La concentración tecnológica dominante provoca el rechazo de buena parte de los colectivos artísticos y creativos. De la toma de conciencia a la búsqueda de alternativas
Muchos creadores de arte y cultura andan tan confusos ahora como hace dos años y medio cuando apareció ChatGPT y se precipitó el despliegue de la IA generativa. Los dilemas iniciales se mantienen ¿Usarla o rechazarla? ¿Resignación o denuncia? ¿Entusiasmo o prudencia?
Simplificando mucho podríamos identificar cinco grupos.
Los entusiastas. Aquellos que reaccionan con fascinación ante cualquier invento y difunden activamente sus bondades. Algunos llegan a tal grado de entusiasmo que tildan de ludismo cualquier atisbo de crítica.
Los experimentales. Acostumbrados a relacionarse con la tecnología, exploran con interés las posibilidades expresivas de la generación algorítmica de textos, imágenes y sonidos.
Los integrados. Asumen la IA con naturalidad, la usan para que les facilite parte del trabajo pero mantienen sus procesos de creación habituales.
Los aturdidos. No saben qué hacer, pendientes de que se resuelvan los dilemas. Utilizan la IA esporádicamente pero siempre con temor y cierto sentimiento de culpa.
Los contrarios. Entienden la IA generativa como un torpedo en la línea de flotación sobre la que se sustenta su trabajo, la rehuyen y la combaten.
Entre esas cinco categorías hay, obviamente, matices y comportamientos intermedios. El despliegue tecnológico va tan rápido, las prestaciones mejoran tan deprisa y el ambiente general está tan encauzado a bendecir las bondades de la innovación que la sensación de inevitabilidad es general y las actitudes se entremezclan.
Causas del aturdimiento
Tal vez el colectivo más numeroso sea el de los integrados, aquellos que usan la IA como una herramienta más, por ejemplo para postproducción de video, edición musical, resumen de textos, traducción automática, comunicación y marketing en redes… pero los síntomas apuntan a que el número de aturdidos y contrarios aumenta.
Las causas del aturdimiento son diversas y no todas atribuibles a la IA generativa.
Frustración. Dos años después de las primeras denuncias contra las plataformas de IA por vulneración del copyright y tras acumularse más de 30 en los juzgados de Estados Unidos, las resoluciones siguen pendientes.
Pérdida de valor. CISAC, la organización internacional que agrupa a las entidades de gestión de derechos, publicó no hace mucho un exhaustivo estudio que ponía cifras a la paulatina pérdida de valor de las obras artísticas en detrimento de los beneficios crecientes que obtienen las plataformas tecnológicas que las comercializan.
Deterioro. En sus periódicos análisis sobre el estado de la cultura, el historiador i músico Ted Gioia publicaba el año pasado un elocuente gráfico que mostraba lo que él denomina ascenso de la cultura de la dopamina, la que valora por encima de todo captar la atención del público.
Cultura de la dopamina. Imagen: Ted Gioia
Toma de conciencia
Desde la perspectiva de los creadores, el aturdimiento puede ser el paso previo a la desazón pero también puede serlo a la toma de conciencia de los peligros que acechan: la concentración de poder de las plataformas, el trasvase de valor hacia las grandes corporaciones tecnológicas y la pérdida de sentido del trabajo artístico y cultural cuando puede ser reemplazado o laminado por la automatización algorítmica.
Desde la perspectiva del público se genera un daño menos tangible pero igualmente determinante: la estandarización de los gustos culturales. Es un proceso que sufren desde hace décadas los artesanos, las pequeñas empresas, los creadores locales… Pero las dimensiones de la estandarización han aumentado exponencialmente gracias a la concentración tecnológica y el predominio de las plataformas.
El propio Ted Gioia, alerta sobre el peligro real de estancamiento cultural al que conduce este predominio.
“La cultura del estancamiento es enorme. La controlan las empresas más grandes del mundo. La promueven las personas más ricas. Es ruidosa e insistente. Pero hay otra cultura que ha emergido recientemente de su escondite. Podríamos llamarla contracultura o movimiento clandestino. Antes, simplemente se llamaba la Resistencia. Por cierto, sigue siendo un buen nombre.”
Formas de resistencia
Las formas de resistencia son diversas, desde la íntima y personal que evoca el filósofo Josep Maria Esquirol a la colectiva de las agrupaciones de creadores que se enfrentan a las grandes corporaciones en los juzgados o presionan a los legisladores.
Algunos, como el guionista y director de cine Tony Gilroy creador de la serie Andor (Disney+) han decidido no publicar los guiones por temor a que los sistemas de inteligencia artificial puedan explotar su trabajo sin permiso.
Otros abogan por formas de resistencia creativa. En un video publicado recientemente en redes, Karen X. Cheng, artista digital que podríamos situar en el colectivo de los experimentales entusiastas (es la autora de la mítica portada de la revista Cosmopolitan hecha con IA ya en 2022) se rebela contra la imposición algorítmica y aboga por las alternativas.
El periodista Kyle Chayka (The New Yorker) detalla alguna de esas alternativas en su libro Mundofiltro. Por ejemplo, ligas de recomendación como Music League o listas de reproducción específicas como Oddify Specific Playlists en las que los usuarios se unen a grupos de interés concretos. O Everynoise, una plataforma que permite explorar la base de datos de Spotify de forma manual y descubrir música sin recomendación algorítmica.
Cuando el trabajo y los derechos se ponen en riesgo, surge la resistencia. Falta ver si las alternativas son suficientemente sólidas y reciben apoyo suficiente de las instituciones públicas para frenar el abuso al que tiende la concentración tecnológica.
Joan Rosés