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Regalamos los datos a los robots que nos dejarán sin trabajo

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“Si las plataformas se hacen ricas con nuestros datos, que paguen por ellos”. Cada cierto tiempo se reproduce una propuesta que genera controversia.

Al planteamiento le acompaña una reflexión perturbadora: estamos regalando los datos a los robots que nos dejarán sin trabajo.

Jaron Lanier, uno de los pioneros de la inteligencia artificial en Silicon Valley lanzó la idea del pago en 2013 en el libro Quíén controla el futuro. La propuesta resurgió el año pasado a raíz de la publicación de Radical Markets, de Eric A. Posner, de la Universidad de Chicago, y E. Glen Weyl, investigador principal de Microsoft. En Europa, el think tank Generation Libre defiende una idea similar.

Todos ellos consideran que los datos de las personas son una mercancía muy valiosa producto de un trabajo no remunerado. Facebook perfila a sus usuarios y vende esa información a los anunciantes, YouTube adapta su contenido a las preferencias de los usuarios, Amazon analiza nuestra navegación para recomendarnos productos, Google lo sabe todo…

Pero el negocio no ha hecho más que empezar. A medida que se extienda el uso de la inteligencia artificial el valor de los datos se incrementará. Para llevar a cabo procesos de traducción automática, de transcripción de voz o de reconocimiento de imágenes, conducción autónoma, etc… es necesario entrenar las máquinas con una cantidad ingente de datos, grabaciones de voz, imágenes etiquetadas… Los datos son el alimento de las tecnologías inteligentes. ¿El petróleo?

Andrew Ng, reconocido experto en inteligencia artificial, sostiene que la programación y la algorítmica es menos valiosa que los datos. El software se puede replicar, pero tener acceso a  buenas fuentes de datos es extremadamente difícil. “Los datos, más que el software, son la barrera de entrada de muchos negocios”, dice.

Posner y Weil defienden que la calidad y el valor de los datos aumentaría si a la gente se le pagara por ellos. “Facebook podría pedir directamente a los usuarios que etiquetaran las fotos de los cachorritos para entrenar a las máquinas. Podría pedir a los traductores que subieran sus traducciones. Facebook y Google podrían exigir información de calidad si el valor de la transacción fuera más transparente”, publica The New York Times

¿Cuánto valen mis datos?

En ese escenario, una primera cuestión es saber cuánto valen nuestros datos y cuánto podrían estar dispuestos a pagar por ellos las empresas de tecnología.

Posner y Weil aseguran que un hogar promedio compuesto por cuatro integrantes podría ganar 20.000 dólares al año. Argumentan que las grandes corporaciones tecnológicas destinan entre un 5 y un 15 por ciento de sus ingresos a remunerar la mano de obra y que se podrían obtener esos ingresos si por los datos que ahora consiguen de una fuerza de trabajo no remunerada (todos nosotros) pagaran dos terceras partes de sus ingresos como hace la mayoría de empresas con sus trabajadores.

Para establecer individualmente el valor y gestionar su contratación, Generation Libre propone una nueva profesión: el agente de datos. Sería el encargado de gestionar los derechos de propiedad vinculados a los datos a cambio de una comisión, como los agentes de los artistas.

Para venderlos, sería necesario valorar cada contribución de acuerdo con el usuario que los remite y el destinatario que los usa, recabar previamente el consentimiento de todos los usuarios afectados y luego compartir entre ellos los ingresos de la explotación de los datos. Complejo pero factible, según el think tank francés.

Photo by Jordan Rowland on Unsplash

Otras visiones no son tan optimistas.

En 2015, la empresa norteamericana Trend Micro realizó una encuesta entre mil usuarios de todo el mundo para estimar qué precio pondrían a sus datos. Las contraseñas serían lo más valorado, pero aun así, la media de los encuestados estaría dispuesta a cederla por 75,80 dólares. La información de salud y acceso a registros médicos, 59,80 dólares. Supuestamente, los europeos valoran sus datos sanitarios mucho menos que los norteamericanos. El historial de compra, 20,60$; la dirección particular, 12,90$ (también ahí los europeos le daban menos valor que norteamericanos y japoneses). Y otros muchos datos y precios.  

Resulta curioso de la encuesta que los norteamericanos valoren más su privacidad que los europeos, algo bastante discutible si nos atenemos a sus costumbres, a la evolución de sus legislaciones y a la opinión que se trasluce en los medios de comunicación.

Eline Chinot, analista del Center for Data Innovation ubicado en Bruselas, es todavía más escéptica. Parte de un estudio realizado por la empresa de venture capital de Minneapolis Loup Ventures, según el cual Facebook podría pagar  una docena de euros al año a cada usuario por sus datos personales. Chinot considera esa cifra exagerada. “Un modelo más realista sugiere que los usuarios recibirían una miseria. Google y Facebook, por ejemplo, obtuvieron en conjunto unos 25.000 millones de euros en beneficios en 2017 y tienen alrededor de 4.600 millones de usuarios en todo el mundo. Si los pagos a los usuarios fueran iguales a la mitad de sus ganancias, cada usuario obtendría un total de 2,7 euros al año”.

Este valor podría reducirse aún más si se tienen en cuenta los costes de gestión que conllevaría el pago.

Más allá del precio

Las opiniones críticas a la propuesta argumentan que establecer un precio por los datos añadiría un nuevo factor de desigualdad. Es poco probable que todos los usuarios recibieran la misma cantidad. Probablemente, las empresas de marketing y publicidad pagarían más por el acceso a los datos de usuarios con altos ingresos y menos por los de inferior renta, incluidos los estudiantes, los ancianos y los habitantes de países pobres o en desarrollo.

Los defensores del pago argumentan que aunque la recompensa individual fuese baja reduciría el descomunal negocio de las grandes plataformas, hoy con enormes ingresos y bajos costes, y con una gran capacidad de acumular capital a costa de la aportación gratuita de los ciudadanos.

Sin embargo, este argumento ignora que los accionistas de las grandes tecnológicas no se resignarían a una disminución drástica de sus cuentas de resultados. Es probable que para compensar el aumento de costes las plataformas introdujeran modelos de pago en servicios actualmente gratuitos como las búsquedas, el correo, el acceso a redes sociales, estableciendo niveles básicos sin coste y niveles premium. Otro factor más de desigualdad.

La protección de los datos es un derecho fundamental que forma parte de la esencia y de la dignidad humana

La oposición al pago va más allá de cuestionar los ingresos que se puedan obtener. Instituciones como el Centro de Protección de Datos de Francia, CNIL, se ha manifestado tajantemente en contra de la mercantilización de los datos personales. Según Isabelle Falque-Pierrotin, presidenta del organismo, “este enfoque rompe con nuestras profundas convicciones humanistas, en las que el derecho a la protección es un derecho fundamental, que forma parte de la esencia y de la dignidad humanas. Por supuesto, no es un derecho comercial”. El Consejo Nacional Digital francés también considera que “la introducción de un sistema de pago para datos personales es una propuesta peligrosa.

En Europa arraiga la convicción de que los datos son un bien común a preservar, como el medio ambiente o los derechos humanos. Evgeny Morozov proponía en Capitalismo Big Tech que “todos los datos de un país podrían acumularse en un fondo nacional de datos, copropiedad de todos los ciudadanos. Tal perspectiva asustaría a las grandes firmas tecnológicas mucho más que la de una multa”.

Con los datos públicos ésta puede ser una opción pero ¿cómo se preservan los datos individuales una vez que las grandes corporaciones privadas ya se han hecho con su control?

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