Jan Kolar (www.kolar.io) en Unsplash

¿Quién habla?

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Falsear la identidad del interlocutor o delegar la interlocución en máquinas deteriora los fundamentos de la confianza

“¿Quieres saber como hackear cuentas gratis? ¿Quieres comprar seguidores para Instagram y convertir tu cuenta en una de las más populares? Compra seguidores desde 1.58€”. El fenómeno no es nuevo pero crece la desfachatez con la que se promocionan abiertamente algunos servicios de marketing fraudulento. Sin vergüenza, sin ocultación. Falsear ha dejado de ser motivo de escándalo.

Daddy Dima es el fundador de commenter.su, una agencia rusa que ofrece un servicio de comentarios positivos en redes sociales para empresas y personajes públicos. En Rusia, Dima es un personaje popular. Dispone de una red de freelancers que fabrican comentarios elogiosos sobre algo o alguien. En un libro editado recientemente explica cómo hacer negocio con comentarios falsos.

El caso de commenter.su lo cuenta el documental Followme que trata de la manipulación de cuentas en Instagram. Grabado con un móvil y producido por la televisión pública holandesa para ser visto en Instagram, el documental se presentó en la última edición del Miniput de Barcelona y puede verse en Instagram y en Youtube.

Followme sigue el rastro de la compra de seguidores, el hackeo de cuentas y la fabricación engañosa de la popularidad en Instagram, la red más popular entre el público joven con 1 billón de usuarios registrados y un negocio publicitario de unos 15 millones de dólares en 2019.

Estimación de los ingresos de Instagram a nivel mundial 2017-2020. Fuente Statista

Comprar followers es algo habitual. Lo hacen negocios que necesitan darse a conocer rápidamente o personajes que quieren aumentar su popularidad. Hay diversas formas de hacerlo. La más común es la utilización programas automáticos que actúan como si fueran personas reales, los bots. 

Según un reportaje del New York Magazine, el 40% del tráfico de Internet no lo generan personas sino bots, y la mitad de ellos son imitadores que suplantan personalidades falsas para engañar a la audiencia.

Existen mecanismos para identificar ese tráfico artificial. Cuando la cantidad de seguidores se dispara de forma exagerada hay programas que detectan su procedencia y comprueban si detrás de ellos hay actividad real o ficticia.

Una empresa que presta servicios de detección es Dovetale. “Muchos famosos tienen una gran cantidad de seguidores falsos. Un 20% de los followers de Kate Perry son falsos, casi 14 millones. Ariana Grande, Justin Bieber, Cristiano Ronaldo… tienen porcentajes similares. ¿Significa esto que compran seguidores? Es posible que sus gestores de cuentas lo hayan hecho, aunque no no se puede asegurar, pero es seguro que muchos seguidores son falsos. Y no sólo ocurre con famosos, hay padres que compran followers a sus hijos”, asegura en el documental holandés Mike Schmidt, uno de los fundadores de Dovetale,  

Existen otras maneras menos detectables de manipular la popularidad. 

Los comment pods son grupos de usuarios que comentan sistemáticamente las publicaciones de otros para que el algoritmo de Instagram crea que sus publicaciones son muy populares. Cuando publican un post añaden un link al grupo de chat y los miembros de ese grupo responden automáticamente mensajes positivos. Se puede hacer mediante un programa instalado voluntariamente en los ordenadores de los miembros de ese grupo. Así, de forma automática un post puede recibir comentarios positivos generados aparentemente por usuarios reales.

Otra vía es la suplantación de cuentas reales mediante un proceso colaborativo. Un usuario aumenta sus seguidores a cambio de dejarse hackear la cuenta de Instagram, es decir, accediendo a que utilicen su nombre y toda su actividad en Instagram. Así, los vendedores de tráfico pueden ofrecer seguidores ‘reales’ indetectables por los programas de comprobación. 

Todo ello unido a otras prácticas fraudulentas como la creación de cuentas mercenarias al estilo de commenter.su, el “astroturfing” o generación de movimientos de apoyo aparentemente espontáneos o el “newsjacking” que consiste en utilizar etiquetas trending topic para colar mensajes que no tienen nada que ver, como cuenta la periodista Susana Pérez-Soler.

Efectos que dañan la generación de confianza

Toda esta cascada de degradaciones que se dan en las redes digitales erosionan los mecanismos de generación de confianza de la sociedad en red.

El efecto más evidente y contra el que se centran la mayoría de esfuerzos es la degradación de los contenidos que se difunden. Luchar contra la proliferación de infundios, exageraciones, difamaciones y datos inexactos es un objetivo prioritario de colectivos profesionales e instituciones. Contrastar, verificar, desenmascarar la mentira es tarea obligada en defensa de la convivencia.

La degradación del mensaje produce como consecuencia la degradación de la confianza en el emisor. Ponemos en duda la honestidad de quien genera un mensaje cuando detectamos que su contenido es deshonesto. Quien difunde mentiras es un mentiroso. Pero no acostumbramos a dudar de su existencia, ni de que su existencia sea humana. No, hasta ahora.

Los casos que expone el documental sobre cuentas hackeadas, identidades suplantadas y máquinas que multiplican los mensajes engañosos evidencian un nuevo estadio de la degradación de la verdad. El fraude ya no sólo radica en el mensaje sino en la propia existencia real de quien lo emite. El problema ya no solo está en el qué sino en el quién

Obligados a delegar, obligados a confiar

El crecimiento exponencial de los canales por los que nos llega información dificulta que podamos discriminar por nosotros mismos lo real de lo ficticio. Nos bombardean muchas mentiras, pero nos invade también un exceso de verdades. No tenemos capacidad para discriminar pero tampoco para asimilar. 

Para orientarnos ante tal avalancha de información necesitamos filtrar y delegar el filtrado en personas e instituciones en las que podamos confiar. Delegamos en ellas la tarea de discriminar el mensaje. La fiabilidad de quien filtra adquiere una importancia trascendental. Incluso el contenido del mensaje llega a tener una importancia relativa si quien nos lo sirve es alguien en quien confiamos. Lo vemos a diario en el terreno de la política y de la empresa. No leemos los programas electorales, nos basta confiar en las siglas, o en el líder de un partido. No leemos las cláusulas de un producto, confiamos en la marca.

Pero si además de dudar del mensaje debemos dudar de la autenticidad de quien lo entrega o filtra, el retroceso es de una magnitud incalculable. Se degrada uno de los pilares fundamentales de la confianza: ¿en quién puedo confiar?

Cuando el interlocutor es una máquina

Otra consecuencia todavía no evaluada suficientemente en toda su magnitud radica en si ese quién ya no es humano. ¿Qué ocurre si quien nos habla es una máquina?

Thomas Kolnowsky en Unsplash

Las relaciones humano-máquina se han establecido durante años en base a la utilidad. El humano se vale de la máquina para ejecutar sus decisiones. Pero cuando la máquina empieza a tomar decisiones por su cuenta o a sustituir al humano en la interlocución, los roles cambian.

La filósofa Marina Garcés recomendaba en un reciente debate enfrentarnos a este nuevo modelo de sociedad tecnológica con una pregunta: ¿quién habla? 

¿Quién habla cuando es un algoritmo el que decide no contratar a un trabajador, quitar puntos a un conductor de Uber o a un repartidor de Glovo o determinar la peligrosidad de un sospechoso? ¿Quién habla cuando es un asistente virtual quien nos orienta en nuestras dudas?  

¿Quién habla? Es necesario plantear esa pregunta porque las máquinas no la pueden responder”, decía Garcés. “No tienen la capacidad de responder porque “¿quién habla?” nos sitúa en el terreno de la experiencia humana desde un régimen de verdad inconmensurable, porque tiene que ver con el hecho de dar sentido y valor a nuestras vidas. Este ‘quien’ nos hace humanos en un momento en que nos quieren posthumanos”.

Joan Rosés – Collateral Bits

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