Foto de Emily Hopper en Pexels

Sobre la creatividad

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Creíamos que las máquinas nos superaban en fuerza, velocidad, capacidad de cálculo, memoria… pero no en algo tan propiamente humano como la capacidad de crear

Quince ideas sobre nuestra relación creativa con la inteligencia artificial

 

El crecimiento exponencial de la inteligencia artificial generativa nos hace sospechar que algo tan propiamente humano como la creatividad esté en entredicho. Creíamos que las máquinas nos superaban en fuerza, velocidad, capacidad de cálculo, memoria… pero no en algo tan propiamente humano como la capacidad de crear. 

Surge ese temor no sólo por los efectos de sustitución laboral en profesiones humanísticas, artísticas y culturales, que también, sino por el riesgo de que las máquinas invadan un terreno que nos creíamos reservado y alteren sustancialmente los mecanismos con los que nos enfrentamos a la creación.

Sin embargo, visto desde otra perspectiva, la IA ofrece un abanico de posibilidades para experimentar con nuevos materiales, nuevos procesos y nuevas herramientas. La posibilidad de cocrear con máquinas amplía los horizontes artísticos. 

¿Con qué visión quedarnos? ¿Con ambas a la vez?

La pasada semana coincidieron en Barcelona dos debates en torno al tema: la conversación en torno a “Creatividad humana versus creatividad artificial, ¿dónde están los límites?” durante la presentación del informe “L’audiovisual augmentat”, del Clúster Audiovisual de Catalunya, y un curso sobre “IA, música y creatividad” celebrado en el CCCB.

En el conjunto de ambos debates participaron especialistas reconocidos en el ámbito de la IA, la música, el cine o el arte digital como Ramón López de Mántaras, Karina Gibert, Josep Maria Martorell, Lluis Nacenta, Anna Giralt Gris, Mark d’Inverno y Cristina de Propios.

 

Quince ideas

A partir de lo reflexionado en estos y otros foros, apunto algunas ideas.

Procesos. Como toda herramienta, la inteligencia artificial altera el proceso de creación. En eso no es distinta de otras técnicas. Incorpora, sin embargo, una novedad: su capacidad para concentrar habilidades que hasta ahora debían ser compartidas. En “El arte como experiencia” el filósofo norteamericano John Dewey argumentaba que la particularidad de toda creación artística descansa en el modo en que sus partes colaboran en la configuración de un todo. La IA tiende a acaparar partes de ese todo al acometer por sí misma procesos que hasta ahora necesitaban de la colaboración de otros. La IA potencia las capacidades del creador pero reduce sus necesidades de colaboración. ¿Le aísla?

Desintermediación. Abundado en la idea anterior, los desarrolladores y los partidarios de la IA generativa entienden que la relación entre el creador y la obra final puede ser directa, sin necesidad de intermediarios (diseñadores, desarrolladores, documentalistas…). Es posible ir de la idea al resultado sin más intermediación que la de la máquina, eludiendo incluso capacidades del propio creador (escribir, resumir, dibujar…)

Tiempos. Otra novedad es la inmediatez con la que “crea”. La creatividad humana requiere sus tiempos. Reflexión, documentación, reconsideración, esbozos, correcciones… La IA prescinde de esos tiempos. Su virtud es la velocidad con la que procesa. El riesgo proviene de cómo altera el proceso de maduración de la obra.

¿Crear o resolver? La IA se enfrenta a la creación como si debiera resolver un problema. No afronta retos creativos. No explora nuevos caminos. Resuelve problemas. No usa las indicaciones de textos (prompts) como puntos de partida de una creación sino como enunciados de un problema que debe resolver.  

Solucionismo creativo. Evgeny Morozov introdujo hace unos años el concepto de solucionismo tecnológico para designar la creencia que cualquier problema puede ser resuelto con tecnología. Entendida la creación como un problema a resolver, la IA generativa se ofrece como la herramienta que puede solucionar los “problemas” de la creación. 

 

La IA recrea el pasado. El creador humano usa el pasado para romper moldes

 

El futuro es el pasado. La IA recrea magistralmente el pasado. Alimentada con millones de datos acumulados, palabras que se han escrito o imágenes que se han publicado, la IA genera combinaciones capaces de producir resultados sorprendentes. En cambio, el creador humano usa generalmente el pasado (conocimientos, palabras, imágenes, vivencias…) para romper moldes, explorar terrenos no explorados, proponer una nueva visión del mundo o adentrarse en lo desconocido.

Roles. La fascinación que provocan las facilidades de la máquina y su capacidad para acaparar tareas facilita que el artista humano conceda a la IA un rol principal relegándose él mismo al papel de inspirador y, en el mejor de los casos, editor final de la obra resultante. La IA está a medio camino entre el colega y el asistente pero con tendencia a imponer el rol de colega dominante.   

Autoría. De la alteración de roles se deriva la crisis del concepto de autoría que ya plantean las obras generadas con IA. El autor debe ser un humano y así lo consideran todas las legislaciones, pero ¿qué nivel de intervención artificial consideramos aceptable? ¿Da lo mismo si sólo usamos la IA para hacer unos primeros planteamientos y aportar ideas que si le delegamos todo el proceso y nos limitamos a poner la firma? ¿Si no da lo mismo, dónde ponemos la línea roja? ¿Dónde poner el foco, en el esfuerzo humano que requiere la creación, en el porcentaje de lo que hacen uno y otra, en la responsabilidad que asume el creador?

Artista interrogador. Para relacionarse con las nuevas máquinas, los creadores deben aprender a hacerles preguntas y a darles indicaciones precisas. El artista que sepa interrogar a una máquina podrá extraer de ella capacidades creativas relevantes. La máquina carece de intencionalidad. Es el artista humano quien debe conferirla.

 

Estudio de doblaje. Foto: Ad Hoc Studios

 

Sustituciones. Los diseñadores gráficos han expresado la preocupación por su futuro. Los dobladores cinematográficos comprueban que los sistemas artificiales ya generan voces de gran calidad y su trabajo se vuelve prescindible… Una variedad de labores creativas pueden ser reemplazadas por mecanismos automatizados.

Sucedáneos. Identificamos creatividad con originalidad. Crear es sinónimo de buscar nuevos caminos para afrontar un reto. Pero desde que la industria determina los parámetros del arte y la cultura de masas, la producción cultural mayoritaria vive más de la imitación que de la originalidad. Los sucedáneos creativos que inundan los medios y las plataformas se basan a menudo en la repetición de patrones de éxito. En eso la IA es imbatible. 

Homogeneización. La multiplicación exponencial de sucedáneos creativos basados en la repetición de patrones de éxito conduce a la homogeneización cultural y artística. La homogeneización no es algo nuevo pero la IA actúa de agente multiplicador.

Empatías. Comienza a comprobarse que delegar la “creación” en una máquina reduce la empatía con la obra creada. El autor tiende un puente que conecta con el público. En la base de esta conexión está el reconocimiento de la humanidad del creador, de su singularidad en el manejo de herramientas, conceptos, historias o texturas. De su personalidad. Nada de eso ofrece la máquina. Pasadas las primeras semanas de fascinación ¿a quién le interesan los artículos que anuncian ser generados con ChatGPT?

Nuevos lenguajes. La cámara fotográfica propició un nuevo lenguaje. La de cine, también. ¿Hará lo mismo la inteligencia artificial? ¿Tiene la misma o mayor capacidad transformadora para que con el tiempo surja una nueva forma de expresión artística que conjugue la creatividad humana y la potencia de lo artificial? 

Antropomorfización. Tal vez no nos haríamos estas preguntas si no fuera por el exceso de antropomorfización que confiere a la IA propiedades que no tiene, potenciadas en todo momento por un lenguaje equívoco: inteligencia artificial, humanos digitales, aprendizaje profundo…

Joan Rosés

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