Imagen: Freepik

Sucedáneos

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La naturaleza ya no da para suministrar la abundancia que reclama la sociedad. Para sobrevivir debemos generar copias, imitaciones, reciclajes, comodines que reemplazen lo que la naturaleza no puede ofrecer. Lo virtual se ofrece como una nueva fuente de sucedáneos

 

Nos hemos acostumbrado tanto a los sucedáneos que lo auténtico ha dejado de tener sentido. Ni sabemos lo que es, ni nos importa saberlo. 

Damos por sentado que la amistad puede estar en Facebook, que la realidad puede ser virtual y aumentarse o disminuirse a nuestro antojo, que los McDonalds alimentan, que las hamburguesas pueden ser vegetales, que la flores pueden ser de plástico, que los chatbots nos comprenden, que a los robots podemos cogerles cariño, que el trabajo dignifica siempre, que cualquier techo puede ser una vivienda o que la inteligencia puede ser artificial.

Buscamos la utilidad, no lo auténtico. Entre otras razones porque lo auténtico ha dejado de estar disponible. Es escaso, remoto, caro, inaccesible. Fuera de nuestro alcance, se ha convertido en una referencia, en una idea. El valor se traslada al sucedáneo. 

 

El plástico, como paradigma

Los sucedáneos son accesibles, están al alcance de casi todo el mundo, o por lo menos de mucha más gente. Permiten (a las clases medias) vivir en una abundancia antaño reservada a la aristocracia. Pero por el camino van perdiendo propiedades. A cambio de su disponibilidad, los sucedáneos devalúan el sentido primigenio de aquello que imitan. 

Una fuente inagotable de sucedáneos ha sido el plástico. En el siglo XX, especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, la química de los polímeros salió de los laboratorios y se incorporó a la vida cotidiana. Los plásticos desafiaron a los materiales tradicionales y se acabaron imponiendo. Reemplazaron al acero de los coches, al papel y al cristal en envoltorios y envases, a la madera en los muebles… En su libro Plástico, un idilio tóxico, Susan Freinkel señala que “en un período asombrosamente breve, el plástico se había convertido en el esqueleto, el tejido conjuntivo y la piel resbaladiza de la vida moderna”.

El plástico adquirió valor y prestigio hasta que a finales de los años sesenta afloró su condición de sucedáneo y perdió encanto. Así se explica la furia con la que reacciona Benjamin Braddock, el personaje principal de la película El Graduado, cuando una amigo le dice: Sólo te voy a decir una palabra: plásticos!

El plástico cayó en desgracia y se convirtió en sinónimo de basura. Su desprestigio no ha evitado, sin embargo, que sigamos atados a él. Hemos producido casi tanto plástico en la primera década de este milenio como en todo el siglo XX (Freinkel). El plástico sigue siendo un gran facilitador de abundancia.

 

Daños colaterales que paga el planeta

La abundancia provoca satisfacción pero también costosos daños colaterales: el abuso desbocado de la naturaleza y la generación ingente de residuos.

La naturaleza se agota como fuente de sucedáneos pero también como almacén de nuestra propia basura. Tememos que la naturaleza colapse pero seguimos a lo nuestro incapaces de corregir el rumbo de la abundancia y del desecho aunque se aleje de nosotros el sentido primigenio de aquello que Aristóteles llamaba la buena vida. La abundancia nos consuela. La basura nos angustia. 

La vida económica se rige por la capacidad de producir abundancia. Sin ella, no hay economía que resista. En el consumo constante hallamos los pedales que mantienen en pie a la bicicleta. El pedaleo no puede detenerse, la generación de desechos tampoco.

La basura forma parte del ciclo productivo. No hay abundancia sin basura. Pero el planeta no tiene dónde almacenarla, ni la sociedad tiene otros mecanismos para combatirla que la generación de nuevos sucedáneos. Por pura supervivencia estamos obligados al reciclaje y a la imitación, aunque los nuevos productos se vayan convirtiendo en sucedáneos de otros sucedáneos y por el camino vayan perdiendo aquellas propiedades que los identificaban con lo auténtico, eso tan remoto. 

 

Nunca fue tan hermosa la basura

El filósofo José Luis Pardo publicó hace unos años un magnífico libro de ensayos titulado “Nunca fue tan hermosa la basura”. En el artículo que da nombre al libro, Pardo dice que la humanidad ha encontrado la manera de no sucumbir a la angustia que provoca la acumulación de tanta basura: asimilarla e incorporarla a la vida cotidiana. Reconvertirla en nuevos sucedáneos:

¿Y si lo que llamamos basura no lo fuera en realidad? Entonces no tendríamos de qué preocuparnos porque nos devorase, no nos sentiríamos asfixiados por los desperdicios si dejásemos de experimentarlos y los viviéramos como un nuevo paisaje urbano.”

Añade Pardo que por eso hemos empezado a ser tolerantes con los hoteles-basura, con los restaurantes-basura, los empleos-basura, las empresas-basura, los libros-basura, los medicamentos-basura… Construimos hoteles que se parecen a hoteles, generamos empleos que se parecen a empleos, publicamos literatura que se parece a literatura… Cualquier expresión puede ser cultura. Cualquier dato, información. Lo virtual puede ser real. Cualquier mentira puede tratarse como una verdad incontestable. Cualquier banalidad, fuente de sabiduría.

 

Foto de Gleb Mishin en Unsplash

 

Ya puestos al reciclaje, lo reciclamos todo. No sólo los productos, también los valores y los códigos que nos permiten relacionarnos con las personas en términos de igualdad. Palabras como amistad, amor, solidaridad, libertad… amplían “su campo de significado” al tiempo que pierden parte de su esencia. Son comodines que tenemos a nuestra disposición para denominar para cualquier cosa y en cualquier circunstancia. Convertidas en sucedáneos de lo que un día fueron, su auténtico significado se va alejando de nosotros.

Y cómo no, las personas. A los “sobrantes” los concentramos en campamentos de refugiados, les vallamos las fronteras para que no se acerquen, o en el mejor de los casos, les proporcionamos trabajos-basura para que sobrevivan en guetos-basura.

 

Lo virtual, nuevo generador de abundancia

También algo tan moderno como lo virtual se incorpora al ciclo. Lo virtual se va convirtiendo en el plástico de nuestro futuro. En un nuevo generador de abundancia. La naturaleza ya no da para más, pero nuestro anhelo de abundancia nos empuja a “habitar” espacios hasta ahora reservados a los videojuegos. La economía se apresta a inventar nuevos mercados, nuevas monedas y nuevas reglas. Incluso las personas se animan a trasladar su identidad a los avatares. Recuperamos la abundancia mediante territorios, mercados y avatares que nos imitan para así acomodarnos a mundos virtuales sin fricción. Son nuestros nuevos sucedáneos. Nos reivindicamos auténticos pero, sumergidos en la virtualidad, nos vamos alejando de nosotros mismos, tan confortables estamos con nuestros sucedáneos.

Hasta que en alguna película alguien pronuncie la frase: Solo te voy a decir una palabra: virtual!, el invento pierda su encanto y debamos buscar nuevos sucedáneos.

Joan Rosés

 

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