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Tecnología o tremendismo

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El discurso sobre la inevitabilidad tecnológica consolida la percepción de que cualquier visión crítica deriva de actitudes radicales.

Hace ya unas semanas, un presentador de noticias en televisión informaba acerca de una jornada de análisis sobre la incidencia de las nuevas tecnologías en la salud: “A la visión tremendista de cómo pueden afectar negativamente las nuevas tecnologías – decía textualmente el presentador-  ha surgido una de complementaria. Psicólogos y profesionales de la salud destacan los beneficios incluso terapéuticos de….” y se refería a una aplicación de realidad virtual diseñada para el tratamiento de trastornos de ansiedad.

Es indiscutible que la medicina debe en gran medida su espectacular evolución de las últimas décadas a la incorporación de tecnología cada vez más precisa y, probablemente, el uso de aplicaciones de realidad virtual aportará importantes avances en algunos campos.

Lo que llama la atención es la simplicidad del planteamiento del presentador cuando contrapone una “visión tremendista” del progreso al uso beneficioso de la tecnología, como si sólo cupieran esas dos alternativas y, por lo tanto, cualquier aproximación crítica al uso de la tecnología derivara, obligadamente, de una actitud radical y poco ponderada.

Llamaba la atención, además, porque durante la jornada en cuestión se analizaban, entre otros temas, las adicciones a la telefonía móvil y a las redes sociales, y a nadie se le ocurre considerar “tremendistas” a los profesionales que se debaten con ellas a diario o critican los abusos de las empresas que las promueven.

Esto ocurría la misma semana en que Mark Zuckerberg, CEO de Facebook, entonaba el mea culpa ante el Senado de la EEUU por la escasa protección de la privacidad en esa red social y el escándalo de la cesión de datos a Cambridge Analitycs.

En aras de un debate crítico, más allá del relato simplificador que sólo distingue entre buenos o malos, cabe preguntarse si todos los avances son siempre positivos para la sociedad, también los que conciernen la salud. Y hay quien va más allá y considera que el camino trazado por los grandes de la tecnología entraña peligros graves.

En el último libro recopilatorio de BBVA OpenMind titulado La era de la perplejidad”, Robin Mansel, profesora canadiense de New Media en la London School of Economics, inicia su capítulo “Disrupción digital y desajuste” con la siguiente duda: “¿Qué pasaría si los proveedores de tecnologías y servicios digitales estuvieran siguiendo un camino equivocado con consecuencias negativas para la humanidad?”

La profesora Mansell cita al economista Luc Soete, ex rector de la Universidad de Maastrich, quien a su vez se pregunta si es posible que la innovación no sea siempre buena para la humanidad. Soete sugiere que, “en lugar de un proceso beneficioso de destrucción creativa al estilo de Schumpeter, que depende de un proceso continuo de innovación tecnológica, en la actualidad estamos siendo testigos de un período de «creación destructiva».

Lo posible por delante de lo deseable

Para Robin Mansel los medios existentes para dirigir la innovación en el campo de la tecnología digital no están bien posicionados para abordar cuestiones fundamentales sobre los tipos de sociedades de la información que son deseables, en contraposición con los que podrían ser posibles.

El camino marcado por la innovación tecnológica, dirigido con ímpetu por las grandes corporaciones digitales, los fondos de inversión internacionales y apoyado por los gobiernos, se orienta a exprimir al máximo las posibilidades de lo posible en detrimento de lo deseable.

Argumenta Mansel que las medidas que podrían abordar la desigualdad social y económica, así como la potencial pérdida de autoridad humana sobre los sistemas digitales avanzados de procesamiento de información, problemas que sin duda sería deseable considerar, suelen ser vistos como perjudiciales para mantener el ritmo de la innovación y el mercado.

La crítica o el debate se consideran un freno para el desarrollo de una tecnología a la que hemos entregado el diseño de nuestro futuro.

Expone Mansel que “muchos países están introduciendo estrategias para mejorar la cualificación en materias STEM (ciencia, tecnología, ingeniería y matemáticas, incluida la codificación). Estas cualificaciones son necesarias para el empleo en análisis de datos, la ciencia de los datos y el campo de la IA, pero la falta de equidad en el mundo digital no puede ser abordada sin prestar atención a otros elementos determinantes de desigualdad y exclusión”.

“Las desigualdades exacerbadas por la difusión de las tecnologías digitales -dice Mansel no pueden abordarse aumentando el número de informáticos y licenciados con formación técnica especializada “

Rápidamente se va consolidando la convicción de que las tecnologías digitales resolverán los problemas de la sociedad. La mitigación de los efectos provocados por la disrupción que aumentan la incertidumbre o incluso la desigualdad se confían a un tipo de desarrollo tecnológico que en buena medida los ha provocado.

El discurso de la inevitabilidad tecnológica pone en cuestión la necesidad de instituciones

Se ha instalado (definitivamente?) la idea que para asegurar la competitividad económica el predominio tecnológico resulta inevitable. En un conocido libro de 2016, traducido al español en 2017 (Lo inevitable, editorial Teell) Kevin Kelly, fundador de la revista Wired y tecnoentusiasta convencido, describe las fuerzas tecnológicas a las que, según él, nadie puede oponerse porque son la base con las que se construirá el futuro.Fuerzas que revolucionarán completamente la forma en que compramos, trabajamos, aprendemos y nos comunicamos unos con otros. Al entenderlas y adoptarlas será más fácil para nosotros estar al tanto de la próxima ola de cambios y arreglar nuestras relaciones cotidianas con la tecnología”.

Pero la inevitabilidad no se circunscribe sólo al ámbito personal. Según considera la profesora Mansel en su capítulo sobre la disrupción digital, “el discurso sobre la inevitabilidad tecnológica y la adaptación para asegurar la competitividad económica industrial está profundamente arraigado, como también la visión de que se puede ampliar en la sociedad civil, sin la ayuda de instituciones formales, para generar resultados consistentes con la consecución de la igualdad”.

El cambio tecnológico avanza a una velocidad que puede escapar del control de las personas, las empresas o las instituciones, como ha demostrado el reciente escándalo de Facebook o como se intuye que pueda ocurrir con la Inteligencia Artificial. Parece razonable aspirar a que el progreso de la sociedad se logre mediante la reflexión y el debate y que el desarrollo tecnológico incorpore algo de perspectiva aun a riesgo de disminuir su velocidad y sin que, por ello, esa posición sea tildada de tremendista.

O como decía Raymond Williams (también citado por Mansell)  “Una vez que se desafían las inevitabilidades, comenzamos a reunir recursos para un viaje de esperanza»

Robin Mansel, profesora de New Media and the Internet y directora del departamento de Media y Comunicaciones de la London School of Economics
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