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Virar la nave

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La aceleración tecnológica se suma a la emergencia climática, la erosión de las democracias y el aumento de las desigualdades, cuatro factores que conducen al colapso si no se corrige el rumbo

Hay momentos en los que la sociedad necesita un cambio de rumbo. En la historia hallamos muchos ejemplos. La revolución francesa, la reconstrucción europea tras la segunda guerra mundial, el fin de la dictadura y la transición democrática en España… fueron etapas decisivas de la historia en los que la sociedad, o una parte de ella, modificó el sentido de su marcha. En 2020 iniciamos una década en la que viviremos, o deberíamos vivir, un cambio de rumbo y no sólo por efectos de la pandemia, que también.

Cuatro factores obligan: la emergencia climática y la sostenibilidad de la vida en el planeta, el deterioro progresivo y acelerado de la democracia y el gobierno de lo público, el insoportable crecimiento de las desigualdades y la aceleración tecnológica controlada por poderes centralizados. Cuatro factores que por separado ponen en peligro la convivencia o incluso la supervivencia pero que combinados conducen al colapso.

Es preciso, virar la nave pero, a estas alturas, no es fácil. Las inercias son fuertes. Los poderes que las sustentan, también y, para colmo, esta vez la nave es planetaria, global, compuesta por infinidad de intereses y mandos contrapuestos. Sirve de poco que lo pretenda un país, o incluso un continente. Debe virar el mundo. No va a ser fácil.

Aceleración tecnológica y concentración de poder

Analicemos el factor tecnológico, el menos perjudicial en apariencia, enfrascados como estamos en el entusiasmo de la transición digital. 

La primera señal de alarma surge por el poder desmesurado que, a caballo de la tecnología, van incrementando tanto corporaciones privadas de dimensión global como el gobierno autoritario de China. La consecuencia: el control (privado o autoritario) de la gobernanza y de los bienes y las infraestructuras comunes que configuran la vida del siglo XXI en el mundo.

Hay que virar esa nave, pero ¿cómo?

Jean Tirole, premio Nobel de economía en 2014, considera que se puede cambiar el rumbo si se actúa y se regula mancomunadamente sobre cuatro áreas: competencia, para frenar el surgimiento de nuevos monopolios; legislación laboral, para diseñar un nuevo modelo que combine flexibilidad y estabilidad; privacidad, para garantizar su protección efectiva; impuestos, para combatir el efecto más pernicioso de la globalización.

No será fácil.

Si ceder el control de la gobernanza del siglo XXI a grandes corporaciones privadas o a gobiernos autoritarios es motivo que justifica por sí solo un cambio de rumbo lo es también la creciente cesión de responsabilidades a mecanismos tecnológicos cada vez más impenetrables y autónomos: los algoritmos, los robots y los procedimientos de autoaprendizaje de la inteligencia artificial.

Estamos poniendo en marcha mecanismos que se escapan del control social, político e incluso técnico, y que sólo puede contrarrestar una voluntad concertada, férrea y persistente de la gobernanza pública. Lo demuestra la inacabable denuncia de sesgos algorítmicos que plagan los sistemas de decisión automatizada, el difícil control del uso de datos personales o los infructuosos esfuerzos por acallar la desinformación o el mensaje de odio en las redes sociales.

Lo digital se apropia del relato

Pero hay otras amenazas menos perceptibles aunque también inquietantes por su capacidad de camuflarse en el discurso de la positividad, el progreso y el desarrollo de la economía: las que se atrincheran detrás de cuatro conceptos irrebatibles: Innovación, Transformación, Disrupción y Aceleración.

¿Quién puede oponerse a que debemos innovar o a transformar la manera de fabricar productos y prestar servicios? ¿Quién puede negar que debemos romper con los vicios del pasado? ¿Quién se atreve a decir que no hay que ir rápido dada la velocidad de la competencia? 

Innovación, Transformación, Disrupción y Aceleración. Cuatro conceptos sugerentes de los que lo tecnológico se ha apropiado y que definen el relato de nuestros tiempos

Lo tecnológico ha logrado imponer la convicción de que innovar y transformar son procesos indefectiblemente digitales. La transformación solo es posible si es digital. Se innova cuando se aplica la mentalidad digital a lo anacrónicamente analógico. Se impide el progreso cuando se imponen limitaciones y contradicciones propias del razonamiento humano a la implantación eficiente de soluciones tecnológicas.

Con el relato de la disrupción y la aceleración pasa algo parecido. En el mundo digital conservar suena a reaccionario; lo progresista es innovar, siempre, en todo momento, ante cualquier reto. Reformar se nos antoja antiguo; romper nos convierte en ambiciosos y visionarios. Pararse a pensar para analizar los riesgos frena la competitividad en la medida que creemos que sólo los veloces vencen; los pensadores que no eligen el camino de la disrupción pierden el tiempo; los lentos pierden el negocio.

Espectadores complacidos: una imagen

Foto de Jimmy Conover en Unsplash

Imaginemos por un momento un estadio repleto de espectadores (¿sin trabajo?) que contemplan el lucimiento de los atletas más veloces, que apuestan de vez en cuando por algún participante sorpresa (startups), que corean el nombre de los vencedores (Amazon, Apple,….) que se sienten cómodos y complacidos por el bombardeo de cientos de ofertas y mensajes publicitarios y a los que no les perturba estar constantemente monitorizados por cámaras con reconocimiento facial, por su teléfono móvil o por cualquier gadget electrónico de última generación. Un mundo ocioso, emocionante y feliz al que la mayoría de la población está invitada para observar, consumir y aplaudir.

¿Nos parece una imagen exagerada? Tal vez.

De lo acelerado a lo exponencial

Vivimos seducidos por una visión dominante que reduce la complejidad del mundo y que valora no ya lo acelerado, sino lo exponencial. La imagen que sigue ilustra un trabajo publicado en 2017 por el Word Economic Forum que encabezaba un sugerente título: We are moving fast but nobody knows where we are going (Nos movemos rápido pero nadie sabe dónde vamos).

We are moving fast but nobody knows where we are going. World Economic Forum

El problema de fondo radica en que todas estas convicciones y visiones cada vez más arraigadas alteran las capacidades del entendimiento humano y los valores sobre los que se ha sustentado hasta ahora el desarrollo de la humanidad. En aras de un mundo eficiente se impone lo exponencial y lo disruptivo. La comodidad y la simplicidad toman el relevo a valores como la prudencia, la ponderación, la igualdad o el equilibrio.

Una alteración que no sólo nos afecta como individuos sino que paraliza y desborda los organismos sociales que hemos construido durante siglos. Los poderes públicos son incapaces de seguir el ritmo de los acontecimientos, las legislaciones quedan obsoletas poco tiempo después de aprobarse, las escuelas y las universidades no logran adaptarse a las necesidades de formación de las nuevas generaciones, las empresas deben rehacer permanentemente sus modelos de negocio.

Sobre la supuesta eficiencia de esta visión, el profesor Esko Kilpi, fallecido hace unos meses, decía que es tan solo aparente porque se basa en sustituir la complejidad del mundo por la simplicidad de las soluciones one-click.

“Cada vez que reemplazamos sistemas naturales y complejos con culturas simplificadas de ganar-perder, de nosotros contra ellos, ganamos en productividad a corto plazo, pero a costa de la resiliencia y la viabilidad a largo plazo. En consecuencia, muchas organizaciones son productivas a corto plazo, pero frágiles a largo plazo.”

Muchos tecnólogos creen que la democracia está en peligro

En febrero, cuando la pandemia ya empezaba a trasladarse a Occidente, el instituto norteamericano Pew Research publicó el resultado de una encuesta efectuada entre responsables tecnológicos norteamericanos. Les preguntaban sobre el impacto de la tecnología en la democracia. Casi la mitad de los encuestados consideraban que el uso de la tecnología debilitará la democracia de aquí a 2030 debido a la velocidad y el alcance de la distorsión de la realidad, el declive del periodismo y el impacto del capitalismo de vigilancia.

Si los propios tecnólogos consideran que la forma en que se desarrolla la tecnología es perjudicial para la democracia, ¿qué estamos haciendo? ¿Hemos entrado en un bucle del que ni los propios agentes de la aceleración saben escapar? ¿Cómo enderezamos el rumbo de la nave?

“¡Necesitamos avances tecnológicos, – decía Esko Kilpi-  pero nuestra humanidad y nuestros procesos de civilización tienen que desarrollarse a la misma velocidad que se desarrolla la tecnología!

A medida que nuestra capacidad tecnológica para impactar en el mundo se está ampliando radicalmente, nuestras elecciones éticas sobre cómo implementar ese poder deben ampliarse en consecuencia. Pero la realidad es que nuestra humanidad está hoy por detrás de nuestra tecnología.”

Hay que virar la nave.

Joan Rosés

1 comment
  1. Magnífico artículo, en mi opinión.
    Pienso, sin embargo, que habremos de trabajar mucho para virar esa nave.

    Confiar que lo hagan las instituciones que están en crisis puede ser naïve.

    En cualquier caso, para que esas instituciones tuvieran el respaldo de los ciudadanos, es necesario un cambio de conciencia de éstos.

    Quizé es un buen momento para (entre otras cosas) recuperar la propuesta de “marcos mentales” de Georges Lakoff, en un pequeño libro que se hizo famoso por su título (“No pieneses en un elefante”) aunque lo más provocativo era su subtítulo (“Conoce tus valores y enmarca el discurso”). Hemos aceptado que nos vendieran como inocentes marcos mentales que no lo eran. Tú señalas unos cuantos. Habrá que deconstruirlos y sustituirlos. No será fácil.

    Saludos cordiales

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