Tras la pandemia, el viajero tendrá más tecnología a su alcance pero deberá estar dispuesto a convivir con la difusa autenticidad de lo virtual
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Mientras la vida económica y social pasa por un período de disminución, la tecnología avanza acelerada por la demanda de los nuevos tiempos, especialmente la que se sustenta en la inteligencia artificial y la virtualización.
El trabajo no será lo que era antes de la pandemia. El comercio, los cines y la oferta cultural basada en la presencialidad, tampoco. El ritmo de las ciudades tal vez no vuelva a ser el mismo. Aunque los estados saldrán más endeudados y sin haber resuelto las urgencias de la crisis, deberán priorizar recursos para la salud, la investigación científica y la sostenibilidad medioambiental como único medio de garantizar la supervivencia de la especie y del planeta.
¿Y qué ocurrirá con el turismo, una de las industrias hoy más disminuidas? ¿Volverá a los niveles de 2019 cuando aportaba el 12,4% de PIB español? En 2020 ha bajado al 4,3.
Una primera constatación: cuando despierte del letargo pandémico el turista se encontrará una sociedad más tecnificada. Lo imponen los tiempos de exponencialidad tecnológica que la pandemia ha premiado.
Se encontrará, tal vez, más instalaciones hoteleras rebosantes de aparatos como las que propone la cadena Meliá. Más contactless en los medios de pago y comercios, en línea con las propuestas de los supermercados Amazon Go en los que aparentemente no se pasa por caja porque las cámaras y los sensores identifican los productos que eliges y te los cargan automáticamente en tu cuenta bancaria.
En el campo artístico y museístico crecen las propuestas inmersivas en nuevos centros de artes digitales como el museo Mori en Japón, les Ateliers des Lumières en París o Ideal Barcelona. Los Museos Nacionales de Francia anunciaron hace unos días que el Grand Palais de París se convertirá en un gran centro de arte inmersivo.
Más tecnología, como servicio y como reclamo.
El turista monitorizado
Se encontrará también con una sociedad que avanza en la monitorización de los comportamientos.
El turista es un ciudadano más dispuesto a conocer y a vivir nuevas experiencias pero también más expuesto a la incertidumbre. Interrumpe su rutina habitual y abandona su zona de confort para explorar nuevos paisajes, conocer nuevas culturas, se abre a probar alimentos distintos, a tratar y tal vez conocer gente diferente. Una sobreexposición a la incertidumbre que intenta compensar con ayudas, guías, consejos, recomendaciones… muchas de ellas proporcionadas por soluciones tecnológicas.
Es un notable consumidor de tecnología y eso le convierte en un gran generador de datos, una fuente muy valiosa para la nueva economía. Es alguien que se deja colocar pulseras para circular por un parque temático, que se descarga apps que siguen su rendimiento físico, que se ayuda del GPS para no perderse y de aparatos de traducción instantánea para comunicarse en idiomas desconocidos, que se hace fotos constantemente y que celebra compartir los detalles más nimios de su viaje.
Se presta amablemente a una monitorización muy útil para las empresas que saben extraer patrones de comportamiento y anticipar estrategias de negocio. Nuevos desarrollos incluso se proponen analizar las emociones y reacciones de los viajeros mediante sensores ópticos, big data e inteligencia artificial.
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Presencialidad en crisis
En los próximos años, el turista deberá convivir con las secuelas de la crisis de presencialidad y contacto humano que nos ha provocado un año (de momento) de pandemia.
Cuando termine la pesadilla sanitaria recuperaremos buena parte de los hábitos anteriores y, con ellos, el ansia de estar presentes en el mundo. Pero es probable que la presencialidad quede alterada, entre otros motivos, porqué se habrán impuesto nuevos hábitos virtuales y será urgente, además, limitar los efectos medioambientales que provoca la movilidad masiva de la gente.
Viajes de ocio o negocio serán substituidos probablemente por experiencias virtuales a distancia. Muchos congresos y ferias internacionales se plantean consolidar un nuevo modelo mixto que combinará la presencia física en stands como los de toda la vida con espacios expositivos digitales, charlas en streaming y networking virtual. Determinados espacios turísticos que hasta hace un año sufrían aglomeraciones podrán equilibrar su oferta entre lo físico y lo virtual, reducir la congestión y de paso llegar a más gente.
Será posible tal vez inventar otra forma de ‘viajar’ sin necesidad de desplazamiento físico. Como la que propone en Japón la empresa First Airlines. Por el equivalente a unos 40 euros te ofrecen sentarte en unas butacas parecidas a las de un avión, colocarte unas gafas de realidad virtual y emprender un supuesto viaje a España, Nueva Zelanda, París o el mismo Japón.
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O visitar lugares imposibles como la tumba de la emperatriz Nefertari, esposa de Ramses II, cerrada al público pero que un equipo de arqueólogos fotografió al detalle y reconstruyó virtualmente, hoy accesible en vr360.
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Lo auténtico se difumina
En cualquier caso los turistas se encontrarán una realidad más difusa, más líquida, usando términos de Zigmunt Baugman.
En tecnología se denomina realidad aumentada a determinadas aplicaciones que permiten ampliar virtualmente lo que tenemos físicamente ante nuestros ojos. Pero la tecnología avanza también hacia la invención de la realidad. La creación virtual surgida del mundo de los videojuegos se depura hasta conseguir seres y paisajes de un hiperrealismo asombroso que se mezclan y confunden con los reales.
Webs como thispersondoesnotexist.com crean constantemente rostros de personas que no existen. El avance de lo virtual en combinación con la inteligencia artificial ya nos permite interactuar con seres inexistentes. Los deepfakes hiperrealistas son cada vez más comunes. En el ámbito artístico se expanden las capacidades creativas de la música y la pintura artificiales.
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¿Cómo se ubica el turista en ese mundo de nuevas realidades difusas?
A su manera, el turista es un buscador de lo auténtico. Se desplaza hasta la Torre Eiffel, al Coliseo Romano o a la catedral de Burgos para ver de primera mano el origen de las representaciones que le han llegado a través de la fotografía o los audiovisuales. Asiste a los estadios para tener a sus ídolos cerca. Viaja a Amsterdam para contemplar las obras originales de Rembrandt, no sus copias ni supuestas invenciones. Se baña en las playas del Caribe o de la Costa Brava porque quiere estar ahí.
La tecnología, sin embargo, insiste en aumentarle la realidad además de salir en su ayuda para guiarlo y, de paso, monitorizarlo.
El turista de la postpandemia podrá contar con más tecnología para proteger su ‘vulnerabilidad’ y garantizar su confort pero deberá estar dispuesto a convivir con lo virtual, lo sintético y lo difuso y a seguir buscando lo auténtico en medio de tanto aumento.
1 comments
Una reflexión oportuna.
En esta línea, me parece notable que el énfasis en aprovechar la emergencia de la Covid-19 para promover un aumento del teletrabajo que vaya más allá de la pandemia no tenga un paralelo similar en relación al turismo.
Se insiste en la transformación digital de las empresas en general. En que aumenten la relación electrónica con sus clientes y el teletrabajo con sus empleados.
Será interesante observar cómo ese mensaje de transformación digital se traslada al turismo. Un sector que genera ingresos, ciertamente, pero también externalidades negativas considerables.
Muy cordialmente