la IA. Todo indica que en 2024 la tendencia continuará.

 

IA: la disrupción en el adn

La IA lleva en su adn la esencia de la disrupción. No se limita, como otras tecnologías, a ser un motor de aceleración, que lo es, ni se circunscribe a recomponer hábitos, procesos o costumbres, que también, sino que parte de la voluntad inequívoca de romper con capacidades estrictamente humanas.

Su implantación afecta de lleno al orden laboral y económico, pero también a la creatividad, a la educación y a la autonomía de las personas: nos invita a dejar de escribir, nos facilita atajos para no tener que leer, nos resume textos complejos, toma decisiones por nosotros, dibuja por nosotros, traduce por nosotros, programa por nosotros… 

La IA nos alienta a movernos a una velocidad que no alcanzamos a comprender y, en cierto modo, nos induce a romper con nosotros mismos. Romper, correr, aunque no sepamos ni las consecuencias de lo que rompemos ni el sitio al que nos dirigimos. 

 

Moverse rápido y romper cosas en 2024

Casi treinta años después de que Clayton Cristensen formulara su inspiradora teoría, tal vez sea hora de plantearnos qué sentido tiene la disrupción en 2024.

En un mundo acechado por la emergencia climática, la crisis de las democracias occidentales, la mayor concentración de capital y poder privado nunca visto, la circulación incontrolada de bulos y desinformaciones… ¿podemos permitirnos crecer aceleradamente arrasando de paso con hábitos esencialmente humanos que ha costado siglos construir? ¿No son suficientes las experiencias de las últimas dos décadas como para seguir apostando ciegamente por la disrupción como algo indiscutiblemente bueno y necesario? 

En definitiva, ¿necesita el mundo de 2024 moverse rápido y romper cosas?

Tal vez sí. Tal vez más que nunca. Pero en un sentido distinto del que formula el pensamiento disruptivo tal como lo hemos entendido hasta ahora.

Foto Mike Erskine en Unsplash

Se acumulan las urgencias que afrontar y los vicios que romper.

Deben moverse rápido los legisladores y los organismos de la sociedad que tratan de poner límites al poder desbocado de los grandes conglomerados tecnológicos.

Deben moverse rápido las acciones políticas, sociales e individuales que frenen el deterioro del planeta y eviten la catástrofe climática.

Hay que romper con la inercia de inyectar ingentes cantidades de dinero público a proyectos tecnológicos sólo porque saben guarecerse bajo la aureola de la innovación.

Hay que priorizar con urgencia el apoyo público a proyectos que se orienten a la construcción de edificios energéticamente eficientes, a la investigación científica, al transporte sostenible, a la economía circular, al reciclaje, a mantener la biodiversidad…

Hay que moverse rápido para fortalecer los sistemas de sanidad y servicios sociales mediante recursos tecnológicos pero también humanos.

Hay que impedir con urgencia el deterioro de la educación, poner a salvo a nuestros niños de la captura permanente de su atención por medios tecnológicos y dejar de fiar el progreso a la digitalización a toda costa.

Hay que romper la indiferencia ante la desigualdad.

Hay que acelerar la gobernanza global de la inteligencia artificial.

Hay que romper la resignación con la mentira.

Hay que acelerar la puesta en valor de una vida más lenta y acorde con nuestras capacidades.

Debemos movernos deprisa para evitar la degradación moral, la pérdida de valores y las vulneraciones a veces reiteradas, flagrantes e impunes de los derechos humanos.

Y otras tantas urgencias que deben afrontarse con velocidad y roturas.

Sigue siendo la hora de la disrupción. Pero de una disrupción orientada a objetivos distintos de aquellos que invocaba Christensen, de los que nutren los programas de innovación de las escuelas de negocios y de los que alientan y subvencionan muchas administraciones.

Es hora de la disrupción del pensamiento disruptivo.

Joan Rosés

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