El control de la desinformación está en manos de grandes plataformas privadas que se benefician de la desregulación
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Facebook acaba de anunciar que durante el último trimestre sus sistemas de inteligencia artificial han filtrado el 88,8 por ciento de los mensajes de odio que intentaban ser publicados. Sin embargo, la sensación general es que aumenta la desinformación que circula por la redes, no sólo en Facebook. La infodemia no aplana la curva.
El director general de la OMS advertía en febrero que la evolución del brote de coronavirus dependería de la medida en que se hiciese llegar la información correcta a la gente que la necesita. Con el tiempo podremos analizar qué papel habrá tenido la información en la contención o propagación del virus.
De momento, la revista Nature alertaba hace unos días del peligroso repunte del movimiento antivacunas. Tambien lo hacía The New York Times. La revista The Rolling Stone advertía que los movimientos conspiranoicos han llegado a Tik Tok, una red de ámbito juvenil y hasta ahora relativamente intacta. La corresponsal de El País en Berlín informaba que en Alemania crecen los movimientos xenófobos y conspiranoicos que difunden sus mensajes a través de Facebook, Youtube y Telegram.
Otros, como el presidente Trump, además de adicción a Twitter, disponen de altavoz suficiente para expandir por todos los medios peligrosas opiniones como la del uso de lejía para combatir al virus.
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Redes sin confinamiento
El principal foco de contagio informativo se encuentra en las redes sociales, secundado y ampliado por algunos medios tradicionales. Ahí no hay confinamiento, ni estado de alarma, ni cuarentena. Para los contenidos que circulan por las redes no hay fronteras ni intermediario que los verifique. Las plataformas nunca se hacen responsables de lo que se publica en ellas.
Pero el descontrol es de tal envergadura que hasta las redes sociales que viven de él dicen estar corrigiendo su planteamiento inicial de laisser faire, laisser passer.
A la moderación y filtrado de contenidos racistas, violentos y sexuales en la que dicen haber invertido muchos recursos técnicos (IA) y humanos (supervisores), las plataformas están intensificando tareas de mediación que consisten en priorizar las fuentes que aportan “buena” información mediante una adecuada programación de sus algoritmos.
Con su creciente papel mediador, las plataformas parecen corregir su reivindicada neutralidad. En mayo de 2019, Facebook reconocía que un video de la congresista norteamericana Nancy Pelosi divulgado en su red era falso pero añadía que nada les obligaba a que la información debía ser real. Hoy parecen dispuestos a asumir un cierto papel de intermediación, una cierta responsabilidad no asumida hasta ahora y que les ha eximido de participar en la construcción social de la verdad.
“Lo que debemos preguntarnos es si confiamos en que las empresas tecnológicas desempeñen este papel de conciliar el Internet generado por los usuarios con las jerarquías de producción de conocimiento. Y también debemos preguntar cuáles son las consecuencias si pedimos a las plataformas que asuman ese papel, dice Robyn Caplan, investigadora en el Instituto Data & Society de Nueva York, en un artículo publicado por el Brookings Institute.
Carme Colomina y Daniel Innerarity, coordinadores de un dossier sobre desinformación y poder publicado la pasada semana por el CIDOB, abundan en dudas similares.
“Si las grandes plataformas vigilan los contenidos sobre los cuales se debate políticamente, y buena parte de esta conversación pública tiene lugar en estos espacios digitales, ¿quién controla en realidad las fuerzas impulsoras de los cambios sociales?
¿Qué implicaciones tiene para el control democrático que el debate público tenga lugar en espacios tecnológicos de propiedad privada?
¿Cómo se gestiona la arquitectura tecnológica que aumenta exponencialmente su viralidad?
¿Cómo se diseña este proceso de priorización de los contenidos –sobre los cuales ahora las grandes plataformas pueden decidir si mantienen o no su publicación–?
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Cómo manipular con eficacia
La mentira y la desmesura siempre son más atractivas que la verdad y el comedimiento. Generan más tráfico y más ingresos. Esta es una de las razones que explican su triunfo entre los lectores y la permisividad, si no el aliento, de las plataformas.
Las técnicas para alcanzar el éxito son variadas y, lejos de debilitarse, con el tiempo se sofistican. En el dossier del CIDOB, Juan Luis Manfredi Sánchez y María José Ufarte Ruiz destacan cinco técnicas de desinformación:
La primera es la manipulación activa de los contenidos con un propósito predefinido. Por ejemplo, incidir en una campaña electoral como la de Cambridge Analytica en las elecciones de EEUU en 2016 y en el referéndum del Brexit, o la de Jair Bolsonaro en Brasil.
La segunda es la manipulación pasiva que consiste en el refuerzo de las cámaras de eco y las burbujas informativas. Estas prácticas restringen la variedad y la calidad de la información disponible para que el ciudadano tome sus decisiones de forma autónoma.
La tercera es la falta de transparencia en el diseño y la gestión de los algoritmos. La opacidad de los gigantes tecnológicos impide cuantificar el daño o el problema.
La cuarta es la calidad de las falsificaciones audiovisuales. Se generalizan videos y audios manipulados gracias a programas informáticos de tratamiento de imágenes cada vez más precisos y accesibles.
La quinta se basa en el uso de la ficción y la construcción de un relato emocional que persigue la identificación de las audiencias con unos valores sociales determinados. La emoción y los sentimientos se equiparan a la verdad y la legalidad.
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Daños de calado
Mediante un uso acertado de estas técnicas, los daños provocados son de un enorme calado: manipulación de elecciones, dudas de la población sobre el beneficio de las vacunas, desconfianza en las instituciones…
El objetivo de estas prácticas consiste “en disminuir la credibilidad de las instituciones y actores mediadores para diseminar la incertidumbre. Los ejércitos de bots y trols no tienen como misión imponer una verdad acreditada, sino debilitar la posición del contrario, atacar con falacias, distribuir información imprecisa o fomentar la denuncia de las incoherencias entre la clase dirigente. (Manfredi y Ugarte)
El conocimiento acreditado, el contraste y la ponderación pierden valor al tener que competir en las mismas o peores condiciones contra la ignorancia o la falsedad.
Con la crisis del periodismo la democracia se enfrenta a un problema estructural. Marc Amorós, periodista especializado en analizar la desinformación, recuerda que en Europa, el 76 por ciento de la gente cree que la proliferación de noticias falsas es un peligro para la democracia. En España lo piensa el 83 por ciento y seis de cada diez personas creen que la gente solo busca aquella información que confirma su opinión.
Amorós considera que está situación no es sostenible por tres razones: porque “facilita la posverdad amparándose en la total libertad para difundir cualquier información”, porque provoca un empacho de información y porque “la información vive hoy en día batallas diarias por la imposición de ideologías y visiones distintas de la realidad pasada y presente, que persiguen condicionar y determinar nuestras decisiones futuras.” Las noticias están en guerra, dice Amorós, y la guerra permanente no es sostenible.
Puede ocurrir que el ecosistema informativo actual no sea sostenible y que, en consecuencia, tanto las plataformas que lo alientan como las instituciones democráticas que deberían regularlas empiecen a atajar seriamente el problema. Pero puede que, por el contrario, a fuerza de mirar hacia otro lado, sean las instituciones democráticas las que dejen de ser sostenibles, abrumadas por los ataques constantes a su credibilidad y por el peso de los gigantes tecnológicos que controlan esos medios y a los que les costará renunciar al negocio que les reporta la permisividad.
Y encima estamos en medio de una pandemia. Para seguir siendo sostenible, en los próximos meses, o tal vez años, el entramado social de las democracias deberá asumir el descomunal impacto económico que seguirá a la crisis sanitaria. No es razonable pensar que saldremos de esta situación con la V mágica que pronostican algunos economistas voluntariosos, como si nada hubiera ocurrido. La historia enseña que las crisis económicas derivan en crisis políticas y sociales y aunque los mecanismos democráticos del siglo XXI son más sólidos que hace unas décadas, sufrimos debilidades profundas y estructurales. Una de ellas, el creciente poder de corporaciones tecnológicas privadas que monopolizan buena parte del flujo informativo de la sociedad y que se benefician de la desregulación, la falta de intermediación y la debilidad de las instituciones que deberían controlarlas.
1 comments
CON LA MANIPULACIÓN, NO EVIDENTE, DE LA INFORMACIÓN, , SE IMPONEN PARTIDOS, GOBIERNOS Y PRESIDENTES Y SE ANULAN LAS LIBERTADES. AH.. SIN VIOLENCIA!!! PARA QUE LOS GOLPES DE ESTADO