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Humanidad aumentada: Microchips en el cuerpo (y II)

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La corriente de pensamiento que defiende la mejora de las capacidades del ser humano mediante tecnología contrasta con la de quienes advierten de los riesgos de una progresiva dependencia digital

La semana pasada resumimos el debate suscitado en Linkedin a raíz del video que mostraba el implante en directo de un microchip durante el congreso 4YFN de Barcelona.

Las aportaciones recibidas abordaban las principales incertidumbres éticas que planteaba la iniciativa: autonomía del individuo, riesgo para la salud, seguridad… Para profundizar en el debate y hallar nuevas perspectivas de análisis mostré el video a tres expertos en ética y filosofía aplicada.

La principal preocupación que suscita la experiencia atañe a la autonomía del individuo, es decir, al conocimiento y consentimiento plenos de la persona que accede al implante.

En el caso que nos ocupa este problema no se daba en la medida que la persona que cedió su mano es un profesional de esta tecnología y, fue, además, uno de los promotores de la iniciativa. Pero si pensamos en la generalización de este tipo de implantes o de otras tecnologías que pueden afectar de alguna forma la autonomía personal, Begoña Román, profesora de ética aplicada de la Universidad de Barcelona y vocal del Comité de Bioética de Catalunya apunta que “a menudo se da por supuesto que cuando se obtiene el consentimiento no se comete injusticia. Pero el tipo de consentimiento puede estar viciado porque no siempre se es consciente de los riegos. Quien informa para conseguir el consentimiento no es imparcial, y menos cuando obtiene provecho de ello”.

Decidir de manera autónoma implica tener conocimiento de las consecuencias. En tecnologías emergentes, eso no está tan claro.

Marcel Cano, también profesor de ética de la UB añade que “para decidir de manera autónoma, el individuo debe poder tener suficiente conocimiento de las consecuencias de su decisión y, en tecnologías emergentes, eso no está claro. Además, el individuo puede acostumbrarse a la manipulación del cuerpo que, aunque inicialmente tenga pocas implicaciones, es posible que acabe desembocando en situaciones no tan inocentes”.  

El concepto de autonomía liga con otros dos conceptos relacionados como el de la confianza y el contexto. “La duda es si la tecnología se limita a hacer lo que anuncia o hará más de lo que dice. Un usuario no siempre tiene los conocimientos completos y hace un acto de fe en el profesional. Si el acto de fe pasa por introducir cosas en el cuerpo que interactúan con otras cosas te expones a la heteronomía (reglas impuestas) del otro”, dice Begoña Román.

Marcel Cano añade que el ejercicio de la autonomía siempre es relativo a determinados contextos o situaciones. “Con esto no quiero decir que las personas no puedan tomar decisiones, lo que ocurre es que decir simplemente que alguien toma siempre una decisión autónoma es una simplificación”. Un ejemplo sería el de un padre de familia de 50 años y 5 años en el paro que decide aceptar un contrato laboral precario.¿Su decisión sería plenamente autónoma?

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¿Queremos un mundo sin fricción en el que reducimos las interacciones al mínimo?

Otro de los aspectos a tener en cuenta se refiere al papel que otorgamos a la tecnología en los actos de nuestra vida. David Casacuberta, profesor de filosofía y cultura digital de la Universidad Autónoma de Barcelona y de la Escuela Elisava, pone de relieve la tendencia originaria de Silicon Valley consistente en automatizar cada vez más procesos que simplifiquen la vida. “Una de las razones por las que Uber triunfa es porque simplifica el proceso de pedir un taxi: no lo tienes que buscar, no has de decirle al conductor dónde vas, ya sabes cuánto pagarás y, sobre todo, no tienes que sacar la cartera en ningún momento” y alerta sobre las consecuencias de las experiencias de biohacking como la que debatimos. “¿Queremos un mundo sin fricción en el que reducimos las interacciones con las personas al mínimo, como las tiendas de Amazon donde no debes hablar con nadie, entras, coges y te vas?”, se pregunta.

Otro de los principios básicos que conciernen a la ética se refiere al efecto de la tecnología sobre la justicia y la igualdad social. Si se generaliza la conexión permanente del individuo, como favorece el implante de chips, no es difícil imaginar que, en el futuro, algunas empresas, “a cambio de una mejor cobertura médica, obliguen a sus trabajadores a llevar un chip similar que registre datos médicos o que les localice en todo momento para saber si están trabajando o no. No es ciencia ficción: algunas empresas americanas ofrecen una mejor cobertura sanitaria a cambio de que los trabajadores lleven un fitbit 24 horas y registren su nivel de actividad, y saber cuantas horas duermen, o si se lo hacen en el trabajo”, añade Casacuberta.

Es una cuestión generacional, la gente de menos de treinta años tiene otra relación con la tecnología.

Los promotores del evento tienen otra visión. Pau Adelantadoprofesor de innovación y uno de los organizadores del acto alega que no hay que exagerar los peligros de los implantes, su efecto es más inocuo de lo que se cuenta. Los chips tienen diversas posibilidades de uso, no sólo actúan como tarjeta de crédito o para abrir puertas y, además, son fáciles de extraer. “Se exagera cuando se dice que los implantes pueden ser la puerta de entrada al control social de la población. Los estados y las empresas ya disponen de mecanismos muy sofisticados de control social, no necesitan implantar microchips”, dice.

Según Pau Adelantado, todavía estamos en fase de experimentación pero está convencido de que buena parte de las prevenciones se irán venciendo con el tiempo. “Es una cuestión generacional, la gente de menos de treinta años tiene otra percepción de su relación con la tecnología”.

Hay quien lleva estas experiencias más al límite. En 2016, la biohacker británica Lepth, que llevaba implantados más de 50 chips bajo su piel, confesaba a la BBC que lo hacía por un afán investigador: prefiero sufrir el dolor y adquirir conocimientos que evitar el dolor y quedarme sin el conocimiento”. Algunas de las operaciones se las hizo para adquirir un nuevo sentido en sus dedos. Los imanes le permiten “sentir” la distancia entre sus manos y los objetos o anticipar la percepción de calor.

Cyborg Foundation. Design Yourself

Transhumanismo y mejora del ser humano

Una doble corriente de pensamiento inspira el biohacking. Por un lado, la filosofía del transhumanismo, que defiende la legitimidad de mejorar el ser humano mediante tecnología, y, por otra, la reivindicación del libre acceso a prácticas médicas y científicas sin tener que pasar por el filtro de las instituciones. La Cyborg Foundation lo denomina derecho a la soberanía corporal.

El transhumanismo parte de la premisa de que aferrarse a las limitaciones del ser humano actual es absurdo cuando la tecnología permite mejorarlas. No sólo se refiere a tratamientos médicos o terapéuticos que palien enfermedades, carencias funcionales o amputaciones sino a una radical ampliación de capacidades sensoriales, mentales o físicas que hagan del humano un ser más capaz, potente o inteligente.

Las limitaciones de nuestro conocimiento deben hacernos precavidos pero no deben frenar la investigación.

Desde el punto de vista transhumanista no intentar mejorarnos sería en muchos casos faltar a un deber moral. “El mejoramiento es un objetivo en sí mismo deseable, por definición, y el medio para conseguirlo no debería ser, en principio, éticamente relevante. Explorar nuevas posibilidades vitales es deseable. Las limitaciones actuales de nuestro conocimiento deben, a lo sumo, hacernos precavidos en las intervenciones, pero no pueden justificar la paralización de la investigación ni el abandono de los objetivos”, expone Antonio Diéguez, profesor de filosofía de la Universidad de Málaga, en su libro Transhumanismo al describir la argumentación de los defensores de estas tesis.

Tanto el transhumanismo como, en general, quienes abogan por el mejoramiento humano, ya sea por la vía de la ingeniería genética o el de la implantación externa de tecnología, consideran que “es difícil no ver el humanismo como un proyecto miope, de vuelo corto y además, fracasado. En la situación actual de deterioro ambiental, de sobreexplotación de los recursos naturales, de extinción masiva de especies, de aumento de las desigualdades, de superpoblación, no queda mucho espacio ideológico para pretender situar al ser humano en el centro del universo.

El debate no acaba, ni acabará. El nuestro, de momento, sí. Lo generó hace unas semanas la implantación de un simple microchip de apenas un par de centímetros, pero las incertidumbres que plantea nuestra relación con la tecnología siguen abiertas. ¿Aumenta las capacidades de la humanidad o las empobrece?

Joan Rosés. Collateral Bits
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