El lenguaje tecnológico impregna de significado todos los ámbitos de la sociedad e impone su jerga a la propia esencia del conocimiento humano
Desde hace una década, se organizan en Estados Unidos unas jornadas denominadas Wisdom 2.0 (Sabiduría 2.0) que reúnen a líderes tecnológicos, empresarios, pensadores, activistas y expertos en mindfulness para debatir sobre cómo lograr una mejor conexión entre la tecnología y el bienestar de las personas.
Las jornadas tienen un propósito loable -explorar la aplicación de la sabiduría antigua a la vida moderna-, los participantes llegan cargados de buenas intenciones y el nivel de las aportaciones es notable, pero el título (Sabiduría 2.0) revela hasta qué punto la tecnología ha impregnado muchos propósitos de carácter humanista.
El vocabulario no es inocente. Lo recordábamos en un artículo anterior. “Inteligencia artificial”, “aprendizaje automático”… no son denominaciones inocuas. Dan significado y orientan la investigación y el negocio que cobijan.
Sabiduría 2.0 tampoco es un nombre simplemente ingenioso. Como si se tratara de un software que debe actualizarse, el título presupone que hay una sabiduría que ha quedado obsoleta. Se desprende de él que la filosofía, la literatura, el arte, el pensamiento… necesitan una nueva versión que se corresponda con las necesidades de una sociedad determinada por el empuje transformador del desarrollo tecnológico.
El concepto parte de una verdad incuestionable. Las sociedades cambian, el pensamiento se va adaptando a las nuevas premisas y la sabiduría acumula nuevas perspectivas. ¿Pero por qué ahora la versión 2.0? ¿No hubo una versión 2.0 cuando se impuso en Europa el pensamiento cristiano, una 3.0 cuando floreció el hombre renacentista, la 4.0 cuando se expandió el librecambismo, la 5.0 cuando Francia se revolucionó, la 6.0 cuando llegó la revolución industrial…?
Dar por sentado que es ahora cuando estamos construyendo la versión 2.0 de la historia de la sabiduría supone agrupar el conocimiento anterior en una versión 1.0 compuesta por una amalgama de pensamiento supuestamente caducado y constata el nivel de colonización que ha alcanzado la tecnología cuando impone su jerga a la propia esencia del conocimiento humano.
Sabiduría 2.0 es un título ingenioso, propio del marketing actual, pero a la vez es una señal inequívoca de que hemos puesto la tecnología en el centro de nuestras vidas impregnando de significado la actividad social, económica y personal. A diferencia de lo que predica el humanismo tecnológico (poner lo humano en el centro) es la técnica la que emana influencias en todas direcciones, afecta todos los ámbitos y acaba modelando el propio pensamiento humanista.
La brecha de la sabiduría
Más que aliviar y dar sentido a la sociedad moderna, el tecnocentrismo imperante provoca un efecto descorazonador.
Tristan Harris, ex Google y ahora impulsor del Centre for Humane Technology, expuso precisamente en la última reunión de Wisdom 2.0 celebrada en abril lo que él denomina “la brecha de la sabiduría”, esto es, el distanciamiento cada vez mayor entre lo que la tecnología es capaz de hacer y las personas, capaces de entender.
Según Harris, la tecnología:
– Aumenta la complejidad de los problemas. Nos hace la vida más fácil, pero también nos la pone más difícil. Aumenta la desinformación, facilita la producción de falsificaciones hiperrealistas, mercadea con la privacidad, debilita los poderes públicos y concentra el poder en grandes corporaciones privadas…
– Explota nuestras vulnerabilidades. Una parte notable de la tecnología imperante no respeta la psicología humana. Fomenta usos adictivos, polariza los grupos sociales, socava la confianza en lo humano…
-Amplifica los prejuicios y las vulnerabilidades. Cualquier conflicto alcanza hoy en día unos niveles de amplificación que desbordan la capacidad humana de resolverlo.
El diagnóstico está claro. El problema surge a la hora de buscar soluciones efectivas. El propio Harris no va más allá de la ambigüedad cuando dice que“ crear las condiciones para hacerles frente significa reemplazar nuestros viejos paradigmas tecnológicos extractivos por nuevos paradigmas humanos.”
“Diseñar una tecnología más humana”, “poner la persona en el centro”, impulsar el “humanismo tecnológico”… son frases abiertas a la interpretación.
Poner la persona en el centro es un deseo loable pero es también lo que hacen las grandes corporaciones tecnológicas: ponerla en el centro de su negocio para sacarle el máximo partido.
Diseñar una tecnología más humana lo puede firmar todo el mundo, también las big tech: darle un barniz humanista al negocio hará que fluya con menos obstáculos.
El humanismo tecnológico es un concepto amplio en el que cabe casi todo, al que, ya puestos, también podríamos denominar Humanismo 2.0.
En cualquier caso son frases que están sin terminar. Plantean la primera parte de un enunciado que todos compartimos pero dejan en el aire la conclusión: cómo, qué medidas, qué acciones…
Posdata: desde la modestia se me ocurre una propuesta, probablemente descabellada: además de agencias de fact checking que verifican la veracidad de las informaciones tal vez habría que crear agencias que nos protejan de la usurpación de significados e impidan el uso de denominaciones engañosas (misleading naming), dedicadas a certificar que los nombres que elige la tecnología para autodenominarse no caen en la mistificación y la apropiación indebida.
En lenguaje contemporáneo sería algo así como una Real Academia de la Lengua versión 2.0.