Fuente RTVE

Más ciencia, esto es la guerra

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En el siglo XXI la seguridad se garantiza mejor en los laboratorios que en las trincheras

Muchos gobiernos recurren al lenguaje bélico para construir el relato de la lucha contra la pandemia. En España y en otros países se apela insistentemente a la guerra contra un enemigo invisible para justificar la alarma y transmitir gravedad.

En la última reunión con presidentes autonómicos, el presidente del gobierno español insistió en “no bajar la guardia  ante la fuerza y el enorme peligro del enemigo que nos ha invadido. Un enemigo tan letal para la salud y tan pernicioso para nuestra vida económica y social como no se había conocido desde la II Guerra Mundial. Las medidas adoptadas están dando resultados, reiteró, pero no es todavía la victoria, ni mucho menos; todavía estamos lejos de la victoria. No podemos deponer las armas, tenemos que seguir combatiendo, nada nos va a detener hasta vencer en esta guerra, proclamó”, cuenta La Vanguardia.

Armas, enemigo, victoria, invasión, guerra… Términos rotundos a los que se añade la imagen de militares uniformados y condecorados que informan sobre el estado del contagio. Un parte de guerra con puesta en escena incluida.

Rueda de prensa sobre el estado del contagio

Otros países utilizan un lenguaje parecido. La Casa Blanca advierte que estamos ante el Pearl Harbour del siglo XXI. El Reino Unido apela al espíritu de Churchill en Coventry durante la Segunda Guerra Mundial, en Francia, el presidente Macron llama a la movilización general.

El lenguaje bélico permite atemorizar lo suficiente a la población para que obedezca las consignas y justifica la supresión temporal de derechos individuales, sociales y políticos. En una sociedad democrática sólo algo parecido a una guerra puede impedir que la gente salga de su casa, se vacíen las calles, se cierren negocios, se multe o detenga a gente que circula libremente, se centralice la política y se anule el debate.

Un insulto para quienes padecen la guerra de verdad

Ramón Lobo, periodista

¿Es realmente necesario ese lenguaje y esa iconografía para combatir una pandemia?

El periodista Ramón Lobo, corresponsal de guerra durante más de 20 años, considera que no. “No podemos decir que estamos en guerra con la nevera llena, reservas de papel higiénico para mil diarreas, agua caliente, calefacción, Internet de banda ancha, vídeollamadas, Netflix, HBO y otros. No es una guerra si un gran almacén o las tiendas del barrio te pueden llevar la compra a casa. Hasta es posible encargar cápsulas de Nespresso y pasear al perro”.

Y añade: “Es un insulto para millones de personas que padecen la verdadera guerra, sea en Siria, Yemen, Libia, Nigeria o Somalia. Es una trivialización egocéntrica y primermundista. Hay otros millones que mueren de enfermedades olvidadas para las que no existen vacunas porque los pobres no son rentables”.

Comportamientos que se repiten

Dolores Ruiz Berdún profesora de Historia de la Ciencia de la Universidad de Alcalá, cree que sí existen algunas similitudes con lo vivido durante la guerra civil. Como ahora, la gente prolongó su vida normal hasta el último momento, se generó un movimiento de solidaridad y voluntariado, el sistema sanitario quedó sobrepasado, se improvisaron recintos hospitalarios, se habilitaron hoteles para asistencia, se aceleraron cursillos para personal sanitario en formación, faltó material, escaseaba la protección adecuada en los hospitales, se tejieron bufandas, vendas y prendas de abrigo caseras como ahora mascarillas, hubo fases de acaparamiento de alimentos, muchos heridos murieron sin que sus familiares pudieran despedirse de ellos, se enterró a muchas víctimas en fosas comunes, hoy ya ocurre en Nueva York.

Reconsiderar inversiones

Sea o no pertinente el símil bélico, si los gobiernos insisten en esa analogía habrá que pedirles que después de “la guerra” sean consecuentes y reconsideren las estrategias de seguridad en un siglo XXI con menos enemigos visibles y más enemigos invisibles.

Evolución del presupuesto de Defensa en España. Gráfico El Español

España dedica 8.500 millones de euros anuales a un gasto militar que, en gran parte, se destina a preparar un tipo de guerra que en Europa Occidental ya no existe y que, probablemente, no volverá a existir. La guerra física. La que acecha por tierra, mar y aire. La destinada a defender unas fronteras que sólo existen para quienes huyen de la miseria.

En la Europa del siglo XXI, la seguridad y la soberanía se garantizan en otra parte: en la lucha contra las epidemias invisibles, en la prevención de ciberataques, en la defensa de la continuidad de la vida en el planeta, en el combate contra la infodemia y la desinformación.

El “frente” no está en las trincheras

Hoy el “frente” está en los hospitales, no en las trincheras embarradas. Los que combaten el virus lo hacen con fármacos, mascarillas y respiradores artificiales, no con fusiles ni aviones de combate. En esta guerra los soldados de nuestros ejércitos no disparan. Desinfectan residencias de ancianos, construyen hospitales de campaña… La sanidad está en el frente mientras el ejército ayuda en la retaguardia.

En estas circunstancias, no parece lo más adecuado seguir gastando tantos millones de euros en un material bélico destinado al por si acaso un día, tal vez… Hoy, combatir al enemigo invisible requiere no regatear recursos en sanidad y en investigación científica y tecnológica. Requiere garantizar la seguridad de unas infraestructuras digitales que están demostrando ser vitales. En tomarse de una vez en serio la emergencia climática que no entiende de fronteras pero destroza territorios y vidas. En movilizar menos inteligencia militar y más inteligencia colectiva. En garantizar el control público de los datos y de las plataformas que permiten la circulación de la mentira.

Joan Rosés

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